

5 min de lectura
Hagamos que la alegría y el significado sean contagiosos en nuestras instituciones y en nuestros hogares.
Con mi hijo menor acercándose a la adolescencia, pensé que mis días de visita en Disney habían terminado. Pero cuando mis nietos me preguntaron: "Zeide, ¿puedes venir con nosotros a Disney?", no pude negarme. Así que esta semana pasé dos días en Reino Mágico y Epcot, y me llevé una gorra de béisbol para que nadie pudiera saber que soy judío.
Cuando entramos al parque, decidí no ponerme la gorra. En una época en la que demasiados tratan de asustarnos, de intimidarnos para que nos quitemos nuestros símbolos, ocultemos nuestras prácticas o nos avergoncemos de nuestra identidad, es más importante que nunca llevar con orgullo nuestras kipot, mostrar nuestros tzitzis o nuestras cadenas con estrellas judías, mapas de Israel o solidaridad con los rehenes, y no acobardarnos por prácticas que son apropiadas en público.
Una mujer y su familia se me acercaron en uno de los parques para decirme lo feliz que estaba de ver que la gente judía no tenía miedo de usar kipá en público. Cuando le pregunté si era judía, me dijo que sí y que de niña había ido a una escuela judía en Minneapolis. Un hombre que pasaba por allí se detuvo para decirnos "Shalom". Le respondí "Shalom" y le pregunté si era judío. Me dijo que era un pastor de Alabama y que él y su congregación rezaban regularmente por Israel y el pueblo judío. Su mujer añadió de inmediato: "y hemos estado rezando constantemente por los rehenes".
Recibimos un "boker tov" [buenos días en hebreo] de uno de los empleados de Disney y otros cuantos "shalom" y, me alegra informar, ninguna negatividad ni hostilidad. La verdad es que no esperaba otra cosa en el "lugar más feliz de la Tierra". Es difícil pensar en otro lugar donde tal cantidad de gente parezca tan cortés, amable, agradable y educada.
En general, en Disney no hay empujones, mal genio, cultura de críticas ni gente maleducada e impaciente, a pesar de tener que hacer largas colas, pagar elevadas tarifas, soportar el sol ardiente y pasar horas de pie.
Mientras observábamos las multitudes de personas con sonrisas en sus rostros y una extraordinaria consideración hacia los demás, no pude evitar pensar: ¿no sería increíble que nuestras sinagogas fueran como Disney? ¿No sería maravilloso que la gente pensara en nuestros campus y comunidades como en los lugares más felices de la Tierra, lugares en los que aunque tuvieran que estar de pie durante mucho tiempo, a veces hacer cola, soportar temperaturas imperfectas, no sólo merecería la pena, sino que estarían clamando y contando las horas para volver?
¿Cómo lo logra Disney y qué podríamos aprender nosotros sobre la creación de una cultura de la felicidad?
Hace muchos años, participé en una visita a Disney tras bambalinas para explorar esta misma pregunta. El diseño y la distribución de los parques, la ubicación de los vendedores y los horarios de los espectáculos están meticulosa y brillantemente organizados. Pero lo que más me impresionó de la visita fue la cultura y cómo la actitud de las decenas de miles de trabajadores de Disney influye en todos y cada uno de sus visitantes.
Disney entiende un principio psicológico fundamental avalado por numerosas investigaciones: la felicidad y la alegría son contagiosas.
En todas las zonas exclusivas para empleados hay carteles que destacan el credo de Disney, entre ellos: "Proyecto una imagen y energía positivas. Soy cortés y respetuoso con todos los visitantes, incluidos los niños. Voy más allá de lo necesario".
Disney entiende un principio psicológico fundamental avalado por numerosas investigaciones: la felicidad y la alegría son contagiosas. Del mismo modo que si una persona bosteza, otras le seguirán, también si una persona sonríe, otras a su alrededor empezarán a sonreír. Una disposición alegre, un espíritu positivo y un semblante agradable son, literalmente. contagiosos.
¿De quién es la responsabilidad de repartir sonrisas? En Disney World, en Orlando, hay unos 77.000 empleados. Todos los miembros del personal, desde los conserjes y el personal de mantenimiento hasta los operarios de las atracciones y las personas que llevan los disfraces de Mickey, se denominan "miembros del reparto". ¿Cuántos de los 77.000 miembros del reparto crees que son responsables de recoger la basura? La respuesta es los 77.000. ¿Cuántos son responsables de ayudar a alguien explicando cómo llegar a alguna parte o devolver un niño perdido a sus padres? 77.000. ¿Cuántos tienen que sonreír y contagiar felicidad? Así es, los 77.000.
En Disney, los miembros del reparto saben que cada uno tiene tareas diferentes, pero les enseñan que todos tienen el mismo propósito: difundir felicidad.
¿Cómo podemos pasar de una cultura de quejas y críticas a crear el lugar más feliz de la Tierra?
Quizá podamos crear una cultura en la que cada judío, cada participante de la comunidad sea un miembro del "reparto". Debemos pasar de ser consumidores, de miembros con derechos y privilegios, a ser partes interesadas, miembros del reparto que tienen un sentido de responsabilidad personal, deberes y obligaciones.
Debemos pasar de ser consumidores, de miembros con derechos y privilegios, a ser partes interesadas, miembros del reparto que tienen un sentido de responsabilidad personal, deberes y obligaciones.
Si queremos ser un lugar que atraiga a todos, que inspire a los judíos no observantes y alejados, que haga que los adolescentes y los jóvenes se entusiasmen con su judaísmo, TODOS tenemos que ser líderes haciendo que la felicidad, la alegría y el sentido se contagien en nuestras instituciones y en nuestros hogares.
Cuando hablan con un niño, los miembros del personal de Disney están entrenados para agacharse y mirarlo a los ojos. He visto de primera mano el impacto sutil pero poderoso de hablar a alguien, incluso a un niño, a la altura de sus ojos en lugar de hacer que te mire hacia arriba sintiéndose pequeño. Tenemos que hablar a todos los miembros y participantes de nuestra comunidad a la altura de sus ojos. A veces eso significa agacharse, para que nadie se sienta pequeño, sea cual sea su educación judía o su nivel de observancia.
Al elogiar y bendecir a Iehudá, Iaakov dijo: "Sus dientes son más blancos que la leche". De todas las virtudes, ¿por qué Iaakov destacó los dientes de Iehudá? El Talmud (Ketubot 111b) explica que Iaakov vio en Iehudá una cualidad que admiraba mucho y de la que se beneficiaba. Iehudá tenía la costumbre de sonreír, de mostrar el blanco de sus dientes al ver a los demás. De hecho, el Talmud concluye que cuando una persona muestra el blanco de sus dientes a otra persona al sonreír ampliamente, eso es más beneficioso que darle de beber un vaso de leche. ¿Por qué la comparación con la leche?
Rav Shlomo Wolbe explica que la leche nutre y alimenta el crecimiento. Lo que la leche hace por el cuerpo, una sonrisa lo hace por el corazón y el alma. Él escribe que así como las plantas necesitan la luz del sol para vivir, convirtiendo los rayos del sol en nutrientes, las personas convierten las sonrisas en energía y fuerza, y sin ella se marchitan y perecen. Los perros y los gatos no pueden sonreír. Sonreírnos unos a otros forma parte de lo que nos diferencia como humanos.
Seamos todos miembros activos del elenco del pueblo judío y convirtamos nuestras sinagogas y comunidades en los lugares más felices de la Tierra.
Nuestro newsletter está repleto de ideas interesantes y relevantes sobre historia judía, recetas judías, filosofía, actualidad, festividades y más.