[Historia Judía #25] El Segundo Templo

7 min de lectura

El Templo Sagrado fue reconstruido, pero no era lo mismo sin el Arca del Pacto.

La reconstrucción del Templo, que comenzó con Ciro cuando los persas conquistaron el imperio babilónico y luego fue interrumpida durante 18 años, continuó con la bendición de Darío II, el rey persa que según la tradición era hijo de Ester.

El trabajo fue completado en el año 350 AEC y el Templo fue nuevamente inaugurado. Pero no era lo mismo.

La intensa espiritualidad del Primer Templo no podía ser comparada con la del Segundo. Los milagros abiertos constantes se habían acabado y la profecía desaparecería durante los primeros años del Segundo Templo. El Arca del Pacto ya no estaba y, pese a que había un Kodesh Kodashim (Santo Sanctorum), éste estaba vacío.

El Arca —aquel cofre de madera de acacia bañado en oro que había contenido las tablas de los Diez Mandamientos— era el lugar en el cual la Shejiná, la Presencia de Dios, descendía del cielo entre las alas extendidas de los dos querubines de oro. ¿Qué fue lo que paso con ella? El Talmud presenta dos opiniones (1). Una opinión dice que los babilonios la tomaron, y la otra dice que fue escondida por el rey Ioshiahu, quien había anticipado la inminente invasión y destrucción de Jerusalem.

Hay una historia muy conocida en el Talmud que trata sobre un cohen, un sacerdote, que encontró una piedra suelta en el Monte del Templo y se dio cuenta que allí es donde el Arca estaba escondida. Pero cuando iba camino a decirle a otros, el cohen murió (2). El punto de la historia es que el Arca no debía ser encontrada. No todavía.

Ezra y Nejemia

Los judíos que reconstruyeron el Templo en Jerusalem se enfrentaron a muchos desafíos y dificultades. Un fuerte liderazgo era esencial tanto para poder reconstruir el Templo como para restablecer una comunidad fuerte.

Dos individuos jugaron un rol crítico en el restablecimiento de la comunidad judía en Israel. Uno de ellos fue Ezra.

Escriba, erudito y líder de la comunidad judía de Persia, Ezra, quien era cohen, escuchó que la comunidad judía en Tierra Santa estaba teniendo dificultades sin rey ni profeta. Entonces, tomó con él a 1496 hombres selectos que tuviesen capacidad de liderazgo y fue al rescate.

Ezra era tan versado en el Talmud que sobre él está escrito que “la Torá podría haber sido entregada a Israel por medio de Ezra, si no fuera porque Moshé lo precedió” (Sanedrín 21b).

Ezra se hizo merecedor de esta elevada alabanza por la reconstrucción espiritual del pueblo judío y por sus esfuerzos para reinstaurar la ley de la Torá en la tierra de Israel.

Entre sus reformas más dramáticas estuvo su guerra en contra de la asimilación y el matrimonio mixto.

De hecho, el Libro de Ezra condena a todos los hombres de Israel que se habían casado con mujeres no judías, y da los nombres de cada uno de ellos: eran 112 en total (Ezra 10:18-44).

Probablemente te preguntarás: ¿cuál es el problema? Después de todo, sólo 112 se fueron del camino. Hoy en día, millones de judíos se casan con personas de otras religiones, y en muchos lugares la tasa de matrimonios mixtos es superior al 50%. Pero la diferencia es que hace 2.500 años, el hecho que incluso un sólo judío se casara fuera de su religión era una atrocidad. Hoy en día la sociedad lo acepta como algo normal; las llamadas congregaciones "progresistas" están incluso buscando rabinos que oficien bodas mixtas, para darle legitimidad a algo que la Torá condena en repetidas ocasiones y que podría causar la muerte del pueblo judío.

Gracias a los esfuerzos de Ezra, esos matrimonios mixtos fueron disueltos. Todo el pueblo se reunió en Jerusalem —hombres y mujeres de todo el país— y la Torá fue leída en voz alta. Al final, todos los presentes se comprometieron a no casarse con personas de otras religiones, a respetar la Torá y a fortalecerse espiritualmente (3).

