El sonido del cielo

10/09/2024

9 min de lectura

El shofar nos dice que podemos deshacer nuestro pasado y reinventarnos a nosotros mismos.

Desde mi temprana infancia, tengo un recuerdo de haber estado junto a mi madre en la sinagoga mientras sonaba el shofar. Un sentimiento de respeto y temblor descendía en la congregación mientras el llamado del shofar resonaba contra las paredes. El tiempo no corría, nadie se movía. Y a pesar de que yo era pequeña, estaba extasiada por la santidad de aquello.

En un instante, nuestra fe cambió. Nuestra sinagoga se volvió un nostálgico recuerdo que nos envolvía en la sofocante oscuridad del campo de concentración nazi, Bergen-Belsen. Pero incluso en ese infierno, mientras Rosh Hashaná de 1944 se acercaba, añorábamos escuchar el antiguo sonido del shofar, y estábamos preparados para hacer cualquier sacrificio para ver nuestro sueño cumplido.

Luego de heroicos esfuerzos y un gran riesgo y sacrificio, logramos recolectar 200 cigarrillos, los cuales intercambiamos por un shofar.

Adyacente a nuestro campo húngaro, estaba el polaco, y ellos de alguna manera se enteraron de nuestro tesoro. Cuando Rosh Hashaná llegó e hicimos sonar el shofar, nuestros hermanos del campo polaco se acercaron a la valla que nos separaba para poder escuchar también su llanto desgarrador. Los nazis vinieron corriendo y nos golpearon sin misericordia, pero incluso mientras recibíamos los golpes, dijimos llorando, “Bendito eres Tú, Señor nuestro Dios, Rey del universo, quien nos santificó con sus preceptos y nos ordenó escuchar el sonido del shofar”.

Muchos años después estaba dando una conferencia en Israel, en Neve Aliza, una ciudad en Samaria, justo antes de las altas festividades, y relaté esta historia del shofar en Bergen-Belsen. Cuando terminé, una mujer de la audiencia se levantó, tenia un rostro fuerte y apuesto, y aparentaba ser un poquito mayor que yo.

El milagro de aquel shofar nos dejó sin aliento.

“Ese shofar del que hablas”, dijo ella, “sé exactamente a lo que te refieres porque verás, mi padre era el rabino del campo polaco. Tú no debes saber esto, pero el shofar fue pasado de contrabando a nuestro campo y mi padre tocó con él”.

La miré boquiabierta. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No había palabras para expresar el temor reverente que llenó mi corazón.

“Tengo ese shofar en mi casa”, dijo, y con eso, ella corrió a su casa y volvió unos minutos después. Lloramos, nos abrazamos, y recordamos, todo el tiempo tomando el shofar en nuestras manos.

El milagro de aquel shofar nos dejó sin aliento. Todo el mundo nos había declarado muertos. La “solución final” de Hitler nos había transformado en víctimas. Millones de judíos fueron gaseados y quemados en los crematorios, pero el shofar triunfó sobre las llamas. Y como reivindicación del triunfo, Dios me otorgó el privilegio de redescubrirlo en Eretz Israel, en las antiguas colinas de Samaria. Quién lo hubiera creído: un shofar de Bergen-Belsen en nuestra tierra santa, sostenido por dos mujeres quienes eran pequeñas niñas en los campos, y quienes, según cualquier lógica deberían haber perecido en las cámaras de gas. Después de casi 2000 años de deambular, opresión, tortura y holocausto, regresamos a nuestra tierra y el shofar nos acompañó. ¿Quién lo hubiera creído?

¿Qué hay con respecto al shofar que es tan especial? ¿Por qué es obligatorio que cada judío escuche su llamado? ¿Cuál es el significado detrás de esos sonidos primitivos y fascinantes? ¿Qué les da el poder de entrar en nuestra recóndita alma? ¿Y por qué la Torá designa a esta festividad como “Iom Teruá”, “Día del Shofar”, en vez de Rosh Hashaná, año nuevo?

