[Historia Judía #11] El Monte Sinai

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El encuentro entre Dios y los judíos en el Monte Sinai fue un evento completamente único en la historia de la humanidad.

Pesaj suele ser descrita como la festividad de la libertad. Y en las democracias liberales, la libertad es a menudo malentendida como la posibilidad de hacer lo que quieras sin una autoridad opresiva que te diga qué hacer. Pero esa no es la forma en que la Torá y el judaísmo definen libertad.

La concepción judía de libertad es excelentemente definida por la expresión popular – “Alabados los sirvientes de Dios, que no son sirvientes del faraón” (1). Es decir, la libertad es vista como un medio para un fin, y no como un fin en sí mismo. Libertad verdadera significa estar libre de influencias y presiones externas para poder ir en busca de la máxima relación significativa con Dios (2). En el contexto específico de la historia del Éxodo, esto quiere decir estar libres de una autoridad opresiva para poder pararse frente al Monte Sinai y comprometerse a cierta responsabilidad.

¿Qué ocurrió en el Monte Sinai?

Para responder con simpleza, el pueblo judío – todo hombre, mujer y niño – tuvo un encuentro con Dios.

Fue un evento completamente único en la historia de la humanidad. La Torá misma relata, en Deuteronomio 4:33, que esto nunca ocurrió en otro lugar. Puedes revisar todos los libros de historia; nunca encontrarás una historia similar, de Dios hablándole a un pueblo entero.

Todas las demás afirmaciones de revelaciones divinas en la historia humana están basadas en la experiencia individual o, en el mejor de los casos, en la experiencia de un pequeño grupo de personas. Por ejemplo, el Islam está fundado en la doctrina de Mahoma, quien dijo que Dios le habló en una cueva y le reveló las enseñanzas contenidas en el Corán.

La noción de un pueblo entero teniendo un encuentro con Dios es única del judaísmo. Y es la única afirmación que no puede ser inventada. Porque, por ejemplo, yo podría decir que anoche tuve una visión y que Dios me habló, y si soy lo suficientemente carismático y ustedes lo suficientemente crédulos podrían creer que soy un profeta. Pero yo no puedo convencerlos de que ustedes vieron algo que saben que no vieron.

Los judíos hemos respetado la Torá por miles de años, no por los milagros u otros fenómenos sobrenaturales de la historia judía, sino porque todos nosotros estuvimos en el Monte Sinai y escuchamos hablar a Dios, y este acontecimiento fue transmitido de generación en generación (3). Maimónides, un gran estudioso judío medieval, lo resumió perfectamente cuando escribió:

El pueblo judío no creyó en Moshé, nuestro maestro, por los milagros que hizo. Si uno creyera en algo por los milagros, podría sospechar que fueron hechos mediante un truco de magia o brujería… Creemos en Moshé por lo que pasó en el Monte Sinai. Nuestros propios ojos vieron, no los de un extraño; nuestros propios oídos escucharon, no los de otro… La revelación en el Sinai es la única prueba real de que la profecía de Moshé fue verdadera y que está libre de sospechas… (Iad, Iesodei HaTorá 8:1).

La historia de la supervivencia del pueblo judío es en gran medida la historia de aquello que se denomina ‘shalshelet hakabalá’ – el proceso de transmisión de la Torá de una generación a otra.

Nace una Nación

En el Monte Sinai, el pueblo judío se convirtió en una nación. De nuevo, este es un evento único que dice mucho sobre el pueblo judío. ¿Qué es único en él?

Bueno, consideremos cómo los franceses se convirtieron en “los franceses”. ¿Se levantaron una mañana y decidieron colectivamente que les gustaba el vino blanco, el queso azul y que iban a hablar francés? ¡No! Fue un proceso largo. Como con cualquier otra nación, este proceso involucró a gente viviendo en un área geográfica determinada, por un período de tiempo prolongado y desarrollando un idioma y una cultura en común que surgieron de una experiencia histórica compartida. Eventualmente, estas personas desarrollaron una entidad política y un gobierno (con un rey a la cabeza) y definieron sus límites, izaron una bandera, acuñaron monedas y se autodenominaron "Francia".

Para los judíos, el proceso de convertirse en nación comenzó fuera de su tierra patria – de hecho, comenzó mientras estaban bajo cautiverio y en las condiciones más adversas, que fueron diseñadas especialmente para borrar toda identidad cultural o histórica. Los judíos no se convirtieron en una nación jurándole fidelidad al Estado de Israel. Una banda de esclavos fugitivos se convirtió en una nación estando al pie del Monte Sinai y diciéndole a Dios: “Haremos y escucharemos” – es decir, jurando cumplir los mandamientos de la Torá y entender con el tiempo la misión que los acompaña.

Tal como había dicho Abraham muchas generaciones antes: “Elijo vivir, y si es necesario, incluso morir, por la realidad de la existencia de Dios”; sus descendientes hicieron el mismo juramento.

Así es como los judíos se convirtieron en la nación de Israel.

