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Cuando supe por lo que mi madre había pasado, entendí por qué ocultó su judaísmo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, mis padres católicos polacos escaparon de la Europa destruida hacia Canadá para dar a su familia un futuro mejor. El ayer no importaba. Nadie hablaba sobre el pasado. Cuando visitábamos a otras familias polacas católicas, a nuestros padres no les importaba qué hacíamos los niños. Lo único que importaba era que habláramos un poco de polaco y recordáramos rezarle a Jesús.
Pero el pasado era lo que los niños polacos canadienses teníamos en común. La Segunda Guerra Mundial flotaba sobre nosotros como una sombra mortal, una tierra de nadie donde no nos atrevíamos a entrar. Nuestros padres se habían conocido en campos de refugiados en Múnich, después de la guerra. Algunos de nuestros padres habían visto la acción; nuestras madres habían trabajado en cosas de baja categoría y habían visto nazis y bombardeos. Sus recuerdos eran como sensibles minas terrestres. Un paso en falso y todos quedaríamos atrapados en una explosión de esvásticas, sangre y fantasmas. Así que nos manteníamos en silencio.
Dorota Milstein/Joanna Litniowska en Berchtesgaden, Alemania, 1943.
En las reuniones sociales, nuestros padres nos agasajaban con comida y amor. Todos tenían el mismo acento dulce y susurrante, y hablaban rápido pero con cuidado. Todos tenían títulos universitarios, así es que la escuela y nuestras clases de música eran importantes. Mi madre parecía encajar perfectamente, con su talento para las obras maestras de piano de Chopin. Sus dedos largos se deslizaban por el teclado con facilidad y yo pensaba que ella tan contenta como todos los demás.
Esas reuniones polacas le causaban a mi madre ansiedad y tristeza. Porque no era uno de ellos. Ella era judía.
Un domingo de pascua cuando yo tenía como 11 años, fuimos a cenar a casa de los Adamczewski. Mi madre tocó algunas de sus piezas favoritas de Chopin y oí a Adamczewski murmurarle a su esposa: “Sólo un verdadero polaco puede tocar Chopin”. Pensé que era un gran cumplido, pero mi madre bajó la mirada, aclaró su garganta y desapareció en la cocina.
Entonces no entendía que esas reuniones polacas le causaban a mi madre ansiedad y tristeza. Porque ella no era uno de ellos.
Ella era judía.
Debería haberlo sabido. Muchas salidas con nuestros amigos polacos católicos eran causa de conflicto entre mis padres. Cómo Fulano la ignoraba; otros dos conspiraban algo en su contra; había cuchicheos aquí y allá, seguramente sobre ella. Yo sabía que mi madre siempre estaba muy tensa y malhumorada, fruto de sus experiencias en la guerra y la familia que había perdido. Mis padres discutían a menudo y a veces el conflicto duraba días. Ella lo acusaba de antisemitismo, pero yo nunca lo escuché decir ni una palabra en contra de los judíos. Yo era la mayor admiradora de Barbra Streisand y mi padre ni siquiera pestañeaba.
Mis padres no me ocultaban sus batallas y yo intentaba, infructuosamente, apaciguar sus peleas. Al final me iba a mi cuarto, lloraba hasta no poder más y me preguntaba si yo había hecho algo mal. “¡Nunca me voy a casar!”, explotaba después de una desagradable ronda de agresiones.
“Mira lo que has hecho”, acusaba mi padre a mi madre.
“¿Yo? Tus amigos son reptiles y lo sabes”, le respondía ella.
“Tú siempre tienes la razón, toda la razón”, le decía sarcásticamente y se retiraba a su taller, dejando atrás un rastro de humo de pipa y angustia.
En la declaración jurada, mi madre declaraba inequívocamente que había nacido en la fe judía y aunque se había convertido al catolicismo, mi padre seguía denigrando sus orígenes.
Nunca nadie le pegó al otro, pero no tenían que hacerlo. Sus armas eran palabras que ardían y acuchillaban. No se derramó sangre, pero llovieron lágrimas. Eventualmente se reconciliaban y seguían como si nada. Habría otra fiesta o cena, en donde festejaríamos con los amigos polacos católicos que nos colmaban de amabilidad y comida suntuosa. ¿Cómo podía mi madre llamar reptiles a esas buenas personas? Yo quería a mi madre, pero pensaba que estaba paranoica.
Finalmente, tras 41 años de tormentoso matrimonio, mis padres se separaron. Yo tenía 34 años y no me sorprendió. Su turbulenta relación les hizo dormir en cuartos separados. Fue entonces cuando descubrí la verdad. En una declaración jurada entregada a mi padre, mi madre reclamaba ayuda económica. En la declaración jurada, mi madre declaraba inequívocamente que ella había nacido en la fe judía y aunque se había convertido al catolicismo, mi padre seguía denigrando sus orígenes.
Mi madre
¿Como era eso posible? ¿Mi madre era judía? Eso nunca se había mencionado en todas las peleas y escaramuzas. Y ninguna de las enfadadas palabras que se decían eran antisemitas. Nunca dijeron nada sobre judíos. Lo más importante era que yo sabía que si mi madre era judía, aunque ella se hubiera convertido al catolicismo, yo también era judía. Tan judía como Barbra Streisand.