Rosh Hashaná es el día del juicio, cuando todos nosotros nos paramos en juicio frente a Dios. Los libros están abiertos, nuestras vidas son examinadas y cada acto, cada palabra, es cuidadosamente examinada. ¿Quién vivirá? ¿Quién morirá? ¿Quién tendrá facilidades? ¿Quién será atormentado? ¿Quién será elevado? ¿Quién será degradado? La lista continúa. ¿Quién no temblaría en este día? De hecho, nuestros hermanos judíos que se han distanciado de nuestra fe, en Rosh Hashaná, algo los trae de vuelta. Ciertamente alguna vez, aunque haya sido sólo por un par de minutos, fueron a la sinagoga a escuchar el sonido del shofar.

Mi marido, Rabí Meshulem HaLevi Jungreis, de bendita memoria (también sobreviviente del holocausto) fue uno de los pioneros de Long Island, Nueva York. Para la mayoría de la gente en nuestra comunidad, rezar era un concepto ajeno y era una lucha conseguir un minian diariamente. Pero en Rosh Hashaná, teníamos que abrir las paredes móviles que daban a un salón adyacente para acomodar a toda la gente. Mi marido ponía toda su energía en esos servicios de Rosh Hashaná. Él estaba determinado a tocar el corazón de incluso el más alejado de la congregación para que esos “visitantes” de Rosh Hashaná se volvieran judíos de todos los días. Cuando el volvía de la sinagoga, su camisa estaba llena de transpiración, estaba totalmente exhausto, pero en vez de relajarse y descansar hasta los servicios de la noche, con el shofar en la mano, él visitaba a los enfermos de la congregación así ellos también podrían escuchar esos sonidos sagrados.

¿Qué es lo que impulsaba a mi marido a hacer ese sacrificio, ignorar su fatiga y caminar de casa en casa haciendo sonar su shofar? ¿Qué hace que el shofar sea el símbolo, la esencia misma de Rosh Hashaná?

El shofar es un llamado de reconciliación con nuestro padre celestial. Es un llamado para revertir nuestros errores, nos renueva y nos concede otra vez nuestro potencial dado por Dios.

¿Quién de nosotros no ha cedido ante los deseos? ¿Quién de nosotros no se arrepiente? ¿Quién de nosotros no tiene sueños por cumplir?, “Si sólo pudiera hacerlo todo otra vez… si sólo pudiera tener otra oportunidad…si sólo pudiera arreglar los errores del pasado…”.

El shofar nos dice que podemos deshacer nuestro pasado y reinventarnos a nosotros mismos.

El shofar viene a decirnos que podemos reinventarnos a nosotros mismos, podemos deshacer nuestro pasado, podemos convertir nuestros errores en experiencias de aprendizaje y empezar de nuevo. Pero te puedes preguntar, ¿Cómo el shofar transmite esto?

Nuestras fiestas no son sólo recordatorios de eventos históricos. Son también celebraciones de la energía especial que estos días representan. Por ejemplo, Pesaj no es sólo el recordatorio de nuestro éxodo de la esclavitud, también es un recordatorio de que esos días fueron creados para la redención, ¡para toda la eternidad! – es un tiempo de liberación de toda forma de esclavitud y adicción, ya sea en lo material, espiritual o emocional. Sólo necesitamos desearlo y también podemos liberarnos a nosotros mismos.

Similarmente, todas nuestras fiestas tienen energías cósmicas por si mismas. En Rosh Hashaná, Dios creó al hombre. Entonces, si lo deseamos de corazón, en Rosh Hashaná Dios puede recrearnos y el shofar viene a recordarnos esa maravillosa y milagrosa oportunidad.

Vayamos al comienzo de los tiempos y preguntemos, “¿Cómo Dios nos creó?”.

Dios moldeó un poco de tierra con la forma de un hombre, y luego insufló en él aliento de vida. Ese aliento de Dios se volvió la neshamá del hombre, su alma, transformando ese puñado de tierra en un ser viviente. El hombre puede corromper su mente, puede enfermar su corazón, pero nunca puede destruir su neshamá, porque la neshamá es una chispa divina. Cada mañana cuando nos levantamos, decimos en nuestras plegarias, “Dios, el alma que Tú me diste es pura. Tú la creaste. Tú la insuflaste dentro de mi…”.

