El sacerdote nicaragüense que me enseñó a llorar por el Templo

12/08/2024

5 min de lectura

Un momento de transformación en una remota aldea de Nicaragua.

Tuvo que venir un extraño a enseñarme cómo sentir dolor por la destrucción del Templo...

Mi hija Jennifer se unió al Cuerpo de Paz poco después de graduarse.

El proceso de inscripción al Cuerpo De Paz es interesante. Jennifer tuvo que enumerar sus tres países favoritos, pero finalmente necesitaban en Nicaragua alguien que hablara español con fluidez, así que allí la enviaron.

Cargada con una enorme mochila, un bolso y un sombrero de paja en la mano, Jennifer voló a Managua, donde la recibió un empleado del Cuerpo de Paz que la llevó a la oficina administrativa.

Primero hubo un período de capacitación que implicó vivir dos semanas con una familia anfitriona mientras aprendía los protocolos del Cuerpo de Paz y hacía los preparativos para su estadía de dos años. Jennifer solicitó un destino en el que no hubiera habido antes ningún trabajador del Cuerpo de Paz. No quería ocupar el lugar de otra persona, sino abrir su propio camino. Así fue como la destinaron a Las Palomas.

Jennifer llevaba cuatro meses viviendo en Las Palomas cuando decidí que había llegado el momento de ir a visitarla.

El vuelo de Miami a Managua fue breve y sin incidentes. En Managua, pasé a un pequeño avión de hélice, al menos tenía dos hélices. Además de mí, había otros dos pasajeros.

Niños jugando en el río

El piloto aterrizó sin problemas sobre una pista de césped. Se suponía que Jennifer me esperaría allí, pero no había señales de que alguien estuviera esperándome. Me acerqué a una mesa de picnic que había debajo de una galería (lo más cercano a un edificio en el "aeropuerto"), y me senté a esperar.

Mientras esperaba a Jennifer, me pregunté qué debería hacer si ella no llegaba. No teníamos un plan alternativo. Ante mi alivio e inmensa gratitud, Jennifer llegó corriendo poco después y casi me tumba con su abrazo.

Caminamos por el sendero por el cual ella había llegado. El camino hasta la parada del autobús fue sólo el principio de un arduo viaje. Una vez en el autobús, esperamos de pie hasta que se desocuparon dos asientos. Los pasajeros subían y bajaban con pollos vivos bajo un brazo y bolsas de comida bajo el otro.

Tras una tortuosa experiencia de varias horas en las que el autobús serpenteó por carreteras de montaña llenas de baches, finalmente llegamos a nuestra parada. Todavía no logré entender cómo supo Jennifer que la silla de madera en el cruce de los caminos de tierra era nuestra parada.

Caminamos como 1.5 km por un camino fangoso hasta que llegamos a la esquina de un mercado. "Bienvenida a Las Palomas", anunció Jennifer con orgullo.

Fue bueno que me dijera que habíamos llegado, porque lo único que yo vi fue una choza desvencijada con un cartel pintado a mano que decía "mercado". Seguimos caminando cuesta arriba, hasta que llegamos a su casa. Jennifer me sonrió dándome la bienvenida.

La casa era poco más que una caja de madera sobre pilotes. Tenía dos habitaciones, un salón y un dormitorio. La mezuzá de la puerta principal probablemente era la única en cientos de kilómetros a la redonda.

La cocina, un brasero y una mesa de trabajo con techo de paja, estaba afuera. El baño era una letrina situada colina abajo.

Jennifer me ofreció un café. Aquí no hay cafetera para un expreso. Ella tomó un machete y golpeó un tronco de mezquite hasta que tuvo un manojo de lecha. Colocó una olla de metal encima de la rejilla e hirvió agua para el café. Llevamos nuestras dos tazas al interior de la casa y nos estábamos por sentar en la mesa del salón cuando escuchamos que alguien llamaba a la puerta.

Jennifer se levantó de un salto para recibir al visitante. "Hola, padre. Pase".

Ni el sacerdote ni ninguno de los 670 habitantes de la aldea habían conocido nunca a un judío.

Entendí que se trataba de un sacerdote, no sólo porque Jennifer se refirió a él como "padre" sino porque llevaba el revelador cuello clerical.

Rápidamente Jennifer me explicó que el sacerdote estaba fascinado con su condición de judía. Ni él ni ninguno de los 670 habitantes de la aldea habían conocido nunca a un judío.