La otra personalidad importante de esa época fue Nejemia, el líder de la comunidad judía de Babilonia y oficial del Emperador Darío II. Si bien Ezra había conseguido fortalecer espiritualmente a quienes habían vuelto, Jerusalem aún carecía de murallas y estaba desprotegida. Trece años después de la llegada de Ezra llegó Nejemia, habiendo sido designado gobernador por Darío. Después de inspeccionar Jerusalem, Nejemia anunció: "Vengan, construyamos las paredes de Jerusalem para que ya no seamos un objeto de burla" (Nejemia 2:17). A pesar de los esfuerzos de los pueblos circundantes para impedir su construcción, la muralla logró ser completada. Espiritual y físicamente fortificada, Jerusalem prosperaría y su población se expandiría.

Vacío espiritual

A pesar de los esfuerzos de Ezra (y de otros líderes) el Templo era, en el plano espiritual, una sombra de lo que solía ser en el pasado.

Quienes volvieron de Babilonia no estaban en condiciones de construir el Templo con tanto esplendor como lo había hecho el Rey Shlomó. Eventualmente (cerca del año 30 AEC), éste sería reconstruido nuevamente por Herodes el Grande y se convertiría en una estructura espectacular, pero a pesar de que llegaría a ser hermoso estéticamente, espiritualmente estaría vacío en comparación al Primer Templo. Y aunque había Sumos Sacerdotes, esta institución terminaría corrompiéndose.

De acuerdo al Talmud, durante el período del Primer Templo —unos 410 años— sólo hubo 18 Sumos Sacerdotes, mientras que durante el período del Segundo Templo —que duró 420 años— ¡hubo más de 300 Sumos Sacerdotes! Sabemos (del Talmud, Yomá 9a) que Iojanán fue Sumo Sacerdote durante 80 años, Shimón lo fue durante 40 años e Ishmael ben Pabi lo fue durante 10 años. Eso significa que en los 290 años restantes hubo al menos 300 Sumos Sacerdotes, es decir, alrededor de uno por año. ¿A qué se debió esto?

El Talmud nos dice que la entrada al Kodesh Kodashim estaba prohibida excepto en Iom Kipur. Sólo en ese día el Sumo Sacerdote entraba para realizar un rito especial ante Dios, pero si él no era espiritualmente puro y no lograba concentrarse, no podía tolerar el intenso encuentro con Dios y moría en el instante. Sabemos que durante el período del Segundo Templo ataban una soga alrededor del Sumo Sacerdote para que, en caso de que muriera, pudieran sacarlo del Kodesh Kodashim.

Dado que el puesto de Sumo Sacerdote fue una posición corrupta durante la mayoría del período del Segundo Templo, los Sumos Sacerdotes morían o eran reemplazados cada año (4). Y pese a esto, la gente quería el puesto, el cual era asignado a quien ofrecía más dinero por él. Cabe preguntarse entonces: Si moriría en Iom Kipur, ¿quién querría el trabajo? Una posible respuesta es que muchos de los candidatos creían firmemente que su forma incorrecta de servir en el Templo era, en realidad, la forma correcta de hacerlo (5). Así de mal estaban las cosas.

Fin de la profecía

¿Por qué estaban tan mal las cosas?

En gran parte porque la profecía había desaparecido y no había una fuerte autoridad central.

Mientras hubo profetas y un fuerte liderazgo, la herejía era escasa. Un profeta podía hablar con Dios y enderezar al hereje inmediatamente. Nadie podía negar las doctrinas básicas del judaísmo frente a la profecía y a los milagros abiertos. En el período de los Jueces y del Primer Templo, una persona siempre tuvo la posibilidad hacer uso de su libre albedrío y decidir rechazar el judaísmo, adorar ídolos e incluso utilizar la impura espiritualidad de la idolatría para hacer magia y adivinación, pero la presencia de los profetas y de un fuerte liderazgo hizo prácticamente imposible socavar la filosofía y las prácticas del judaísmo.

Pero cuando la profecía desapareció y la autoridad central se debilitó, la gente se descarrió y muchas instituciones sagradas (como el Sumo Sacerdocio) se corrompieron.

La profecía desapareció porque el pueblo judío había dañado su relación con Dios. Eran espiritualmente más débiles y no podían realizar el mismo intenso trabajo espiritual que se requería para alcanzar la profecía (6). Para ser un profeta debes perfeccionarte espiritualmente, debes tener un autocontrol absoluto. Es la máxima expresión judía de ser un ‘gran hombre’. Nuestros sabios dicen: “¿Quién es un gran hombre? Quien conquista su inclinación negativa (quien se controla a sí mismo)” (Ética de Nuestros Padres 4:1).

