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La parashá de esta semana contiene la tojajá o ‘reproche’, la serie de horrendos castigos que le acontecerán al pueblo judío si no escuchan a Hashem y continúan ignorando sus advertencias. ¿Cuál es la causa principal de la intensidad de estos castigos?
La Torá dice:
“Si se comportan conmigo de manera casual (keri) y se niegan a escucharme, entonces les daré un castigo…”
“Si a pesar de esto no se sienten disciplinados por Mí y se comportan conmigo casualmente, Yo también me comportaré hacia ustedes con casualidad, y los golpearé, también Yo, siete veces por sus pecados (Vaikrá 26:21, 23-24).
¿Qué significa la palabra keri?
El Rambam define keri como la negación de la orquestación divina de los eventos, viéndolos, en cambio, como ocurrencias accidentales. Escribe (Hiljot Taaniot 1:3):
Pero si el pueblo no clama [a Dios] y hace sonar las trompetas, diciendo en cambio: “Lo que nos ha ocurrido es simplemente un evento natural, y esta dificultad es casual”, es un camino de crueldad que les hace continuar con sus acciones malvadas. Y este momento de angustia llevará a más angustia.
Esto es lo que dice la Torá: “Si se comportan conmigo de manera casual, me comportaré con ustedes con una furia casual”. La implicancia del versículo es: cuando traigo dificultades sobre ustedes para alentarlos a cambiar, si dices que es casual, agregaré a tu [castigo] como una expresión de enojo por esa indiferencia [a la providencia divina].
El Rambam dice que ignorar la providencia divina es “un camino de crueldad”.
¿Por qué lo llama crueldad, cuando el problema esencial en esta situación es herejía? El Rambam no necesita decirnos que es herejía, eso es obvio. En cambio, se enfoca en la raíz que causa la herejía: la crueldad, porque atribuir las experiencias dolorosas a la casualidad, posiciona a Dios como una figura paterna desinteresada y vengativa. Sólo una persona cruel imaginaría que un padre deja a sus hijos a merced de los traicioneros caprichos del destino, permitiendo que sean lastimados sin ninguna razón.
Más aún, reducir las dificultades a meras ocurrencias accidentales asegura que las personas no hagan teshuvá, haciendo que Hashem traiga sobre nosotros dificultades aún mayores. Esta es otra manifestación de crueldad. Es como quitarle a una persona el chaleco salvavidas, lo único que la puede salvar cuando está varada en medio del océano.
El mensaje central de la parashá es que no hay accidentes. Nada simplemente “ocurre”. Dios dirige el mundo; todo lo que ocurre es un mensaje divinamente calibrado de Hashem. Él se comunica constantemente con nosotros, y debemos detenernos y preguntarnos: “¿Qué me está enseñando Dios?” Pasa algo en Israel, hay una importante crisis económica, alguien cercano a ti se enferma, pregúntate: “¿Qué debo aprender de esto?”. No creas que es un hecho arbitrario, casual. Advierte que Hashem es la causa detrás de todo lo que ocurre en el mundo, y es muy articulado. Si realmente queremos entender su mensaje, lo haremos y nos ahorraremos mucho dolor.
En lugar de quejarnos o cuestionar los caminos de Dios, debemos enfocarnos en oír su mensaje y prestarle atención.
Un estudiante viajando por el mundo me dijo en una oportunidad: “Rabino, ¡yo no necesito una Ieshivá! Que sepa, Dios y yo somos muy cercanos. Él hace milagros para mí”.
Yo lo miré con un poco de sospecha. “¿Te molestaría describir uno o dos milagros?”.
“Seguro”, dijo. “Hace poco estaba subiendo en bicicleta por un sinuoso camino de montaña. Un gran camión hizo un giro muy brusco y se metió en mi carril, dirigiéndose directamente hacia mí. Sin otra opción, me salí del camino, hacia un acantilado, y caí 20 metros hacia rocas puntiagudas. Yo grité ‘¡Dios!’”.
“Rabino, cuando caí al piso, sentí la mano de Dios amortiguando el golpe. ¡Me levanté sin un rasguño! ¡Fue un milagro total! Ve, Dios y yo somos muy cercanos”.
Yo me incliné hacia adelante, miré al muchacho a los ojos y le dije: “Dime, amigo mío, ¿quién crees que te empujó hacia el acantilado en primer lugar?”.
El joven se quedó mudo.
Rav Weinberg explicó: “Dios no es Superman. Superman espera que caigas a un precipicio para salir volando, en el último instante, y salvarte. En cambio, Dios controla todo lo que ocurre en tu vida, tanto los problemas como las soluciones. Primero envía un camión para forzarte a caer por el precipicio, y luego te salva. La pregunta que debes hacerte es: ¿por qué Dios te arrojaría de un precipicio y luego te atraparía? Claramente, quiere llamar tu atención. ¿Qué quiere enseñarte? ¡Debes trabajar en tu relación con Dios yendo a una Ieshivá!”.
Cuando Hashem envía un mensaje para llamar nuestra atención, es una expresión de su amor e interés, incluso si la llamada de atención incluye un poco de dolor.
Imagina que estás manejando tu carro y, de repente, un niño de siete años salta hacia la calle persiguiendo su pelota. Clavas los frenos y lo esquivas por poco. Luego, bajas la ventana y le gritas al niño: “Hey, ¡ten cuidado! ¡Casi te atropello!”. Estás a punto de continuar viajando cuando ves a un hombre persiguiendo al niño y tirándolo hacia el piso. El hombre le grita al niño: “¿Estás loco? ¡Casi te matas!”, y luego le da al niño un coscorrón.
