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El 'Hatikva', el himno nacional de Israel, nunca propuso que nuestro sueño sería fácil de alcanzar.
Hatikva (literalmente 'la esperanza'), el himno nacional de Israel, no fue escrito por un profeta. No fue elegido por un comité.
Fue llevado en el bolsillo de un poeta errante, cosido a una melodía prestada y arrojado a la historia por un pueblo que no tenía nada más que esperanza.
Se canta con lágrimas, no con triunfo.
En salas de duelo. En pasillos de poder. En movimientos juveniles y en barcos de refugiados. En los campos de concentración, en Bergen Belsen.
En funerales. En protestas por los rehenes. En los momentos en que estamos más divididos y necesitamos recordar quiénes somos.
Nunca estuvo destinado a ser una canción alegre o a proponer que nuestro sueño sería fácil de alcanzar.
El Hatikva no es perfecto. No menciona a Dios. No habla de la Torá ni de las mitzvot. No es una canción de conquista ni de venganza.
Es el aliento de un pueblo que, durante dos mil años, deambuló por el exilio, el fuego y el silencio, pero que, aun así, se atrevió a seguir soñando.
No fue la letra lo que lo hizo peligroso, fue el anhelo. La audacia de un pueblo en el exilio de seguir creyendo que volvería a casa.
Herzl intentó reemplazarlo. Rav Kook escribió un himno paralelo. Los sionistas seculares lo consideraban demasiado nostálgico. Los judíos religiosos sostenían que era poco espiritual.
Sin embargo, la esperanza perduró.
Resonó en los campos de Rishon LeTzion, donde los inmigrantes judíos la cantaban a la luz de las velas, después de despejar las piedras con sus manos.
Se alzó en Basilea, cuando se aprobó el Plan Uganda y aquellos que no cedían a Sion cantaron Hatikva no en triunfo, sino con el corazón roto.
"Nuestra esperanza aún no se ha perdido." — Hatikva
Se escuchó en Bergen Belsen, cuando los sobrevivientes, hambrientos, esqueléticos y apenas respirando, la cantaron en su primer Shabat después de que se abrieran sus portones. No la cantaron porque eran libres. La cantaron para recordarle al mundo que aún estaban allí.
Yo la he cantado en vigilias, con lágrimas que no podía tragar. La he cantado cuando me sentí traicionada por el silencio. La he susurrado cuando estaba demasiado cansada para sostenerme en pie. Sé que no estoy sola.
Eli Sharabi se paró frente a las Naciones Unidas. Eli estuvo cautivo durante 491 días en los túneles de Hamás. Estuvo encadenado, hambriento, fue golpeado, humillado.
Su esperanza era reunirse con su familia, sólo para volver y encontrar que ya no estaban.
Su esposa, Lianne. Sus hijas, Noiya y Yael. Asesinadas en su habitación segura en Beeri. Su hermano, Yosi, asesinado en cautiverio, esperando ser llevado a casa para recibir un entierro digno.
Eli habló de su dolor. De las cadenas que desgarraban su piel, del hambre que lo consumía, del momento en que los terroristas le mostraron una foto de su hermano muerto y rieron.
Habló de Alon Ohel, que aún espera regresar de la oscuridad, y de cómo tocaban con los dedos para marcar melodías y recordar lo que era la música.
Cuando fue liberado pesaba 44 kilos, menos de lo que pesaba su hija más pequeña.
Y aun así, se mantuvo en pie.
Se paró en la ONU, levantó una foto de las tumbas de su familia y formuló la pregunta que el mundo aún no ha respondido: ¡¿Dónde estaban ustedes?!
Cuando salió de esa sala, donde tan a menudo se condena a Israel y tan raramente se nombra el terrorismo, los judíos también se pusieron de pie, y cantamos.
No por celebración. Por desafío. Por duelo. Por lealtad a cada judío que no puede cantar por sí mismo.
Nuestra esperanza aún no se ha perdido.
Cantamos cuando se paran afuera de nuestras sinagogas gritando por nuestro fin, tratando de romper lo que nunca podrán comprender.
No cantamos para ellos, sino para cada judío que alguna vez susurró el Hatikva en la clandestinidad, para cada niño que aún se atreve a soñar en hebreo.
El Hatikva no es simplemente una canción. Es nuestra declaración, nuestra resistencia, nuestro derecho de nacimiento.
El milagro no es que hayamos escrito esas palabras. El milagro es que después de todo, aún las creemos.
Mientras lo hagamos, mientras resistamos y recordemos, mientras sigamos cantando en el silencio, nuestra esperanza aún no se ha perdido.
Así que cántala.
Incluso cuando tu voz tiemble. Incluso cuando no quieran escucharla.
Porque este no es sólo nuestro himno, es nuestra respuesta.
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Excelente artículo sobre el verdadero significado del "Hatikva". Muchas gracias.
Mis más sincero respeto y admiración. Así es nadie dijo que sería fácil . Saludo desde Colombia
Hatikva es el himno más hermoso que existe, triste índudablemente que lo es, pero al mismo tiempo es la esperanza como su tìtulo significa, es la resilencia del pueblo judío que aún lleno de dolor, perseguido, vilipendiado, torturado, cautivo o asesinado, nunca pueden acallar su voz, por más esfuerzos que hagan.