El maestro como héroe

03/07/2022

6 min de lectura

Devarim (Deuteronomio 1:1-3:22 )

Imagina el siguiente escenario. Tienes 119 años y 11 meses. Estas cerca del fin de tu vida. Tus esperanzas han recibido golpes devastadores. Dios te dijo que no entrarás a la tierra hacia la cual has conducido a tu pueblo durante cuarenta años. El pueblo al que guías te ha criticado una y otra vez. Tu hermana y tu hermano, con quienes compartías la carga del liderazgo, han fallecido. Y sabes que ninguno de tus hijos, Guershon y Eliezer, heredarán tu puesto. Tu vida parece estar llegando a un final trágico, sin llegar a destino, tus aspiraciones no se cumplieron. ¿Qué haces?

Podemos imaginar una gama de respuestas. Puedes hundirte en la tristeza, reflexionar sobre lo que hubiera podido pasar si el pasado hubiese tomado otra dirección. Puedes continuar suplicándole a Dios para que cambie de opinión y te deje cruzar el Jordán. Puedes retrotraerte a los recuerdos de los buenos momentos, cuando el pueblo entonó el cántico en el Mar Rojo, cuando aceptaron el pacto en el Monte Sinaí, cuando construyeron el Tabernáculo. Estas serían reacciones humanas normales. Pero Moshé no hizo nada de eso, y lo que hizo ayudó a cambiar el curso de la historia judía.

Durante un mes, Moshé reunió al pueblo al otro lado del Jordán y les habló. Esos discursos forman el material del libro de Deuteronomio. Son pláticas extraordinariamente amplias y cubren una historia del pasado, una serie de profecías y advertencias respecto al futuro, leyes, narraciones, un cantico y un grupo de bendiciones. Todo eso junto, constituye la visión más amplia y profunda de lo que es ser un pueblo sagrado, dedicado a Dios, que construye una sociedad que se erige como modelo a seguir para la humanidad respecto a cómo se debe combinar la libertad y el orden, la justicia y la compasión, la dignidad individual y la responsabilidad colectiva.

Sin embargo, por encima de lo que Moshé dijo durante el último mes de su vida, está lo que él hizo. Él cambió de carrera. Cambió su relación con el pueblo. Moshé ya no era el liberador, quien entregó la ley, el que obraba milagros, el intermediario entre los israelitas y Dios, sino que se convirtió en la figura que sería conocida para la memoria judía como Moshé Rabenu, "Moshé, nuestro maestro". Así es como comienza el libro de Devarim: "Moshé comenzó a elucidar esta Torá" (Deuteronomio 1:5), usando el verbo beer, que no hemos encontrado en ese sentido hasta ahora en la Torá y que sólo aparece una vez más hacia el final de este libro: "Sobre las piedras escribirás todas las palabras de esta Torá, bien elucidadas" (Deuteronomio 27:8). Él quiso explicar, exponer, dejar claro. Él quiso que el pueblo entendiera que el judaísmo no es una religión de misterios inteligibles sólo para unos pocos, sino que es "una herencia para [toda] la congregación de Iaakov" (Deuteronomio 33:4), como dijo en su último discurso.

Durante el último mes de su vida, Moshé se convirtió en el máximo educador. En estas charlas, el hizo más que decirle al pueblo cuál era la ley. Él les explicó por qué la ley era esa. No hay nada arbitrario en ella. La ley es como es debido a la experiencia de esclavitud y persecución del pueblo en Egipto, que fue un tutorial respecto a por qué necesitamos libertad y una libertad regida por la ley. Una y otra vez, Moshé dijo: Deben hacer esto porque una vez fueron esclavos en Egipto. Deben recordar y nunca olvidar (dos verbos que aparecen repetidamente en el libro) de dónde vienen y cómo se sentían al estar en exilio, perseguidos e indefensos. En el musical "Hamilton" de Lin-Manuel Miranda, George Washington le dice a un joven y ardiente Alexander Hamilton: "Morir es fácil, joven. Lo difícil es vivir". En Deuteronomio, Moshé les dice a los israelitas que, en efecto, la esclavitud es fácil, lo difícil es la libertad.

A lo largo de Deuteronomio, Moshé llega a un nuevo nivel de autoridad y sabiduría. Por primera vez lo escuchamos hablar extensamente con su propia voz, y no simplemente transmitiendo las palabras que recibía de Dios. Su comprensión de la visión y los detalles es impecable. Él quiere que el pueblo entienda que las leyes que Dios les ha ordenado son para su bien, no en beneficio de Dios.

