Iom Hazikarón
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Mis siete regalos favoritos que he recibido de mi amada tierra patria.
Estuve pensando en todo lo que me ha dado Israel con el pasar de los años y en lo mucho que amo al país, mi tierra patria. Los regalos que he recibido al visitar y vivir en Israel son demasiados para contarlos, por lo que comparto con ustedes mis siete favoritos.
Gracias, Israel:
1. Por darme una identidad judía. Pasé el verano previo a la universidad recorriendo tus hermosas montañas como mochilera. Tu cielo estrellado endulzaba mis sueños y tus brillantes cascadas abrían mis ojos. Para el final de ese verano, cuando caminé para tocar las sagradas y blancas piedras del Kótel, ya me había enamorado de los sonidos, las personas, las canciones y las plegarias de la tierra patria judía. Y antes de poner un pie por primera vez en los exclusivos pasillos de la universidad ese otoño, sabía que, ante todo, era judía, y que tenía un hogar cruzando el océano y un legado que quería transmitirles algún día a mis hijos.
2. Por enseñarme a interesarme en quienes me rodean. Apenas me mudé a Israel, me sorprendió cómo todo el mundo parecía entrometerse en la vida de los demás. Si mi bebé no tenía una gorra en un día caluroso, medio mundo me hacía saber que lo necesitaba. Fue un shock cultural para mí, al venir de un lugar en donde la mayoría de las personas hace todo lo posible para evitar hacer contacto visual con el otro. Entonces, gracias Israel por enseñarme a ver a quienes me rodean y a preocuparme por ellos.
3. Por mostrarme cómo vivir con simpleza. Nuestros días son mucho más libres y menos complicados cuando el mundo material no es el centro de la vida diaria. Gracias, Israel, por los departamentos pequeños que tienen el tamaño justo y por el shuk lleno de frutas frescas y alimentos simples que eran mejor que cualquier cosa que hubiera probado en el restaurante más fino. Y gracias por darme la sabiduría para viajar con pocas cosas adonde sea que vaya, sin las trabas de las posesiones innecesarias.
4. Por enseñarme el sentido de la plegaria. En Israel, todos rezan, todo el tiempo. El taxista no judío y el adolescente rebelde, los eruditos y los soldados, los jóvenes y los ancianos, los pobres y los ricos. En cualquier lugar al que iba, escuchaba auténticos ecos de plegaria del pueblo judío dirigiéndose a su Padre Celestial infinitas veces al día, pidiendo ayuda, agradeciendo, susurrando el Shemá, implorando recuperación, rezando por el regreso a salvo de los jóvenes soldados, declarando su fe constante en que, con la ayuda de Dios, todo estará bien. Vivía con la realidad de que Alguien está realmente escuchando nuestras plegarias.
5. Por darme mentores. Los maestros que tuve como estudiante y, luego como madre criando niños en Israel, fueron irremplazables en cuanto a la profundidad de su sabiduría y a la magnitud de su compasión. Me enseñaron a ser madre, a ver las bendiciones en mi vida y a superar los obstáculos. Sus enseñanzas aún se abren camino en mis pensamientos y días, ayudándome a lidiar con nuevos desafíos y a continuar siendo agradecida cada día.
6. Por mostrarme cómo hacer duelo. Las noticias trágicas en Israel son altamente personales. Los horrendos ataques terroristas asesinan a vecinos y amigos. Las guerras impactan a todo hogar, y cuando alguien pierde un hijo o una hija, toda la nación hace duelo con él. Entonces, te agradezco Israel, por enseñarme a llorar y a hacer duelo cuando nuestra nación está lastimada. Por darme la capacidad de estar presente no sólo en los tiempos de alegría, sino también en los de pérdida y soledad.
7. Por conectarme al pueblo judío y a nuestra historia. Vivir en Israel, o incluso sólo visitar, me hace sentir que soy una parte crucial de nuestra nación. Soy un eslabón ineludible de la cadena de la increíble historia viviente de nuestro pueblo. En Israel siento que estoy construyendo el futuro de la nación judía a cada día, haciendo realidad la visión que nuestro pueblo soñó durante miles de años.
Mi amado Israel, gracias por motivarme a crecer y por mostrarme cómo ver la silueta de mi alma. Tuve la bendición de vivir en tus colinas y escalar tus montañas, vi los milagros 'ordinarios' que conservan y sustentan a nuestro pueblo, milagros que nos brindan una manera de volver a casa cuando pareciera que nunca podremos hacerlo.
Gracias, Israel, por tus brazos y corazón abiertos, y por la promesa que susurras cada día a todo judío del mundo: hay un lugar para ti, en casa.
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