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En la parashá de esta semana conocemos a Labán Haaramí, el insensible estafador que engaña repetidamente a Yaakov. Lo engaña para que se case con Leá en lugar de Rajel y, como explica Rashi (Bereshit 31:7), luego trata de engañar a Yaakov cambiando las condiciones de su acuerdo más de 100 veces.
Y luego, el detestable Labán dice algo tan absolutamente inusual que es imposible no detenerse y advertirlo.
Yaakov ha completado los 14 años de trabajo que se comprometió a hacer para Labán a cambio de casarse con sus hijas Rajel y Leá, y ahora quiere volver a Israel. Labán no está feliz de ver ir a Yaakov, sin embargo: “Labán le dijo: ‘¡Si he hallado gracia en tus ojos! He visto que Dios me ha bendecido gracias a ti’” (ibíd. 30:27).
Labán le está diciendo a Yaakov: “descubrí el secreto de mi riqueza, Dios me bendijo gracias a ti. Ahora, por supuesto que no quiero que trabajes por nada, hagamos un trato y busquemos una forma para que continúes trabajando para mí”. Lo más sorprendente es que Labán dice que Dios, la fuente eterna y trascendental de la existencia, es Quien lo ha bendecido gracias a Yaakov. ¿Es este reconocimiento acorde al Labán que conocemos? ¿Por qué, de repente, se ha vuelto tan piadoso?
Entendemos que Labán quiere manipular a Yaakov para que continúe trabajando para él, pero eso no explica su admisión de que Hashem esté detrás de su éxito. ¡Reconocer a Hashem como la fuente de todas tus bendiciones no es fácil! Es por eso que la palabra hebrea todá ‘gracias’, viene de la raíz ‘admitir’, porque decir gracias significa que reconocemos tener una deuda de gratitud. Tenemos una tendencia a minimizar nuestra deuda de gratitud y, por lo tanto, a disminuir el grado en que estamos obligados hacia los demás y hacia Hashem.
Si nosotros los judíos, que decimos Shemá Israel y Modim anajnu Laj todos los días, tenemos dificultad para admitir que Dios nos ha bendecido, ¿cómo puede un estafador egocéntrico como Labán reconocer explícitamente que Hashem es la fuente de todas sus bendiciones y riqueza?
Una persona entendió la intención real de Labán, y fue Yaakov Avinu. Veamos la respuesta de Yaakov ante la declaración de Labán:
“Pero él [Yaakov] le dijo: ‘Tú sabes lo que te he servido y lo que tu ganado era conmigo. Porque lo poco que tenías antes de mí se ha incrementado sustancialmente y Hashem te ha bendecido con mi llegada; ahora, ¿cuándo haré algo por mi propia casa?’” (ibíd. 30:29-30).
Yaakov está confrontando a Labán y le está diciendo: “Veo más allá de tu verborragia y tus mentiras. Sí, Hashem te bendijo gracias a mí. Es cierto, Labán. Pero Hashem no es el único a quien debes agradecerle. No puedes ignorar el hecho de que he trabajado duro para tu rebaño. Fui quien cuidó tu ganado y aumentó su tamaño. También me debes a mí. Y si no puedes reconocer tu deuda de gratitud hacia mí, entonces no me hables de lo mucho que Dios hizo por ti”.
Yaakov conoce a Labán. Entiende que hakarat hatov, la ‘gratitud’, comienza con la apreciación de la deuda que tienes hacia los humanos. Si no puedes admitir esa deuda más concreta de gratitud, entonces tampoco puedes reconocer verdaderamente tu deuda más efímera de gratitud hacia Hashem. Todo es una farsa.
Paró exhibió una profunda falta de gratitud, como dice la Torá: “Un nuevo rey asumió en Egipto que no reconoció a Yosef” (Shemot 1:8). Paró era un ingrato de primer orden, porque no reconoció todo lo que Yosef había hecho para salvar a la sociedad egipcia de morir de hambre. Esta falta de gratitud posibilitó que oprimiera al pueblo judío e, inevitablemente, lo llevó a negar a Hashem. Como dice el Midrash: “Hoy Paró no reconoce a Yosef, mañana dirá ‘No reconozco a Hashem’” (Tanjumá, Shemot 5).
Es mucho más fácil ser realista con otro ser humano que con Hashem, porque Hashem no puede ser percibido a nivel sensorial. Entonces, si realmente quieres apreciar todo lo que Dios hace por ti, primero debes apreciar todo lo que tus padres han hecho por ti. Son más concretos, sus acciones son más reales y mucho más tangibles. Primero reconoce tu deuda de gratitud hacia ellos, luego serás capaz de apreciar lo que Dios ha hecho y lo que continúa haciendo por ti. Lo opuesto también es cierto. Si no puedes admitir que fuiste ayudado por un ser humano, con seguridad te resultará difícil admitir que fuiste ayudado por Hashem.
El comportamiento de Moshé fue el opuesto al de Paró: sobresalió en su capacidad para ser agradecido. Moshé no sólo apreció la bondad que recibió de los demás, sino que también fue cuidadoso para mostrar su gratitud hasta con los objetos inanimados. Como dice el Midrash explicando la razón por la que Aarón, en lugar de Moshé, fue quien trajo las plagas de sangre y ranas: “Como el Nilo protegió a Moshé cuando fue arrojado a él, no fue [el Nilo] golpeado por él [Moshé], ni con la sangre ni con las ranas, sino que fue golpeado por Aarón” (Rashi en Shemot 7:19, basado en Tanjumá, Vaerá 14).
Labán Haaramí está dispuesto a reconocer la existencia de Hashem e incluso a admitir que Dios mismo está involucrado en los asuntos del hombre y que lo ha bendecido personalmente, siempre y cuando no tenga que admitir que le debe algo a Yaakov. Es por eso que Labán usa repentinamente la palabra Hashem, que jamás vuelve a mencionar en la Torá.
A menos que estemos dispuestos a reconocer nuestra deuda de gratitud hacia nuestro prójimo, ya sean nuestros padres, amigos, maestros o cualquier otra persona que trata de ayudarnos, y a apreciar que el esfuerzo solo ya crea una deuda de gratitud, no seremos realmente makir tov, no ‘reconoceremos el bien’ que se hace por nosotros. Como resultado, tampoco seremos capaces de apreciar lo que Dios nos ha dado. Al final, puede que incluso digamos: “No conozco a Hashem. Lo hice todo yo. Fue una ardua tarea, mi inteligencia, mi compromiso, lo que generó esto. No le debo nada a Hashem”.
La idea de deberle algo a alguien nos pone los pelos de punta. No nos gusta reconocer el bien que los demás hacen por nosotros, porque pensamos que estar en deuda con ellos afecta nuestra independencia. Pero nos estamos engañando a nosotros mismos, al igual que hizo Labán. Independencia verdadera significa tener la fortaleza interior y la humildad para apreciar los regalos que hemos recibido de los demás. Hacerlo es la única manera de apreciar también los regalos que hemos recibido de Dios.
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