Todos los pueblos antiguos tenían dioses. Todos los pueblos antiguos tenían leyes. Pero sus leyes no venían de un dios, sino de un rey, un faraón o un gobernador, tal como el famoso código de ley Hamurabi. Los dioses del mundo antiguo eran vistos como una fuente de poder, no de justicia. Las leyes eran creadas por los hombres para poder mantener el orden social. Los israelitas eran diferentes. Sus leyes no eran creadas por sus reyes. La monarquía del antiguo Israel era singular al no otorgarle al rey poderes legislativos. Sus leyes venían directamente de Dios, el Creador del universo y el Liberador de Su pueblo. De ahí la resonante declaración de Moshé: "Observen [estas leyes] cuidadosamente, porque eso mostrará su sabiduría y entendimiento a las naciones, las cuales oirán acerca de todos estos decretos y dirán: 'Por cierto esta nación es un pueblo sabio y entendido'" (Deuteronomio 4:6).

En este momento clave de su vida, Moshé entendió que aunque él no estuviera físicamente con el pueblo cuando entraran a la Tierra Prometida, él seguiría estando con ellos intelectual y emocionalmente si les daba las enseñanzas para que se las llevaran con ellos hacia el futuro. Moshé se convirtió en el pionero de lo que tal vez sea la mayor contribución del judaísmo al concepto del liderazgo: la idea del maestro como un héroe.

Los héroes son personas que demuestran tener coraje en el campo de batalla. Moshé sabía era que las batallas más importantes no son militares, sino espirituales, morales y culturales. Una victoria militar cambia de lugar las piezas sobre el tablero de la historia. Una victoria espiritual cambia vidas. Una victoria militar casi siempre dura un período breve. O que el enemigo vuelve a atacar o que aparece un nuevo oponente más peligroso. Pero las victorias espirituales, si la lección no se olvida, pueden durar eternamente. Incluso personas bastante comunes y corrientes, como por ejemplo Iftaj (Libro de los Jueces, capítulos 11-12) o Shimshon (capítulos 13-16) pueden ser héroes militares. Pero aquellos que le enseñan al pueblo a ver, sentir y actuar de forma diferente, quienes extienden los horizontes morales de la humanidad, son muy raros. Uno de ellos, Moshé, fue el más grandioso.

Él no sólo se convirtió en maestro en Deuteronomio. En palabras que quedaron grabadas desde entonces en los corazones judíos, él le dijo a todo el pueblo que debían convertirse en una nación de educadores:

Hazles conocer a tus hijos y a los hijos de tus hijos, cómo una vez estuvieron ante Hashem tu Dios en Joreb (Deuteronomio 4:9-10)

Cuando mañana tu hijo te pregunte: "¿Cuál es el significado de los testimonios, los decretos y las leyes que Hashem tu Dios te ha ordenado?", le dirás: "Fuimos esclavos del faraón en Egipto, pero Hashem nos sacó de Egipto con mano poderosa…" (Deuteronomio 6:20-21)

Enséñenselas a sus hijos, habla de ellas cuando te sientes en tu hogar y cuando viajes en el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes" (Deuteronomio 11:19)

De hecho, los dos últimos mandamientos que Moshé les dio a los israelitas fueron explícitamente de naturaleza educativa: reunir a todo el pueblo el séptimo año para escuchar la lectura de la Torá, para recordarles su pacto con Dios (Deuteronomio 31:12-13) y, "Escriban para ustedes este canto y enséñalo a los Hijos de Israel" (Deuteronomio 31:19); lo que se entiende como la orden de que cada persona debe escribir para sí misma un rollo de la ley.

En Deuteronomio, entra un nuevo término al vocabulario bíblico: el verbo l-m-d, que significa aprender o enseñar. Este verbo no aparece ni una vez en Génesis, Éxodo, Levítico o Números. En Deuteronomio aparece diecisiete veces.

En todo el mundo antiguo no había nada similar a esta preocupación por la educación universal. Los judíos se convirtieron en el pueblo cuyos héroes eran maestros, cuyas ciudades eran escuelas y cuya pasión era el estudio y la vida de la mente.

La transformación de Moshé al final de su vida es una de las más inspiradoras en toda la historia de las religiones. De hecho, con ese acto él liberó su carrera de la tragedia. Se convirtió en líder no sólo para esa época sino para todas las épocas. Su cuerpo no acompañó a su pueblo cuando entraron a la Tierra, pero sus enseñanzas lo hicieron. Sus hijos no lo sucedieron, pero sí lo hicieron sus discípulos. Él puede haber sentido que no había cambiado a su pueblo durante su vida, pero en la perspectiva completa de la historia, los cambió más de lo que cualquier otro líder cambió a cualquier otro pueblo, convirtiéndolos en el pueblo del libro y la nación que no construyó zigurats o pirámides, sino escuelas y casas de estudio.

El poeta Shelley dijo: "Los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo".(1) Sin embargo, no son los poetas sino los maestros quienes dan forma a la sociedad, transmitiendo el legado del pasado a aquellos que construyen el futuro. Esta idea sostuvo al judaísmo por más tiempo que a cualquier otra civilización, y todo comenzó con Moshé durante el último mes de su vida.

¡Shabat Shalom!


NOTA:

(1)Percy Bysshe Shelley, "A Defence of Poetry," en "The Selected Poetry and Prose of Shelley", ed. Harold Bloom (Toronto: New American Library, 1996), 448.

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