¿Quién tiene derecho a hablar en nombre del pueblo judío?


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Aclamada en la pantalla, pero cuestionada fuera de ella por una postura que no disimula ni matiza.
La decisión de Gal Gadot de no asistir al prestigioso Festival de Cine de Venecia este año fue mucho más que un gesto personal: fue una señal de alerta sobre la hostilidad creciente hacia artistas judíos e israelíes en la industria cultural internacional. Gadot, protagonista de la próxima película In the Hands of Dante junto a Gerard Butler, había sido invitada a desfilar por la alfombra roja, pero optó por retirarse ante las presiones de un grupo llamado “Venice for Palestine”. La organización, que asegura contar con más de 1.500 directores y actores internacionales, exigía al festival condenar a Israel por supuestos “crímenes de genocidio y limpieza étnica”.
Tras una campaña pública de declaraciones y protestas, Gadot decidió no exponerse a ese escenario hostil. El filme se estrenará en Venecia de todos modos, pero la ausencia de su estrella revela un dilema cada vez más frecuente: la tensión entre el activismo político y la participación de artistas judíos e israelíes en los grandes eventos del cine.
Este episodio refleja con nitidez el lugar incómodo que ocupa hoy Gal Gadot en Hollywood: aclamada en la pantalla, pero cuestionada fuera de ella por una postura que no disimula ni matiza. En un mundo cultural donde el discurso dominante exige pronunciarse a favor de ciertas causas y guardar silencio frente a otras, la actriz israelí eligió ser coherente con su historia y sus convicciones. En vez de refugiarse en el silencio prudente, Gadot se ha convertido en una voz incómoda contra la hipocresía de la industria.
Gal Gadot nació en 1985 en Rosh Ha’ayin, una ciudad tranquila de Israel. Su historia familiar ya la marcaba con un legado de resiliencia: sus abuelos maternos fueron sobrevivientes del Holocausto. Su abuelo Abraham fue el único de su familia que salió con vida de Auschwitz, mientras su madre logró escapar de Europa antes de la guerra. Gadot creció en un hogar consciente de lo que significa la fragilidad de la vida judía y la necesidad de defenderla.
Antes de convertirse en actriz, Gadot fue coronada Miss Israel a los 18 años y, un año después, se incorporó al ejército israelí. Allí sirvió como instructora de combate, enseñando Krav Maga y técnicas de defensa a soldados en servicio. Su paso por las Fuerzas de Defensa de Israel no fue solo un trámite obligatorio, sino una experiencia formativa que, años más tarde, definiría parte de su identidad pública en Hollywood: una mujer fuerte, disciplinada y orgullosa de sus raíces.
El camino a la fama no fue inmediato. Tras breves pasos por el modelaje y estudios de derecho, Gadot empezó a coquetear con la actuación. Fue en Fast & Furious donde se dio a conocer internacionalmente, interpretando a Gisele Yashar, una exagente del Mossad. Pero fue en 2016, con su debut como Wonder Woman en Batman v Superman: Dawn of Justice, cuando el mundo la adoptó como un ícono. Su primera película en solitario como la heroína amazona recaudó más de 820 millones de dólares y la consagró como referente del empoderamiento femenino en el cine.
En Israel, el orgullo era palpable: el Azrieli Center de Tel Aviv se iluminó con un mensaje en su honor —“Estamos orgullosos de ti, Gal Gadot, nuestra Mujer Maravilla”—, reflejo de cómo la actriz trascendía la pantalla para convertirse en símbolo nacional.
Sin embargo, ser una estrella israelí en Hollywood tiene un precio. Gadot ha sido blanco de boicots, amenazas y campañas de odio, especialmente tras el ataque del 7 de octubre de 2023, cuando Hamas asesinó a más de 1.200 personas y secuestró a decenas en Gaza. Ese mismo día, Gadot escribió en sus redes sociales: “Estoy con Israel; tú también deberías estarlo. El mundo no puede quedarse en silencio frente a estos actos de terror”. El mensaje, compartido con sus más de 100 millones de seguidores, la convirtió en una de las voces más visibles del pueblo israelí en el mundo del espectáculo.
Pero mientras millones de fanáticos agradecían su valentía, en Hollywood se abría un frente incómodo. Actores y directores que no dudan en pronunciarse sobre cualquier causa progresista —desde el cambio climático hasta la equidad de género— parecían titubear o guardar silencio ante las masacres cometidas por Hamas. Peor aún, muchos se alinearon abiertamente con consignas que justificaban o relativizaban la violencia contra los israelíes. En ese ambiente, la voz de Gadot resultó disruptiva.