Día de clínica

Cuando el sacerdote se enteró que Jennifer era judía, le suplicó que le diera detalles sobre el Templo y los sacrificios. Jennifer le dijo que el Templo hace tiempo no existía, y por lo tanto ya no podíamos ofrecer sacrificios.

Ante el asombro de Jennifer, el sacerdote comenzó a discutir con ella, primero amablemente, y luego cada vez más agitado. Insistió en que él leía la Biblia todos los días y sabía todo sobre el Templo y las obligaciones especiales de los judíos como el pueblo elegido.

Jennifer lo calmó diciéndole que su madre llegaría en unas semanas a Las Palomas. "Ella es muy religiosa y se lo podrá explicar", le dijo.

El hombre estuvo contando los días hasta mi llegada. Ahora que estaba allí, él estaba ansioso por hablar conmigo. Hablaba muy rápido y me costaba entenderlo, por lo que Jennifer tenía que ayudarme a entenderlo.

"El sacerdote sabe que en estos días los hijos no somos tan religiosos como nuestros padres. Él pensó que yo estaba inventando historias sobre la destrucción del Templo sólo porque nunca fui por mí misma al Templo ni vi las ofrendas de los sacrificios".

El predicador dijo que dado que yo era de la vieja generación, podía darle una descripción más exacta del Templo Sagrado. ¿Acaso los sacerdotes vestían las prendas descritas en la Torá? ¿Podía describirle en detalle todos los aromas de los sacrificios y del incienso?

Estaba estupefacta. El sacerdote, que había crecido en Las Palomas, un pueblo sin electricidad, no tenía ninguna exposición a los medios de comunicación. Pero sin duda la noticia de la destrucción del Templo tenía que haber llegado en algún momento de los últimos 2.000 años a Las Palomas.

El sacerdote se sentó frente a mí, mirándome fijamente para determinar si yo también decía la verdad. Le expliqué que los babilonios habían destruido nuestro Templo Sagrado, que fue reconstruido 70 años más tarde y que los romanos volvieron a destruirlo unos 400 años después.

Ante mi asombro, el predicador comenzó a sollozar. Observé, perpleja, cómo apoyaba la cabeza sobre sus manos y lloraba con toda su alma. De repente se levantó de un salto y me suplicó que le dijera por favor que no era cierto, que el Templo seguía existiendo en Jerusalem.

Luego, agotado, volvió a sentarse, apoyó la cabeza sobre la mesa y nos pidió que lo dejáramos unos minutos a solas. Jennifer y yo salimos afuera, pero a través de las ventanas oímos sus dolorosos sollozos y luego sus súplicas… no estoy segura a Quién.

Eventualmente, el sacerdote salió de la casa con la cabeza gacha y secándose las lágrimas con su manga. Ni siquiera pudo despedirse diciéndonos "adiós". Caminó arrastrando los pies por el camino. Su vida había sido alterada para siempre.

Para mí fue un momento clave. Si tan sólo yo pudiera llorar como él lo hizo por la destrucción del Templo… Cada Tishá BeAv, recuerdo su rostro lleno de lágrimas y sus ojos enrojecidos, y todavía más su expresión de genuino dolor al oír la trágica noticia de que ya no teníamos nuestro Templo Sagrado. Ahora yo también lloro en Tishá BeAv.

Qué lamentable que yo nunca pude sentir la pérdida de esa manera e hiciera falta un sacerdote de Nicaragua para inspirarme de forma tangible, para mostrarme cómo llorar verdaderamente por la pérdida del Templo.


La versión original de este artículo apareció en la revista "Ami".

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
4 Comments
Más reciente
Más antiguo Más votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
julio
julio
19 días hace

Y aquí estoy ahora, llorando igual por esta historia que me abre el corazón. Shalom

Mauricio Tub
Mauricio Tub
28 días hace

Existen muchos casos análogos.
Tal vez este señor tenga antepasados Judíos sin tener ni idea.
Brajot

Blanca Guzmán
Blanca Guzmán
30 días hace

Soy nicaragüense,conozco el Judaísmo ,y también lloro por todas las tragedias del pueblo judío que está tan dentro de mi corazón

Benjamin
Benjamin
30 días hace

¡Qué bella historia! Muchas veces la inspiración puede venir de cualquier lado, incluso de personas que no practican o sienten cercanía a la Torá. Muy bello artículo.

EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.