Éxodo de Etiopía

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Una dolorosa historia de esclavitud, tortura y liberación.

Wuditu, una niña judía que vivía en Etiopía en la década del 70, fue criada con una constante dieta de festividades judías, comida casher y un ardiente deseo de llegar a Yerusalem, la sagrada ciudad de Jerusalem.

Pero al igual que muchos refugiados, ella fue separada de su familia durante la sangrienta guerra civil etíope. La década de los 80 llegaba a su fin y se habían esparcido rápidamente entre los judíos de Etiopía los rumores de que se realizaría un puente aéreo clandestino de emergencia en el vecino país de Sudán. La familia de Wuditu se alistó para realizar la travesía. Permanecieron juntos durante toda la caminata de 1.000 kilómetros entre su aldea nativa de Dibebehar y la frontera con Sudán, evitando las tropas del gobierno, las fuerzas rebeldes, el árido desierto y los animales salvajes del llano africano.

Eventualmente llegaron a salvo a un campo de refugiados en Sudán. Allí soportaron las peores condiciones mientras esperaban que el “comité” —como eran conocidos los trabajadores de la Agencia Judía de Israel— los subieran a aviones con destino a Israel.

En la noche previa a la partida, un grupo de rebeldes atacaron el campo y pusieron de forma azarosa a algunas personas en la parte trasera de un camión. Wuditu y su hermana menor de 10 años, Lewteh, fueron atrapadas en el ataque. Los rebeldes las llevaron hacia la frontera con Etiopía, las arrojaron fuera de los camiones y las forzaron a caminar durante todo el resto del viaje.

Les dijeron que estaban llevándolas a Israel, pero las niñas se dieron cuenta de inmediato de que les estaban mintiendo, ya que las operaciones verdaderas eran secretas.

Les advirtieron que si trataban de entrar nuevamente a Sudán, les dispararían.

El resto de la familia —padre, madrastra y hermanas— fueron trasladados por avión a Israel.

Esclavizadas

A los 13 años, Wuditu trataba de sobrevivir en medio del caos de la guerra al mismo tiempo que cuidaba a Lewteh, quien sufría de agotamiento extremo y malnutrición.

Del otro lado de la frontera, Wuditu se contactó con Kes Baruj, un líder religioso local. Él hizo los arreglos para que Lewteh permaneciera bajo su cuidado mientras Wuditu viajaba a Amba Giorgis, una población con mercado ambulante, para conseguir ayuda médica para su hermana.

El trabajo en Amba Giorgis era escaso y, para empeorar las cosas, un antisemitismo explícito se había implantado en algunas regiones, principalmente en la provincia de Gondar, donde vivían los judíos. Esto forzó a Wuditu a permanecer solitaria y a esconder su identidad. Eventualmente consiguió trabajo como sirvienta en un burdel, cocinando y limpiando a cambio de alojamiento y comida, durmiendo sobre un pallet en el piso del porche trasero y comiendo las sobras.

“Nada era fácil en su vida”, dice Judie Oron, madre adoptiva de Wuditu y reciente autora del libro Cry of the Giraffe (El llanto de la jirafa), un relato semi-biográfico de la travesía de Wuditu. “Durante los cuatro años que pasó en Amba Giorgis, Wuditu sufrió constantemente hambre y enfermedades. Después de perder contacto con su familia se vio forzada a desarrollar habilidades que iban mucho más allá de su edad sólo para mantenerse con vida. Y no sólo eso, sino que también significó ocultar el hecho de ser una Beta Israel —un miembro de la milenaria comunidad judía del país—. Si los locales se hubieran enterado de eso, su vida hubiese corrido serio peligro”.

Si los locales se hubieran enterado que era una Beta Israel, su vida hubiese corrido serio peligro.

Eventualmente, la solitaria pero relativamente tranquila existencia de Wuditu como sirvienta dio paso a una realidad mucho más peligrosa. Uno de los clientes regulares del burdel, un soldado cargado de rifles que a menudo estaba borracho, puso sus ojos en Wuditu y le exigió que fuera su esclava personal. La violó y golpeó, amenazándola con “compartirla” con sus amigos.

