El testimonio de dos jóvenes que escaparon de Rusia

01/08/2022

4 min de lectura

Al comenzar una nueva vida en Israel, mis primos comparten relatos de un país que recuerda a la Alemania de la preguerra.

El 25 de febrero, el día posterior a la invasión Rusia a Ucrania, Yevgeny y Anastasia Dubov, una pareja de Moscú de veintitantos años, entraron en pánico. Estaban recién casados y ambos acababan de comenzar a trabajar en puestos nuevos como diseñadores gráficos. Pero como estudiantes, ellos habían tomado roles de liderazgo en las manifestaciones públicas de apoyo a Alexei Navalny, el líder de la oposición en Rusia y némesis de Vladimir Putin. Varios de sus conocidos habían sido detenidos y encarcelados.

Había llegado el momento. Tenían que escaparse.

Al día siguiente estaban en un vuelo rumbo a Estambul, con la esperanza de que la situación retornara muy pronto a la normalidad. Después de un mes y sin poder divisar en el horizonte el fin de la guerra (que ya lleva seis meses), hicieron el movimiento que Yevgeny consideró desde que participó durante ocho meses en el programa Nativ para estudiantes universitarios rusos en el año 2019: hicieron aliá a Israel.

Mientras Yevgeny y Anastasia relataban su travesía en nuestra mesa en la noche de Shabat, sentí que volvía atrás en el tiempo. Hace 40 años salimos a la plaza Dag Hammarskjold en Nueva York en apoyo a los judíos soviéticos, entonando el himno del movimiento: "Cuando vengan a buscarnos, ya habremos partido". Nunca hubiera creído que tantos años más tarde ese sería el destino de mis primos lejanos, que tienen la edad de mis hijos.

Su travesía al judaísmo es fascinante. Yevgeny sólo tuvo un abuelo judío en Rusia a quien no conoció muy bien y que estaba sumamente asimilado. Anastasia no tiene ningún pariente judío; su madre va a la iglesia. Sin embargo, a lo largo de la cena, quedó claro cuánto ellos valoran todo lo que sea judío.

El día que hicieron aliá, cambiaron su apellido de Dubov a Udovitch, el apellido de soltera de mi madre, y del abuelo asimilado de Yevgeny. Cuando tuvieron que elegir entre comer sopa de calabaza o sopa de pollo, ellos eligieron sopa de pollo, porque eso es lo que tradicionalmente comen los judíos la noche del viernes.

Yevgeny recordaba con cariño la jalá de harina integral de mi esposa que había comido en su visita previa cuando participó en el programa Nativ. Después de la cena, comentaron cuán significativo había sido para ellos compartir con una familia la cena de Shabat, y que la idea de una reunión familiar semanal era algo muy raro de ver en Rusia. "Nos encantó verlo bendecir a sus hijos adultos… Es una impresionante conexión con una profunda tradición".

Yo me sorprendí. ¿De dónde surge esa sed y ese entusiasmo por las cosas judías?

Yevgeny es ruso, pero ya no se siente cómodo identificándose como ruso debido al declive y la depravación de la cultura política bajo el gobierno de Putin. "Nos robaron el hogar que conocíamos", dijo Anastasia sobre los recientes acontecimientos en Rusia.

Así, con un profundo anhelo de identificarse con una identidad no contaminada, ellos buscan reconectarse con los vestigios de otra cultura y otra herencia que saben que está enterrada en algún lugar de su pasado: su herencia judía.

Pero nuestra conversación tomó un tono oscuro cuando les pregunté qué pensaban sus padres de la guerra.

"Tratamos de no hablar del tema con ellos", respondió Yevgeny. "Obviamente que nosotros estamos espantados, al igual que todos nuestros amigos. Pero la generación de mis padres sigue teniendo delirios de orgullo soviético. Ellos sueñan con el retorno de la supuesta gloria y eminencia en el mundo. Es una generación que simplemente acepta con entusiasmo todo lo que dice el gobierno, y eso es todo lo que saben. Para ellos, esta no es una guerra contra Ucrania. Es una guerra contra los Estados Unidos. Y es una guerra hasta el final. Piensan que su propia supervivencia está en juego", dijo Yevgeny.

"Pero cuando les envían fotos de los cadáveres de niños, de escuelas y hospitales en ruinas… ¿cómo es posible que lo apoyen?", le pregunté.

"Se ríen de nosotros. Son muy ingenuos y aceptan todas las noticias falsas", explicó Yevgeny.

Me quedé mudo. ¿Cómo era posible que los padres de Yevgeny, que habían educado a un joven tan sensible e inteligente, pudieran ser engañados tan fácilmente?

Siempre me pregunté cómo los alemanes comunes y corrientes de la República de Weimar pudieron descender a semejante abismo moral. Sin duda debió ser a causa de la tormenta perfecta de la cultura, la historia económica y las tecnologías de comunicación de la época. Un cisne negro, la confluencia de eventos que es poco probable que se repitan y que están por completo fuera de toda capacidad de comprensión. ¿Quién hubiera pensado que en el 2022 fuera posible un descenso tan rápido de depravación moral colectiva que superara a una cultura con una economía fuerte, y en una época en la cual la existencia de Internet garantiza que ninguna atrocidad quede en secreto ante la vista del público?

El director de propaganda nazi, Joseph Goebbels dijo: "Alcanzaremos nuestro objetivo cuando tengamos el poder de reírnos mientras destruimos y aplastamos todo lo que sea sagrado para nosotros como tradición, educación y afecto humano". Y Goebbels también dijo: "Este es el secreto de la propaganda. Quienes deben ser persuadidos por ella deben estar completamente sumergidos en las ideas de la propaganda, sin que ni siquiera se den cuenta que están inmersos en ella".

Es sumamente inquietante. Las ideas de Goebbels fueron instrumentales para el asesinato de 25 millones de rusos durante la Segunda Guerra Mundial. Y ahora, parece que rusos buenos como los padres de Yevgeny pueden quitar importancia a las imágenes de la destrucción, convencidos de la pureza de los objetivos rusos, sin darse cuenta de la propaganda en la que están sumergidos.

Durante las tres semanas de duelo entre el 17 de tamuz y el 9 de av, recordamos muchas tragedias, pero nos relacionamos a ellas como eventos del pasado. Recordar esos oscuros episodios de la historia y observar lo que ocurre hoy en día ante nuestros ojos es un espeluznante recordatorio de que el acelerado descenso colectivo al abismo moral es una amenaza que acecha a muy poca distancia.

Este artículo apareció originalmente en "The Times of Israel".

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