El shofar es un testimonio de que llevamos esa chispa Divina con nosotros. Comenzamos tocando tekia, un sonido largo y constante, recordándonos que dentro de nosotros llevamos el aliento puro de Dios, y por lo tanto somos puros. La tekia es seguida por shevarim, sonidos cortados, nos dicen que estamos desviados de nuestro camino, perdimos la dirección, y olvidamos nuestro propósito. Pero una vez que nos damos cuenta, nos arrepentimos y lloramos a Dios con los corazones rotos, simbolizados por el tercer sonido del shofar, terua (tu-tu-tu-tu), el sonido del llanto.

Nuestros sabios enseñan que no hay nada a la vista de Dios como un corazón roto, Dios no es sólo nuestro Dios, nuestro Rey, sino que Él es 'Avinu Av HaRajamán', nuestro Padre de compasión y amor. Y ningún padre compasivo cerraría la puerta a su hijo arrepentido y sollozante. Ningún padre castiga por castigar. Un padre compasivo sólo toma medidas disciplinarias para que se produzcan cambios y correcciones.

 Y así, seremos merecedores del último sonido, tekia gedola, el sonido grande, largo y continuo que simboliza nuestro renacimiento. Nuestro almas puras tienen el poder de triunfar sobre nuestros manchados corazones y mentes. Una vez que absorbemos esa verdad, Dios puede recrearnos.

¿Pero acaso es tan simple como eso? ¿El sonido del shofar puede tener ese poder mágico?

Yo creo que sí. El poder del shofar se remonta al comienzo de nuestra historia, cuando nuestro patriarca Abraham y su hijo Isaac se prepararon para el sacrificio a pedido de Dios. Vuelve al momento en el Sinai cuando el shofar sonó y declaramos en una sola voz “naasé venishmá”, “haremos y escucharemos”, y estudiaremos Tú sagrada Torá. Y allí coronamos a Dios como nuestro Rey para todos la eternidad.

Una formula de tres pasos

 Pero todavía puedes protestar: ¿Cómo el hecho de escuchar el shofar puede proporcionarnos esa transformación? Para estar seguros, uno debe saber como acceder a esa energía.

Hay una formula de tres pasos que debemos seguir: teshuvá, tefilá y Tzedaká. Arrepentimiento, plegaria y caridad. Este camino de tres pasos activa nuestras almas, permitiendo al sonido del shofar entrar por las grietas más recónditas y recrearnos.

En el espacio limitado de este articulo, no tengo la posibilidad de exponer los tres pasos, así que voy a limitarme a una de las partes de la formula que frecuentemente es usada indebidamente y es malinterpretada: La plegaria.

Aparentemente, vamos a la sinagoga a rezar, pero tristemente, la mayoría de nosotros nunca experimentó la maravillosa y reconfortante curación de la plegaria. Lo hacemos mecánicamente: abrimos el majzor (el libro de rezos de las altas fiestas), balbuceamos algunas palabras, repetimos algunas plegarias con el rabino o el jazan, pero allí es donde termina. Las palabras permanecen planas, nunca toman vuelo. Pasamos un tiempo conversando con nuestros compañeros, deseando a todos un feliz año nuevo y recorremos nuestro camino a casa para la cena festiva. Mientras tanto, hemos sido distraídos de la profunda magia de las plegarias de Rosh Hashaná.

Imagina por un momento recibir una invitación de la Casa Blanca (White House). El presidente de los Estados Unidos quiere conocerte y escuchar sobre los asuntos importantes que afectan tu vida. El día designado llega. Llegas a la Casa Blanca pero de alguna manera te distraes en las conversaciones con los otros invitados. Cuando llega tu turno de hablar con el presidente, no puedes recordar que es lo que querías decir, estás enfocado en los otros invitados y en la cena festiva que ha sido preparada para la ocasión.

Rosh Hashaná y Iom Kipur están a la vuelta de la esquina. ¿Cómo vas a rezar?