Eventualmente el soldado murió en batalla, pero los problemas de Wuditu estaban lejos de terminar. Después de un improvisado aborto que casi la mató, encontró un nuevo alojamiento en la ciudad a cambio de realizar las tareas domésticas. Sin embargo, contrario a lo acordado, nunca le pagaron y al poco tiempo quedó claro que Wuditu no era una sirvienta sino una esclava.

Ahora, con ya 15 años, sus tareas incluían recoger excremento de animales en los campos para calentar el hogar, una tarea que la dejaba hedionda independientemente de cuánto se lavara después. Su cama era una alfombra en el salón, la cual debía compartir con la posesión más preciada de la familia: una vaca.

Descubrimiento

De vuelta en la frontera con Sudán, la pequeña Lewteh —cuya salud se había deteriorado— se las ingenió para viajar hasta la capital de Etiopía, Addis Ababa. En ese entonces, la embajada israelí estaba llena de trabajadores de la Agencia Judía responsables de investigar los casos y decidir quién era apto para viajar a Israel.

Una de las personas que se encontraban allí era Judie Oron, una inmigrante canadiense a Israel que ofrecía apoyo a los inmigrantes etíopes cuyos familiares aún no habían llegado a Israel.

“Yo organicé un grupo de profesionales para ayudar a las familias etíopes de Israel a reconectarse con sus parientes perdidos en Etiopía”, le dijo Oron a AishLatino.com. “Mientras estaba en Etiopía, uno de los trabajadores de la Agencia Judía me trajo una niña de 10 años. La niña estaba muy delicada de salud, con terribles problemas espinales, un hambre debilitante y estaba sumamente enferma. Había sido separada de su familia un año antes y entonces había vuelto caminando a Etiopía desde Sudán.

“Había muchos refugiados que necesitaban nuestra ayuda, pero hubo algo inexplicable que me acercó a Lewteh. Ella se quedó muy cerca de mí durante los dos meses siguientes, en los que fue atendida hasta que su salud se recuperó. Le consiguieron una visa de salida y eventualmente ambas llegamos a Israel”.

Rescate

De vuelta en Israel, Oron contactó a Berihun, el padre de Lewteh, quien estaba ciego, en bancarrota y demasiado enfermo como para cuidar a su hija. Berihun le pidió a Oron si podría adoptar extraoficialmente a Lewteh, a lo cual ella accedió. El anciano le habló también de otra hija llamada Wuditu; había enviado un investigador privado para que buscara a la niña, pero el hombre había vuelto con la desalentadora noticia de que su hija había sido asesinada.

Sin embargo, dos años después, Oron se despertó una noche por el sollozo de su hija adoptiva. “Estoy segura de que Wuditu aún está viva”, dijo Lewteh, “puedo sentir su respiración”.

Los llantos de la niña eran lo suficientemente convincentes como para que Oron comenzara a buscar a Wuditu en centros de absorción y orfanatos por todo Israel, pero su búsqueda fue en vano. Eventualmente, un contacto en Etiopía afirmó haber visto a Wuditu en Amba Giorgis. El hombre sugirió que podría estar esclavizada.

Prometieron pagar por la niña si la entregaban de vuelta ilesa.

Actuando sobre poco más que una pista, Oron sumó la ayuda de Zimna Berhani, una amiga de sus días en la embajada en Addis Ababa y quien fuera la primera diplomática etíope israelí. Buscando una aguja en un pajar, Oron viajó a Etiopía para buscar a la hermana perdida de Lewteh. Berhani localizó dos testigos creíbles que dijeron haber visto a Wuditu en Amba Giorgis, por lo que Oron salió rumbo a la ciudad que estaba a unos 100 kilómetros de distancia.

Al llegar, fueron rodeadas por una multitud furiosa pero, antes de huir, pudo hacer correr la voz de que pagarían por la niña si la entregaban de vuelta ilesa.

