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El divorcio termina con el compromiso moral, la intimidad y el techo común, pero no soluciona los problemas personales que se ignoraron durante el matrimonio.
Se necesitan dos personas para pelear, para destruir un matrimonio o hacer problemas en el hogar. Pero sólo se necesita una persona una para dejar de discutir y poder cambiar la actitud e iniciar un diálogo sensible.
El divorcio tiene la gran virtud de sacar lo peor de las personas. Cuando se llega al punto donde uno cree que ya no hay remedio, entonces supone que lo único que resta es divorciarse.
Pero el divorcio no es una solución fácil. Es una pérdida, un proceso difícil y un reajuste de la vida personal. Además de todas las implicaciones legales, económicas y sociales, también es una carga pesada que trae nuevos problemas y más serios.
El divorcio es una buena solución cuando existen problemas de abuso o de violencia familiar. De hecho, en esos casos, no es una cuestión que se deba negociar. La seguridad personal siempre debe ser una prioridad.
Sin embargo, hoy en día, la mayoría de los divorcios no tienen una causa seria. Simplemente sienten que sus expectativas no se cumplieron, que no son felices, ni compatibles y que la realidad que viven no es lo que esperaban.
La frustración, enojo, decepción y sobre todo mala comunicación, son factores que alienan la relación y desde luego la deterioran, al punto que se pierde el interés y los deseos de nutrir el matrimonio.
A pesar de que siempre hay una razón que pudiera justificar el divorcio, por el beneficio personal, sería conveniente tomar la responsabilidad propia y reconocer que el hecho de estar casados y compartir la vida, no quiere decir que la pareja es responsable por la felicidad del otro.
Tampoco quiere decir que el matrimonio sea una fórmula mágica para cambiar el carácter y el temperamento de las personas, los cuales nunca fueron una sorpresa.
Es una fantasía infantil pensar que por estar casados uno tiene que exigir que lo atiendan, le proveen sólo porque es una obligación.
El matrimonio no debe ser un negocio que se puede terminar cuando las cosas no van bien. Ni una sociedad donde los accionistas pueden comprar o liquidar cuando ya obtuvieron el provecho que buscaban.
El matrimonio es una relación increíblemente compleja, donde las personas se complementan y forman una unidad única y especial. El uno ayuda al otro, ambos se motivan a ser mejores, para poder convivir y desarrollar todas sus potencialidades.
Tener una pareja y un buen matrimonio mejora la calidad de vida y el bienestar de todos, pero la felicidad, así como el desarrollo personal y el compromiso de ser mejor persona, depende exclusivamente de cada uno.
Antes de disolver un matrimonio, se debería tomar conciencia y responsabilidad de las acciones propias. De otra forma, después del divorcio, se seguirán repitiendo los mismos problemas con otras relaciones.
Ingredientes:
Afirmación positiva para salvar el matrimonio:
Acepto a mi pareja como es, no como yo quisiera que fuera. Reconozco que cada uno tiene su verdad y su visión, la respeto sin imponer mi posición o tratar de controlar. Trato de ser la mejor versión de mí, doy sin exigir y me enfoco en las virtudes de mi pareja. Mi matrimonio es mi prioridad. Cuido a mi pareja y busco su bienestar. Hablo con sinceridad. Mi matrimonio me ayuda a ser mejor.
Para conservar un buen matrimonio:
“Para tener un buen matrimonio, debo de ser la mejor versión de mí. Antes de pedir tengo que dar y antes de exigir he de agradecer”.
Extraído de recetasparalavida.com
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