Es por esto que decimos que el judaísmo no es sólo una religión – es una identidad nacional. Ser judío no es lo mismo que ser cristiano. El cristianismo es exclusivamente una creencia religiosa. Puedes ser inglés, americano, francés y seguir siendo cristiano.

No es así para los judíos.

De seguro que los judíos pueden convertirse en ciudadanos de los países en los que viven, y a menudo se ven y actúan como los demás ciudadanos, pero al mismo tiempo, tanto ellos como el resto de la gente saben que son diferentes. Si eligen negar este hecho, el resto del mundo siempre se los recordará.

Ser judío significa ser parte de un pueblo y una nación distinta, que tiene una tierra, un idioma, una historia y una misión en el mundo.

Y lo más importante es que los judíos tienen una relación específica con Dios que no es sólo una identidad religiosa/espiritual; es una perspectiva general del mundo – cómo vivir cada segundo – que es única.

La identidad nacional judía fue forjada por la experiencia en el Monte Sinai, donde nos comprometimos a una misión y a una forma específica de vida de acuerdo a los mandamientos de la Torá, que es el libro guía para alcanzar esa misión en un nivel personal y nacional (4).

El Escriba Supremo

Después de la revelación original, Moshé pasó 40 días escuchando a Dios, quien le dictó los 613 mandamientos de la Torá (que están condensados en los Diez Mandamientos) y también los detalles para ponerlos en práctica (lo que llamamos Ley Oral) (5).

Nota que lo primero que se entregó fue la Ley Oral, y que ésta ha estado exclusivamente en manos de los judíos. Los cristianos adoptaron la Ley Escrita – la Torá y las otras partes de la Biblia hebrea – como parte de sus escrituras, pero la Ley Oral permaneció únicamente judía. ¿Por qué? Porque es esta Ley Oral la que nos dice cómo vivir como judíos.

No se puede enfatizar lo suficiente cuán importante es la Ley Oral. Uno no puede vivir como judío sin ella. Este va a ser un punto importante cuando estudiemos a los grupos sectarios del judaísmo más tarde en nuestra historia.

La Ley Escrita fue escrita durante un período de 40 años, mientras los judíos vagaban por el desierto y Dios se la dictaba a Moshé. Hay mucho material en la Torá que explica lo que ocurriría más adelante durante sus peregrinaciones, por lo que es obvio que ésta no fue entregada por adelantado en el Monte Sinai; si hubiera sido así no hubiera habido libre albedrío (6).

A pesar de que la Torá – Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio – es llamada “Los Cinco Libro de Moshé”, él no fue el autor. Moshé fue el escriba – el escriba supremo. Dios se la dictó.

Pero es muy claro, y la Torá lo dice una y otra vez, que Moshé es único entre los profetas.

Y no surgirá profeta en Israel como Moshé, quien conoció a Dios cara a cara” (Deuteronomio 34:10).

La profecía es un proceso mediante el que Dios se comunica directamente con el hombre. No es algo que ocurre porque sí; alcanzarla significa que una persona es capaz de perfeccionarse a sí misma y trascender a un nivel de realidad espiritual más elevado y, por supuesto, ese nivel depende de la experiencia directa del profeta con el infinito. Casi todos los profetas se dormían o entraban en trance cuando Dios se comunicaba con ellos por medio de una visión que después transformarían en palabras. La profecía de Moshé fue única porque Dios le habló mientras estaba despierto y completamente consciente. Él “escuchó” a Dios directamente (7).

Y la Torá es considerada un dictado directo, razón por la cual los Cinco Libros de Moshé tienen una posición única entre todos los libros sagrados del pueblo judío y una autoridad única en el mundo judío.

Habiendo aprendido la Ley Oral y con los Diez Mandamientos en la mano, Moshé bajó del monte; pero lo que vio lo conmocionó a tal punto que dejó caer las tablas de piedra. Abajo, en las faldas del monte, donde unas semanas antes habían estado parados en un encuentro con Dios, los judíos estaban idolatrando a una estatua, violando directamente la ley que acababan de recibir.


Notas:

(1) Talmud, Meguilá 14a.

(2) Ver: Maharal, I Guevurot Hashem, capítulo 51.

(3) Moré Nevujím 2:35, Kuzarí 1:6, idem1:81, ídem 1:87, Iad, Iesodei HaTorá 8:1.

(4) Tosafot, Shabat 88a; Shavuot 29a; Nedarím 25a; Bereshit Rabá 87:9.

(5) Brajot 5a; Sotá 37b; Jaguigá 6a; Zevajim 115a; Séfer Hamitzvot, Shóresh 1; Iad, Haiesod HaTorá introducción.

(6) Iad, Iesodei HaTorá, introducción; Sefer Jasidim 1016; Shemot Rabá 5:18; Bamidbar Rabá 14:35; Bava Batra 15a; Menajot 30a; Guitín 60a.

(7) Iad, Iesodei HaTorá 7:1-6.

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