Berhani volvió a Addis pero Oron permaneció en Gondar, a pocos kilómetros de Amba Giorgis, esperando en vano por noticias. Eventualmente, justo antes de que venciera su visa en Etiopía, Oron viajó pidiendo aventones hasta Amba Giorgis para tratar de encontrarla ella misma. Al llegar a la ciudad un hombre armado detuvo el auto. Oron le dijo rápidamente por qué estaba allí, y el hombre le respondió que conocía a Wuditu y que la podía devolver, por un precio.

Pocas horas después el hombre entregó a Wuditu herida, malnutrida y muy confundida. Arrojó a Wuditu al asiento trasero, sacó su pistola y exigió el pago. Oron confirmó que aquella era efectivamente la joven que había ido a buscar mostrándole fotos de su familia biológica y haciendo preguntas sobre detalles familiares.

Una vez convencida, pagó el precio de 500 birr (unos 111 dólares) y huyó de la escena.

Vida nueva

Wuditu comenzó un proceso de recuperación que duró varias semanas. Luego, la pareja voló a Israel, donde la joven —que entonces tenía 17 años— se reunió nuevamente con su familia. Berihun le pidió a Oron que también adoptara extraoficialmente a su hija mayor, a lo que ella accedió inmediatamente.

“Cuando encontré a Wuditu estaba completamente acobardada. Se reverenciaba hasta el piso si alguien la miraba a los ojos. Le llevó un buen tiempo entender que su terrible experiencia había terminado”.

“Al mismo tiempo, comenzó rápidamente a mostrar fuertes rasgos de personalidad. Me dijeron que su padre tenía un carácter fuerte e influyente, y que a menudo lo llamaban para juzgar disputas locales a pesar de que muchos de los lugareños decían abiertamente que no les gustaban los judíos. Wuditu heredó gran parte de la personalidad de su padre. También es muy inteligente. Habiendo recibido poca educación formal en Etiopía, Wuditu fue aceptada en el programa preparatorio para la universidad sólo tres años después de llegar a Israel”.

A pesar de años de abuso, Wuditu conservó la capacidad de amar y ser amada.

“Pero lo más importante es que a ella le gusta ayudar a todo el mundo. Le es muy difícil decir ‘no’ si alguien le pide ayuda. Para mí, eso es lo más destacable de toda la historia. Wuditu sufrió un abuso constante e indescriptible durante sus años formativos. Sin embargo, no parece cargar ningún odio residual. Sí, trajo muchas horribles cicatrices de su experiencia, pero logró preservar la capacidad de amar y ser amada, con un profundo deseo de ayudar a los demás y de entregarse a sí misma. Wuditu agregó tanto a mi vida y a la de mi familia. No puedo imaginar lo que sería mi vida sin ella”.

Libertad

Ahora, dos décadas después de su arribo a Israel, Judie Oron protege celosamente la privacidad de las niñas. De hecho, los nombres Wuditu y Lewteh son seudónimos. Oron no revela más que la información de que ambas viven en Israel y que una de ellas es profesional.

A pesar de que actualmente Oron vive en Canadá, habla con sus hijas etíopes cada pocos días vía Skype y ellas están en contacto cercano con los dos hijos biológicos de Oron.

Oron dice que nunca se recuperó de la experiencia de comprar una hija. Si bien está agradecida de haber tenido la oportunidad de educar dos jóvenes etíopes, la idea de que miles de niños y jóvenes en Etiopía y en el Cuerno de África son abusados, traficados y esclavizados, la persigue constantemente.

“Hablamos mucho sobre libertad, pero nunca nos detenemos para pensar lo que significa realmente, ni que vivimos en un mundo en el que muchas personas simplemente no son libres. Pagar dinero por otro ser humano te pone cara a cara con tu interior, con tu propia libertad, con tu valor propio. Ya no das por sentado todos los privilegios que has disfrutado en la vida. Adquieres un par de lentes completamente nuevos con los que ver el mundo”.

Para estas dos jóvenes que se encontraban atrapadas en la política de la guerra, la bondad y el idealismo de Judie Oron significó una nueva oportunidad en la vida, de vuelta en la tierra prometida.

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