La profecía, de acuerdo al entendimiento judío, no es sólo la habilidad de predecir el futuro. Es un estado de trascendencia del mundo físico; significa que el profeta ha entrado a un plano tan elevado de entendimiento que puede comunicarse con lo Infinito y acceder a información inaccesible para las personas normales.

Moshé fue el profeta más grandioso y alcanzó el nivel más alto de profecía humanamente hablando. Pero hubo muchos otros —cientos de miles, de acuerdo al Talmud— que alcanzaron niveles menores de profecía. En la historia de Shaul vemos cómo el pueblo judío se aconsejaba con los profetas respecto a todos los temas, incluyendo objetos perdidos. Pero ese fenómeno desapareció durante los primeros años del Segundo Templo. “Después de la muerte de los últimos profetas, Hagai, Zacarías y Malají, el espíritu profético desapareció del pueblo judío...” (Yomá 9b) (7).

Si alguien está interesado en saber cómo convertirse en un profeta, hay un libro de instrucciones a disposición, La senda de los justos, y fue escrito en el siglo 18 EC por el grandioso cabalista Rav Moshé Jaim Luzzatto, conocido también como el Ramjal. Es un manual de instrucciones para llegar al control absoluto de uno mismo física, emocional y espiritualmente, de forma tal de poder trascender este mundo y convertirse en un profeta. En su libro El camino de Dios, Rav Luzzatto define con claridad el concepto de profecía:

La profecía verdadera consiste en que el hombre obtenga un apego y conexión con Dios en vida, y esto es un alto grado de perfección. No obstante, esto viene acompañado de cierto conocimiento y discernimiento. A través de la profecía uno puede obtener un conocimiento verdadero de muchos conceptos muy elevados de los secretos ocultos de Dios, los cuales pueden ser percibidos claramente… Parte de la carrera de un profeta puede incluir ser enviado por Dios a una misión (8).

Pero incluso si aprendes ese libro a la perfección seguirás sin ser un profeta. ¿Por qué? Porque la profecía sólo es posible si el resto del pueblo judío también está elevado espiritualmente.

Como individuo puedes alcanzar un nivel extremadamente alto, pero hay un límite. Para llegar a la cima y atravesar el umbral, debes “pararte sobre los hombros” del pueblo judío; tiene que haber un nivel mínimo de espiritualidad en toda la nación sobre el cual puedas apoyarte para alcanzar el nivel de profecía. Si la nación cae por debajo de ese nivel, de ese umbral, no importa cuánto te pares sobre la punta de tus pies y te estires, no lo lograrás. Y veremos que, durante el período del Segundo Templo, el pueblo judío cayó por debajo de un cierto nivel de espiritualidad y esto no pudo revertirse durante aquella época.

Como vimos en la historia de Purim, en la época del Segundo Templo la presencia de Dios estaba oculta, al igual que el Arca del Testimonio y la profecía.

El Talmud dice que había individuos en ese tiempo que, de haber vivido antes, habrían sido profetas. “Hay uno entre ustedes que merece que la Shejiná (Presencia Divina) repose sobre él como lo hizo sobre Moshé, pero esta generación no lo merece” (Sanedrín 11a). La puerta de la profecía se cerró frente a las narices del pueblo judío, y sabemos que no volverá a abrirse sino hasta la época mesiánica.

Luego de la destrucción del Primer Templo, cuando fue evidente que el pueblo judío estaba debilitándose espiritualmente, un grupo de líderes sabios se reunió —expandiendo el Sanedrín, la Corte Suprema Judía, de 70 a 120 miembros— con el objetivo especial de preservar y fortalecer el judaísmo en la diáspora y después de ella. Ellos fueron los Hombres de la Gran Asamblea.


1) Ver Talmud, Yomá 52b-53b.
2) Talmud, Yomá 53b
3) Nejemia 10:30-31.
4) Ver Talmud, Yomá 9a.
5) Ver Talmud, Yomá 19b. Allí hay un relato sobre un Sumo Sacerdote saduceo que murió debido a sus acciones impropias dentro del Kodesh Kodashim.
6) Ver Rashi en Shir HaShirim 6:5.
7) Ver también Talmud, Sanedrín 11a.
8) Luzzatto, Dérej Hashem III: 3:4 y III: 4:6; ver también Talmud, Nedarim.

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