Crecimiento personal
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La esperanza es hermosa, pero, ¿tiene fecha de caducidad?
Estoy segura de que, en algún momento de nuestra vida, a todos nos han dicho que "no tengamos muchas esperanzas", o que "siempre hay lugar para la esperanza".
"¿Te presentarás a un concurso de talentos en la televisión? Más te vale que no tengas muchas esperanzas". "¿Sientes que el mundo está perdido, ad portas de una catástrofe climática? Siempre hay lugar para la esperanza".
Tanto si la crítica es porque tienes demasiada esperanza o bien porque no tienes esperanza, las personas juzgan todo el tiempo la lógica de tener o no tener esperanza.
Por ende, debemos preguntarnos, ¿cuándo la esperanza se torna irracional?
En los últimos años, los filósofos dedicaron mucho tiempo a esta pregunta. Muchos recurrimos a la esperanza para convivir con la pandemia, otros se desesperan ante el cambio climático y las condiciones en que estará el planeta en las generaciones futuras, y pareciera que las guerras en curso y la violencia política jamás acabarán. Cuando nos ponemos a pensar en todos estos motivos para perder la esperanza, resulta difícil encontrar razones para el optimismo.
Las personas que tienen esperanza de que, por ejemplo, "se elimine la pobreza" o "se logre la paz mundial", parecen estar destinadas a la frustración y a la derrota. Sin embargo, es precisamente en estos duros momentos cuando más esperanza necesitamos tener.
¿Es irracional tener esperanza cuando hay evidencia en nuestra contra?
Yo creía que la respuesta a esta pregunta era "sí". Parece obviamente irracional tener esperanza en obtener un trabajo cuando la probabilidad es de 1 en 500, pero un estudio filosófico reciente nos da una buena razón para resistirnos a esa idea que sugiere el sentido común. La razón es que es posible tener grandes esperanzas frente a un pronóstico desalentador, al tiempo que nos mantenemos fieles a nuestras creencias en contra de las probabilidades. Podrías decir: "Sé que es poco probable, pero igualmente podría ocurrir" o "Es cierto, las probabilidades están en mi contra, pero de todos modos vale la pena intentar".
Por supuesto, tener esperanza cuando las probabilidades están en nuestra contra involucra un riesgo. Cuando la realidad parece pasarnos por encima, puede ser muy difícil conservar una creencia racional en la probabilidad del éxito, que nos haga creer que el pronóstico es mejor de lo que realmente es. La esperanza involucra sentimientos de comodidad, seguridad y la expectativa de que algo que quieres puede llegar a ocurrir, sentimientos que pueden llevarnos a pensar de forma optimista.
Pero ser optimistas en contra de las probabilidades también es riesgoso, porque puede llevarnos a actuar de forma irracional. Por ejemplo, podrías hacer planes sobre la forma en que gastarás el dinero que recibirás cuando ganes la lotería, antes de haber comprado el billete. O podrías creer que es correcto relajarse y esperar a que los científicos resuelvan la crisis del cambio climático, sin hacer nada para contribuir a la causa. Si tenemos la esperanza en que los científicos "lo solucionarán", nos resultará muy fácil viajar por todo el mundo permaneciendo al día con las últimas tendencias de la moda y sentarnos en el sofá viendo en la televisión cómo los incendios forestales causan estragos en bosques por todo el mundo.
Sin embargo, si nos importa evitar una catástrofe climática y el daño devastador que causará a millones de personas y animales, esas acciones serían irracionales. La esperanza puede hacer que nos sintamos mejor sobre el estado del mundo y su futuro, pero, si nos vuelve complacientes, "sentirnos mejor" puede ser un problema.
La buena noticia es que la esperanza no siempre —o no necesariamente— influye en la forma en que pensamos o actuamos. Podríamos reconocer lo increíblemente improbable que es ganar la lotería y, de todos modos, decidir intentar sólo por diversión, pero conservando al mismo tiempo nuestro trabajo normal sin apoyarnos en el dinero del premio. También podríamos tener esperanza en que los científicos crearán tecnologías innovadoras para ayudar en nuestra lucha colectiva en contra del cambio climático, mientras mantenemos en mente la magnitud del problema y la necesidad de realizar nuestro mejor esfuerzo para revertir la crisis.
Cuando nuestra esperanza es racional, no nos impide ni nos exime de asumir la responsabilidad. Nos ayuda a enfocarnos en la posibilidad, por más pequeña que sea, de que lo que deseamos se vuelva realidad. Y nos motiva a actuar buscando esa posibilidad, a menudo junto a las acciones de otras personas que, conjuntamente, pueden ayudar a hacer una diferencia.
Algunos podríamos decidir que los riesgos de tener esperanza no valen la pena. Los activistas del cambio climático que abogan por el temor y la desesperanza, en lugar de la esperanza, creen que, si hay alguna probabilidad de salvar el planeta, tener esperanza es una actitud demasiado peligrosa.
En mi opinión, es un error creer que podemos concluir si se debe tener esperanza o no. Porque no hay una respuesta correcta. La esperanza puede llevarnos a la ilusión, pero también puede ayudarnos a enfocarnos en las valiosas posibilidades que justifican nuestro esfuerzo. La esperanza nos puede volver complacientes, pero también puede motivarnos a actuar en la búsqueda de nuestro deseo más importante. Y si bien la esperanza nos hace vulnerables a la desilusión, también nos conecta con nuestro bienestar y nuestra capacidad de resistencia.
Pero no podemos simplemente aprovechar los beneficios de la esperanza y evitar sus riesgos, así como no podemos simplemente elegir si tener esperanza o no. No tenemos control absoluto sobre las emociones como la esperanza. No las podemos evocar o eliminar a voluntad. Hay factores externos a nosotros que le dan forma a las esperanzas que tenemos en la vida, así como a las que consideramos fuera de nuestro alcance.
Las personas que sufren depresión y adicciones, por ejemplo, pueden tener dificultad para sentir esperanza a causa de sus circunstancias personales y sociales. Y vivir bajo condiciones opresivas como el racismo, la pobreza y el sexismo puede amenazar nuestras posibilidades de tener esperanza. Entonces, cuando pensamos en cómo se puede cultivar una esperanza racional en la vida, la respuesta no yace exclusivamente en la responsabilidad individual. La sociedad en la que vivimos puede ayudar o dificultar las condiciones en las que puede florecer la esperanza.
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