¿Quién es el hombre que persiguió al niño, lo arrojó al piso y no se satisfizo con retarlo verbalmente?
Es el padre del niño. Ama tanto a su hijo, que no se detendrá hasta asegurarse de que su hijo entienda el mensaje de no volver a correr hacia la calle, incluso si para lograrlo debe darle un coscorrón. Es una señal de amor e interés, no de abandono.
Hashem es nuestro Padre Celestial y, dado que nos ama profundamente, no renuncia a nosotros. De ser necesario, continuará enviando llamadas de advertencia. Y, si lo hace, debemos recordar que es una señal de su amor.
Para escuchar correctamente el mensaje de Hashem, primero debemos conectarnos con la realidad de su amor por nosotros y reconocer que su mensaje es para nuestro bien. Si la relación con Hashem está impregnada de desconfianza y enojo, su mensaje se distorsionará al atravesar esa lente subjetiva, dado que el contexto emocional de una relación determina ampliamente cómo interpretamos las interacciones.
Por ejemplo: Rajel lleva cuatro años estudiando para su magíster. Esta noche es la graduación. Le dice a Marcos, su esposo: “Llega a las 8:00 p.m y, por favor, no llegues tarde”.
“No te preocupes”, la tranquiliza él. “Llegaré a tiempo”.
“¿Lo prometes?”.
“Prometido”.
De pronto son las ocho y aún no ha llegado. Rajel comienza a agitarse. Ocho y diez y sigue sin llegar, ahora ya está enojada. A las 8:30 no puede creer que la haya decepcionado otra vez. Se siente herida y rechazada.
Ahora veamos una segunda pareja. Sara y David. Sara también se gradúa esa noche, y le dice a David que esté allí a las ocho y trate de no llegar tarde.
“Es una noche tan importante” dice él. “¡No quiero perderme ni un minuto!”.
Son las ocho y no llegó. ¿Qué piensa Sara? Quizás está varado en el tránsito. Ocho y diez… ella comienza a preocuparse. Quizás ocurrió algo. A las 8:30 sale del auditorio en pánico y comienza a llamar a los hospitales locales.
La misma situación, dos reacciones muy diferentes. Cuando la relación es de resentimiento y desconfianza, la acción es interpretada bajo ese lente negativo. Cuando la relación es de amor y confianza, esa misma acción es vista bajo una luz completamente diferente.
Si no somos conscientes del amor inquebrantable de Hashem, obligadamente malinterpretaremos su mensaje. Entonces, el desafío inicial es asegurar que nuestra relación con Él está arraigada en confianza y amor.
Hashem no estalla con furia, infligiendo dolor por su propia frustración e incapacidad para controlar sus impulsos. No es un padre disfuncional. Todo lo que hace emana de su amor, que es inconmensurable e inagotable, mayor a todo el amor en el mundo. Como dice la Torá: “Como un padre castiga a su hijo, Hashem, tu Dios, te castiga” (Devarim 8:5).
Ahora, ¿cómo nos conectamos con el amor que Dios tiene por nosotros y ponemos nuestra relación con Él bajo una luz positiva? La respuesta es: construyendo gratitud.
Los actos de bondad construyen amor y confianza en una relación. Pero para que los lazos de amor se fortalezcan, los actos de bondad deben ser reconocidos y valorados. Si la bondad se da por descontada y el receptor no es agradecido, no se realiza ningún depósito emocional y las dos partes perderán la oportunidad para acercarse.
Todos somos receptores de una increíble abundancia de regalos de Dios: nuestra vida, nuestra visión, nuestras piernas, nuestros hijos, nuestra ropa, nuestros hogares, nuestra comida, cada respiro que damos… es una lista infinita. El problema es que, a menudo, damos las innumerables bendiciones de Dios por descontado y olvidamos que somos receptores de su miríada de preciosos regalos. Para sentir su amor por nosotros, debemos realizar una pausa consciente y apreciar las demostraciones infinitas y constantes de ese amor. Al reconocer su involucración permanente en nuestra vida, tanto pasada como presente, podemos construir un contexto de amor para nuestra relación con Dios.
Este fue uno de los mensajes principales de Dios al pueblo judío cuando se presentó a nosotros en el Monte Sinaí. “Yo soy Hashem, tu Dios, quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud” (Shemot 20:2).
Dios podría haberse presentado diciendo: “Yo soy Hashem, tu Dios, quien creó los cielos y la tierra”. ¿Qué podría ser más impresionante que eso? Pero Dios no estaba interesado en jactarse de su poder. Quería mostrarle a su incipiente nación que estaba con ella, con compromiso, interés y amor. “Sí, soy Yo, tu Dios, quien dio vuelta la naturaleza para liberar a cada uno de ustedes, Quien los salvó y los liberó de la esclavitud y los eligió para que sean mi pueblo”.
El siguiente ejercicio puede ayudarte a apreciar el rol activo y lleno de amor de Dios en tu vida personal. Si te tomas el tiempo para hacerlo, transformará tu relación con Él.
Escribe 50 bendiciones que tienes en tu vida (por ejemplo, tu olfato, tu pareja, tu salud…).
Ahora escribe 50 más (tu café de la mañana, la sonrisa de tu hijo, tu auto…).
Cada día, escribe una nueva bendición que hayas recibido en tu vida. Hazlo durante un mes. En Shabat, pídele a tu familia y a tus invitados que compartan una cosa por la cual están agradecidos.
Al construir tus músculos de gratitud, comenzarás a reconocer y valorar el amor infinito de Hashem por ti, que es el prerrequisito esencial para entender los mensajes que te envía.
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