Piensa por un momento en ese escenario y multiplícalo por mil veces, entonces veras un pequeño destello de la tragedia en que se han transformado los servicios de Rosh Hashaná y Iom Kipur hoy en día.

¿Trágico tú dices? ¿No es eso un poco extremo?

Desafortunadamente, la palabra trágico ni siquiera puede transmitir la oportunidad perdida de los actuales Rosh Hashaná y Iom Kipur. Vivimos en un mundo turbulento y amenazador. El espectro del terror, enfermedades devastadoras y desastres naturales nos inmovilizan como una sombra oscura. Estamos en una desesperada necesidad de intervención de nuestro padre Celestial, el Rey de Reyes. Pero en vez de salir a buscarlo, consultamos a aquellos que están igual de necesitados que nosotros, como amigos, familiares, terapeutas, o cualquiera que quiera escuchar. Rosh Hashaná y Iom Kipur van y vienen, y la oportunidad presentada por esos maravillosos días se pierde tristemente. Que triste que frecuentemente olvidamos volver sobre la fuente mas poderosa de todo cuando buscamos una guía y recuperación en nuestras vidas.

Un hombre vino a verme con un problema muy doloroso. Luego de un áspero divorcio, su hija adolescente se rehusaba a hablar con él.

“¿Puede hablar con ella, Rebetzin?”, pidió el hombre. “Quisiera tener una buena relación con ella, y he escuchado que usted es muy buena con la gente joven”.

Le expliqué que por más que yo quisiera ayudarlo, dado que yo nunca había conocido a su hija, era muy probable que ella no tomara bien mi consejo sobre un tema tan personal.

“Usted es mi última esperanza”, él rogó, “por favor déle una oportunidad”.

“Voy a intentarlo”, le aseguré, “pero sería un milagro si lograra tener éxito. Usted debe rezar a Dios por ayuda”.

“Yo, ¿Rezar? El hombre respondió incrédulo. Y por primera vez en nuestra conversación, él se rió.

“Rebetzin”, dijo sacudiendo su cabeza, “usted tiene a la persona equivocada. No soy religioso. No he estado en una sinagoga desde mi bar-mitzvá”.

“¿Se le ha ocurrido alguna vez…”, le dije, “…qué quizás Dios, su padre, también quiere tener una relación con usted… que quiere que lo visite… y que está pidiendo escuchar su voz?”.

Por un largo momento, el hombre permaneció en silencio, y luego dijo, “Esta bien, me atrapó, pero no sé como rezar”.

“La plegaria”, le aseguré, “es parte del ADN espiritual de cada judío. Usted sólo tiene que dar el primer paso con los tres sonidos del shofar de Rosh Hashaná”.

Se veía desconcertado.

“Hacemos sonar el shofar”, le expliqué, “Soplando nuestro aliento, que es una parte de nosotros mismos, dentro del antiguo instrumento. Similarmente, la plegaria debe emanar de nuestra recóndita alma y no pueden ser palabras vacías. El segundo paso es estimular los sonidos rotos: mirar donde hemos errado y examinar nuestras vidas. Confrontar la verdad desnuda. El tercer paso, el sonido sollozante del shofar, es una expresión de lamento genuino y lágrimas”.

“Si sigues esta fórmula de tres pasos, descubrirás la magia de la plegaria, plegaria que tiene el poder de conceder un nuevo contrato de vida, simbolizado por el sonido final del shofar, tekia gedola, el sonido largo y continuo. Inténtalo”, le rogué, “es una formula garantizada, por miles de años”.

El hombre aceptó mi desafío. El rezó, triunfó y se reencontró con su hija.

Rosh Hashaná y Iom Kipur están a la vuelta de la esquina. ¿Cómo vas a rezar? ¿Cómo vas a reunirte con tu Padre Celestial? ¿Tu encuentro con Él va a tener significado, o va a ser “lo mismo de siempre”? Escucha atentamente el sonido del shofar. Tu vida y la vida de tu familia están en juego. ¿Cómo vas a rezar?


Este artículo apareció originalmente en World Jewish Digest.

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