El momento de verdad de mi madre en una iglesia mormona

15/07/2022

3 min de lectura

Mi madre recibió mínima educación judía. Pero su vida cambió cuando tuvo que defender lo que ella creía.

Mi madre fue una "eshet jail", una mujer de valor, mucho antes de saber lo que significaban las palabras que mi padre le canta todos los viernes a la noche. Durante su infancia, sus puntos de contacto con el judaísmo fueron muy pocos. Sólo al encontrarse en medio del ambiente de libre pensamiento y amor libre del campus de la Universidad de California, Riverside, comenzó a florecer su conexión con su herencia espiritual.

Eran los años 70. Por naturaleza, ella era recatada, lo que algunos jóvenes de la fraternidad llamaban una "mojigata". Al principio vivió en el dormitorio de mujeres y después se mudó a un departamento con tres compañeras mormonas.

Con ellas se sentía cómoda: conversaban sin maldecir, se abstenían del alcohol y las drogas y no se burlaban de ella por vestir faldas y vestidos que cubrían su cuerpo sin publicitarlo de manera incómoda. Su idea de una "fiesta" era tener reuniones en las que la gente mantenía conversaciones agradables, y a continuación empacaban alimentos para obras de caridad.

Un día, sus compañeras de habitación entraron al departamento temblando de emoción. Mi madre dejó su libro y se acomodó los anteojos. ¿Qué pasó? ¿Acaso alguna de ellas comenzó a salir con un chico?, se preguntó.

"No vas a poder creerlo. ¡Nuestra iglesia va a elegir a un nuevo profeta!", le dijeron.

Mi madre nunca las había visto tan emocionadas. "¿Cuándo? ¿Qué pasó?"

Ellas le contaron sobre ese evento de "una vez en la vida", cuando eligen un nuevo presidente o "profeta" de la iglesia de los santos de los últimos días. Contagiada por el celo juvenil, mi madre aceptó viajar con ellas por la carretera desde California hasta Utah, la sede de su religión.

¿Por qué no?, se preguntó. Ella era una persona curiosa y qué mejor manera de explorar una cultura que con un asiento en primera fila, literalmente. Si algo salía mal, podía cerrar la boca y mantener la cabeza baja y nadie le prestaría atención. Este enfoque introvertido de la vida le había servido hasta ese momento, ocultando su sensibilidad e inteligencia ante la gente que la intimidaba, en especial ante los hombres, que se burlaban de ella por eso.

Quienes creían que el inminente presidente mormón era el "único profeta verdadero sobre la tierra" debían ponerse de pie y levantar la palma de su mano hacia el techo. Allí fue cuando se despertó el alma judía de mi madre.

Pero después de 1070 kilómetros polvorientos y varios cambios de ropa, mi madre se encontró atrapada. Estaba sentada en la tercera fila del balcón de un salón que parecía un castillo, rodeada de miles de creyentes y decenas de cámaras y periodistas de medios de comunicación nacionales e internacionales. Alguien anunció que todos aquellos que creían que el inminente presidente mormón era el "único profeta verdadero sobre la tierra" debían ponerse de pie y levantar la palma de su mano hacia una pequeña ventana cuadrada que había en el techo, por la cual se veía el cielo azul, dando testimonio de eso ante el Creador.

Y allí fue cuando se despertó la ídishe neshama (el alma judía) de mi madre. Tú no crees en esto, no puedes hacerlo. Debes ser honesta, le dijo una voz interna. Mi madre observó a su alrededor, buscando una salida. Estaba atrapada entre sus dos amigas y, a ambos lados, chocaban contra ella una ola de manos que se levantaban en el aire, resaltadas por los rayos de luz solar que entraban por las altas ventanas.

Quizás debía pararse pero mantener la boca cerrada, o levantar su mano pero mantener la cabeza hacia abajo. Tal vez lo mejor era sentarse en su silla y rezar pidiendo que ocurriera un milagro y nadie le prestara atención. Estaba experimentando la peor pesadilla de un introvertido.

Su corazón latía a toda marcha. Sus mejillas se tiñeron de rojo y permaneció sentada, incluso cuando se dio cuenta que las personas que estaban debajo de su balcón la estaban observando a ella, la única persona que estaba sentada. Las cámaras de los noticiosos se acercaron para capturar su rostro. Los susurros de sorpresa y el furioso ruido de los periodistas escribiendo sus notas la asaltaron desde todos los ángulos. Cerró los ojos y sintió el calor de la vergüenza.

Su fotografía salió después en revistas internacionales, con comentarios que especulaban respecto a quién era esa misteriosa mujer que permaneció sentada. Mi madre se preguntaba qué fuego infernal recibirían sus compañeras de cuarto de parte de su iglesia y amigos. Pero al regresar a la habitación del hotel, ellas la consolaron y le dijeron: "No debes hacer lo que no crees".

Mi madre me dijo: "Mis compañeras me apoyaron".

Al terminar sus años universitarios, mi madre asistía regularmente a los servicios de Shabat. Tras graduarse con un doctorado en genética microbiana, dejó de lado todo y se fue a estudiar en Majón Janá, un seminario jasídico para mujeres en Brooklyn.

Mi madre, mi maestra, personifica los ideales de la mujer judía de valor. Ella es una guerrera que no se define por la glorificación de la violencia, sino por la nobleza moral de sus valores.

Su audacia al estar dispuesta a pasar vergüenza por permanecer comprometida con su verdad y su feroz coraje para vivir auténticamente, hacen que me sienta muy orgulloso de llamarla mi madre.


Crédito de la foto: Carlos Arthur M.R., Unsplash.com

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