Descubrir que mi madre era judía fue una sorpresa mayor que el divorcio de mis padres. No tenía sentido. Esto era Canadá, en donde reinaba el multiculturalismo, cualquiera podía venerar a quien quisiera.
Al principio, acudí a mi padre, quien admitió que mi madre era judía, pero negó que yo pudiera serlo. “Tú fuiste bautizada, hiciste la Primera Comunión”, tartamudeó incrédulo. “¿Por qué quieres ser judía?”
Mi querido papá continuó diciendo: “Los judíos, son todos comunistas. Ellos fueron responsables por la muerte de muchos de mis amigos. Nunca tuvieron trabajos verdaderos, sólo eran prestamistas”.
Mi querido papá continuó diciendo: “Los judíos, son todos comunistas. Ellos fueron responsables por la muerte de muchos de mis amigos. Nunca tuvieron trabajos verdaderos, sólo eran prestamistas”.
Yo estaba estupefacta y ahora entendía por qué mi madre estaba tan ansiosa en los eventos católicos polacos. Esos amigos, esos “reptiles”, sabían que ella era judía. El antisemitismo seguía vivo en la comunidad polaca de Toronto.
También mi madre se rehusó a creer que yo fuera judía, por las mismas razones que mi padre. Me llevó tiempo convencerla. Cuando supe por lo que había pasado, entendí por qué había ocultado su judaísmo.
Mi madre nació como Dorota Milstein en Czestochowa, Polonia, y sus padres eran judíos asimilados. Maurycy Milstein y Bronislawa Dawidowicz educaron a su hija con amor. Ella estaba rodeada de tías, tíos y primos cariñosos.
Pero todo cambió en septiembre de 1939. Los Milstein estaba en Lwów cuando los soviéticos invadieron la ciudad. Dos años después, entraron los nazis. Maurycy y Bronislawa fueron asesinados y mi madre de 25 años quedó sola. Ella escapó del gueto de Lwów el día que iba a ser liquidado, usando un alias gentil.
Foto: (de izquierda a derecha) Mi abuelo, Maurycy Milstein; mi abuela, Bronislawa Dawidowicz Milstein; mi madre, Dorota Milstein; mi bisabuela Rivka Milstein, 1929. Sólo sobrevivió mi madre, Dorota.
Ahora, como una buena joven polaca católica, Joanna Litniowska, mi madre logró llegar a Berchtesgaden, a tan sólo cuatro kilómetros del cuartel general de verano de Hitler, y encontró trabajo en el hotel Schiffmeister. Ese era un lugar favorito de Hitler y su amante, Eva Braun. ¿Qué hubieran dicho de haber sabido que había una judía trabajando en el hotel, apenas a unos pasos de ellos?
Una vez liberada por los Aliados, Joanna Litniowska se convirtió nuevamente en Dorota Milstein. Ella conoció a su futuro esposo y mi padre, Andrew Lagowski, en un campo de refugiados en Múnich, se convirtió al catolicismo y llego a Canadá.
Pero mi madre nunca olvidó lo que había pasado. Mi madre, a quien llegué a considerar como Dorota/Joanna, me educó con amor y ternura, a pesar de los horrores que había sufrido. No podría estar más orgullosa de ella.
Hoy en día, he desarrollado una fuerte consciencia judía. Asisto a la sinagoga para las Altas Fiestas, celebro las festividades judías y uso una estrella de David. Compré en la sinagoga local placas de iortzait para mi madre y sus padres e ingresé sus nombres en la base de datos de Yad Vashem. Después de rastrear mi genealogía, descubrí a unos primos judíos viviendo a sólo 20 minutos de distancia.
Foto: Con mis primos en un Bar Mitzva, noviembre del 2019.
Ahora sé que pertenezco a una nación de personas que han sobrevivido y prosperado a pesar de haber sido perseguidos durante siglos. Llegué a entender y abrazar los valores judíos. Me gusta contribuir a la comunidad, defender a Israel y contraatacar enérgicamente al antisemitismo, la intolerancia y el racismo.
Mas que nada, cuento la historia de mi madre una y otra vez. Doy charlas en grupos Hadassah, sinagogas, eventos judíos, escuelas judías, radio, televisión, podcast, en donde sea que me lo pidan. Estoy obsesionada con el Holocausto y la historia judía polaca, asisto a seminarios, leo libros y escribo para medios de todo el mundo. Mi madre fue una mujer judía que nunca pudo perder su origen, a pesar de haber deseado tener una familia libre de su turbulenta historia.
Su valor, su resolución, la sacaron del Holocausto. Ella siguió una luz de esperanza y logró alcanzar sus sueños.
No podía saber que su hija descubriría su historia y la contaría al mundo. Pero espero que estuviera orgullosa.
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y ahora que descubrio que es Judia esta señora como funciona religiosamente?, se caso? tiene hijos?
Obviamente esta orgullosa!!!
Ella tomó una decisión que, en lo mas profundo de su ser, lamento pero surgio de su necesidad de sentirse protegida.
Pero Hashem te dio a ti una oportunidad de regresar a tu pueblo y proclamarlo, lo cual estas haciendo con toda convicción y sinceridad.
Desde su lugar en el Cielo, todos tus antepasados están orgullosos de ti, así como tu pueblo.