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Los siete brazos representan los siete canales de expresión espiritual, que pueden ayudarte a cambiar para siempre.
El Templo de Jerusalem, donde los judíos tenían una conexión especial con Dios, fue destruido hace 2.000 años. Cualquier debate sobre él en la actualidad debe parecer arcano. ¿Qué tienen que ver símbolos del Templo con nuestra vida colectiva moderna? ¿Todavía pueden influirnos?
Uno de los utensilios especiales del Templo, que sigue formando parte de nuestra identidad, es la menorá.
La menorá también forma parte de Janucá (aunque la janukiá, o menorá de janucá, tiene 8 brazos y un shamash en vez de 7) y, a menudo, encenderla es la única mitzvá que todavía conecta a personas que están muy alejadas del judaísmo con su herencia.
Al igual que los otros utensilios que estaban en el santuario, la menorá tiene un valor simbólico. Es un reflejo de la forma en que el alma se expresa en este mundo. La menorá refleja el fuego del alma y su incesante deseo de elevarse hacia la fuente. Los siete brazos representan los siete canales de autoexpresión espiritual.
¿Qué es exactamente esa autoexpresión espiritual?
El término es difícil de precisar. Podemos hacernos una idea de su significado mirando hacia nuestro interior.
Nuestras identidades son enormemente complejas. Cuando le preguntas a un niño: “¿Quién eres?”, la respuesta suele asociarse con lo físico, como “Soy una niña”. Cuando formulamos la misma pregunta a una persona de 30 años, la respuesta suele asociarse con lo intelectual o profesional: “Soy abogado”.
Sin embargo, todos sabemos que nuestro sentido del yo no está ligado a nuestros cuerpos siempre cambiantes ni a nuestras proezas intelectuales. Tenemos una identidad antes de tener una profesión.
Nuestros anhelos más básicos de amor, significado y verdad son aspectos de nuestras almas, no de nuestros cuerpos ni de nuestras carreras. Nuestras otras facetas espirituales incluyen la sensación de que la vida es algo más que vivir el momento: un sentido de humildad, un deseo de relaciones estables y significativas, y el anhelo de entregarnos totalmente. Sin esto, sufrimos la frustración de vivir en un vacío espiritual.
Esos son los brazos espirituales de la menorá en nuestro interior. ¿Qué ganamos al darles expresión física? ¿Y cómo el hecho de construir y encender la menorá nos ayuda a cambiar?
La Torá nos dice que el propósito del santuario, de cada artículo que había dentro de él, era volver sagrado al pueblo judío.
La palabra “sagrado” es complicada. La raíz de la palabra hebrea kadosh, normalmente traducida como 'santo' o 'sagrado', literalmente significa 'separado'. ¿Pero separado de qué? La respuesta judía es: separado de todo lo que nos limita.
Nuestras perspectivas están limitadas por el tiempo, el espacio y, obviamente, por nuestros propios deseos y subjetividad. La Torá abre nuestro paisaje interior. En la Torá, Dios nos dice: “Harán un santuario para Mí, y Yo residiré entre ustedes”.
Parecería más apropiado que la Torá hubiera dicho: “Harán un santuario y Yo habitaré en él” y no “entre ustedes”. Pero esta expresión comunica que el acto físico de construir el santuario provocaba cambios espirituales en ellos mismos.
Y también aprendemos que los actos físicos realizados dentro del Templo, como encender la menorá, hacían lo mismo.
¿Cómo un acto físico logra un objetivo espiritual?
En la famosa obra filosófica La guía de los perplejos, Maimónides dice que podemos comprender la razón por la que Dios nos dio una mitzvá determinada observando el efecto que tiene esa mitzvá.
Maimónides dice que las mitzvot de la Torá innegablemente tienen un efecto. El foco del efecto de las mitzvot no es el mundo exterior sino el mundo interior: el mundo de la menorá. Él nos dice que las mitzvot producen cambios profundos en nuestra identidad. Cada mitzvá presenta medios específicos de autoexpresión y cambio.
Maimónides divide la posible influencia de cualquier mitzvá en cuatro grupos:
Aunque muchas mitzvot pertenecen a más de un grupo, lo que tienen en común es que afectan al individuo utilizando como medio el mundo real. Los sentimientos y pensamientos se fundamentan y concretan.
¿Qué tiene que ver esto con la menorá?
Nada es a la vez más real y efímero que nuestros anhelos y nuestras luchas. El mensaje es que debemos hacer algo al respecto. Debemos dar voz a nuestra identidad más profunda. No debemos tener miedo de buscar, pero eso nunca debe ser el final de nuestro camino.
Los macabeos encendieron la menorá cuando lograron entrar al Templo después de que fuera profanado por los griegos. El Segundo Templo, que había sido construido con un enorme fuego espiritual bajo el escudo de los profetas Ezra y Nejemías, se había convertido en una casa para los ídolos griegos.
La derrota de los griegos fue mucho más que una milagrosa victoria militar. Fue una victoria del espíritu de Israel. Cuando volvieron a encender la menorá, ella reflejó su absoluto compromiso de ir más allá de los límites que el racionalismo griego y su paganismo colocaron sobre el espíritu humano.
Los macabeos no expresaron sólo el espíritu de la ley, sino que insistieron en la precisión de cada detalle concreto. No usaron aceite que no tuviera el sello del Sumo Sacerdote. Sus mentes, sus espíritus, sus emociones y sus cuerpos debían recorrer el mismo camino.
Una de las lecciones más perdurables de Janucá es que la luz que encendieron perduró. Miles de años más tarde, sin importar cuánta oscuridad nos rodee, seguimos encendiendo la menorá. Seguimos sabiendo quiénes somos y quiénes podemos ser.
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