El episodio más reciente que puso a Gadot en el centro de la polémica fue su participación en la nueva versión de Blancanieves de Disney. La actriz interpretaba a la Reina Malvada, pero pronto descubrió que la película se convirtió en un campo de batalla ideológico. Su compañera de reparto, Rachel Zegler, escribió “Free Palestine” en redes sociales al promocionar el filme, desatando un vendaval de críticas. Gadot, en cambio, se mantuvo firme en su defensa de Israel.
En una entrevista en la televisión israelí, Gadot confesó que había esperado que Blancanieves fuera un éxito de taquilla, pero que “tras el 7 de octubre todo cambió” y que había una presión evidente en Hollywood para que las celebridades hablaran contra Israel. Aunque luego matizó sus palabras para aclarar que el fracaso de la cinta no podía atribuirse solo a esa presión, el mensaje ya había resonado: el precio de ser abiertamente israelí en la meca del cine es cada vez más alto.
Disney, por su parte, trató de apagar el fuego reduciendo la exposición mediática de sus estrellas en las alfombras rojas, un intento evidente de evitar preguntas incómodas sobre política. El resultado fue un filme con más titulares por polémicas ideológicas que por méritos artísticos, que terminó costándole a Disney una pérdida de más de 100 millones de dólares.
Más allá de las controversias hollywoodenses, Gadot ha demostrado que su compromiso con Israel no es una pose. En febrero de este año, viajó a Tel Aviv para reunirse con familias de rehenes en la plaza de los Secuestrados. Fue vista abrazando a madres y esposas de los cautivos, escuchando sus historias y mostrándoles que, pese a su fama mundial, seguía siendo una israelí más, dolida y solidaria.
En entrevistas recientes, Gadot ha explicado la raíz de su postura: “Soy nieta de un sobreviviente del Holocausto. Vengo de una familia que fue borrada en Auschwitz. Y por el otro lado, soy israelí de octava generación. Soy una persona indígena de Israel”. Su identidad no es negociable, y su activismo surge de una convicción íntima y personal, no de un cálculo de imagen.
El caso de Gadot expone la incoherencia de Hollywood, una industria que celebra la diversidad pero que, cuando se trata de judíos e israelíes, suele aplicar un doble estándar. Las mismas voces que exigen justicia para minorías oprimidas no tienen problema en callar frente a la violencia terrorista contra israelíes, o incluso en aplaudir consignas que niegan la existencia de Israel. En ese contexto, la valentía de Gadot se vuelve aún más significativa: ella ha optado por arriesgar contratos, seguidores y prestigio antes que renunciar a su verdad.
La paradoja es evidente: Hollywood la celebra como Wonder Woman, un ícono de justicia y compasión, pero cuando actúa en la vida real como defensora de su pueblo, se convierte en blanco de ataques y cancelaciones. Pocos ejemplos revelan con tanta claridad la grieta entre el discurso idealista de la industria y sus prácticas selectivas de solidaridad.
En un momento en que el antisemitismo vuelve a levantar la cabeza en todo el mundo, su figura se ha convertido en un recordatorio de que la verdadera fortaleza no está en los guiones ni en las alfombras rojas, sino en la capacidad de sostener una verdad incómoda. Tal vez esa sea la razón por la que, más allá de su papel como heroína amazona, muchos israelíes y judíos en el mundo la ven como algo más: una Mujer Maravilla real, que lucha no contra supervillanos de ficción, sino contra la hipocresía de Hollywood y el odio disfrazado de causa justa.
Quizá sea bueno terminar con un mensaje que Gal misma publicó en su cuenta de Instagram:
Me mantengo firme junto a Israel, y tú también deberías hacerlo. ¡El mundo no puede permanecer indiferente ante estos horribles actos de terror!
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Gal Gadot es el símbolo de lo que significa ser una mujer judía. Luchadora, valiente, irrenunciable en su apoyo a su nación y a sus orígenes. Más allá de asumir posturas cómodas como la de algunos intelectuales y actores judíos, que tratan de mimetizar su gentilicio en aras de un fácill apoyo mediático, ella se mantiene firme en sus convicciones. Me siento honrado de decir que la admiro y apoyo sin medias tintas.
Bien Gadot. Qué tiene que andarse rebajando ante a todos aquellos que, como títeres del mal, brigan contra Israel.Sus corazones sean vueltos y puedan ver la verdad que tarde o temprano se cumplirá: todo saldrá a luz. Pobre de cada uno de nosotros.