Haciendo Posible lo Imposible

5 min de lectura

Una niña de 5 años de edad había desaparecido. ¿Cómo podía yo cerrar los ojos y volver a dormir?

Nada ocurre por coincidencia. Toda situación a la que nos enfrentamos está hecha a medida para nosotros. Cada oportunidad es un regalo que nos ayuda a materializar nuestro potencial. Cuando realmente queremos lograr algo, Dios crea las circunstancias precisas para hacer que ese deseo se haga realidad. Pero tenemos que esforzarnos y aprovechar la oportunidad. Si lo hacemos, Dios permite que nuestro esfuerzo tenga un mayor efecto y este esfuerzo nos lleva más lejos de lo que alguna vez imaginamos.

Es como la historia que ocurrió en Egipto con Batya, la hija del Faraón. Ella vio al bebé Moisés en una canasta en el Nilo, pero estaba demasiado lejos como para alcanzarla. Sin embargo, su deseo por llegar a ella era tan grande que pese a la lejanía, igualmente estiró su mano. Dios hizo un milagro y su brazo se estiró, alcanzando de esta manera la canasta.

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Recientemente escuché la siguiente historia real de la Rabanit Tziona Hillel, la esposa de Rav Yaakov Hillel de Jerusalem. Esta historia demuestra cuánto podemos lograr con un deseo real, un esfuerzo sincero y mucha ayuda de Arriba:

El Taxi Amarillo y Blanco

Un día, pasada la medianoche, casualmente escuché las noticias de la radio y estaban anunciando que una niña de cinco años había desaparecido.

Su familia había visitado Jerusalem y habían parado un taxi en la calle para que los llevara de vuelta a casa en Elad, una ciudad ubicada en el centro de Israel. Era tarde, y el balanceo de la van hizo que pronto los cinco niños de la familia se quedaran dormidos. Cuando llegaron a su destino, los padres llevaron a los niños a la casa uno por uno, tratando de no despertarlos. Cuando fueron a buscar a la última niña, de cinco años, descubrieron para su horror que la van se había marchado. Aparentemente, el conductor no había visto a la pequeña niña durmiendo en el asiento de atrás y había pensado equivocadamente que los padres habían sacado a todos sus hijos.

Los padres entraron en pánico. Ellos habían parado al taxi en la calle y no tenían ninguna información que los pudiese ayudar a contactar al conductor. No sabían ni su nombre, ni para qué empresa trabajaba. Sin saber qué hacer, llamaron a la policía y les contaron la historia. La única descripción que pudieron dar sobre el vehículo fue que era una van amarilla y blanca.

Rápidamente, la policía y dos grandes organizaciones de emergencias médicas estaban trabajando en el caso. Se hicieron anuncios sobre la niña perdida y las rutas estaban siendo controladas para encontrar un vehículo que encajara con la descripción.

Yo sabía que si había escuchado lo que estaba pasando, eso significaba que necesitaba ayudar de alguna manera.

Escuché el anuncio y me estremecí. Estas cosas pueden terminar siendo muy peligrosas. Sabía que las autoridades estaban en el caso y que la situación estaba siendo transmitida por la radio, pero yo simplemente no podía sacarme el asunto de la cabeza y volver a mi rutina. Yo sabía que si había escuchado lo que estaba pasando, eso significaba que necesitaba ayudar de alguna manera. No es que la gente profesional, equipada y entrenada no pudiera manejar las cosas, sino que al fin y al cabo, todo esfuerzo cuenta.

¿Quién sabe qué es lo que finalmente hará la diferencia?

Tomé un papel y una lapicera, y disqué el número de Taxis Bar Ilán, la única compañía cuyo número sabía de memoria. Cuando el operador atendió, le informé rápidamente la razón de mi llamada y le pregunté si tenía vans amarillas y blancas en su flota. Me dijo que no, por lo que le pedí que pensara si había una compañía que sí tuviera.

"Taxis Beit Shemesh", respondió. "Sus vans son amarillas y blancas".

Resultó ser que en realidad me había dado información equivocada. Los Taxis Beit Shemesh son amarillos y rojo – no amarillos y blanco. Pero en ese entonces yo no lo sabía.

Busqué el número de Taxis Beit Shemesh y disqué. Sabía que tenía que sonar segura para que el operador no cortara de inmediato.

"Hola", dije. "Una niña de cinco años quedó sola en una de sus vans que viajó a Elad esta noche. Por favor deme los nombres y los números de todos sus choferes que fueron a Elad hoy".

"¿Está loca?", respondió el operador sin pelos en la lengua. "¡Estamos en la mitad de la noche!".

Le volví a decir que el asunto era muy serio y sumamente urgente.

"¿Quiere que me siente aquí y le dé una lista de los nombres y números de los 50 choferes?", me preguntó de nuevo, incrédulo.

Cuando vio que era en serio, comenzó a leer su lista de trabajo, mientras yo escribía lo más rápido que podía. Después de una docena de nombres le agradecí y me puse a trabajar. Llamé a todos los números. Algunos no respondieron, otros dijeron que no habían ido a Elad y también habían quienes estaban seguros de que la niña no estaba con ellos. Me estaba cansando y no estaba llegando a ningún lado, pero sabía que necesitaba hacer todo lo que pudiera para ayudar a esa pobre familia. Confiaba en que Dios haría el resto.

Finalmente disqué el último número de mi lista. Respondió un hombre y comencé rápidamente la introducción, que a esta altura salía de mi boca con mucha facilidad.

"Hey, tengo un vecino que trabaja con una van blanca y amarilla".

"No llevé a ninguna familia como esa a Elad", dijo. "Siento no poder ayudarle". Pero, antes de colgar, recordó algo. "Hey, tengo un vecino que trabaja con una van blanca y amarilla". Me dijo que no tenía forma de ubicarlo por teléfono porque estaba seguro que a esa hora de la madrugada estaría durmiendo, pero ofreció ir afuera de la casa de su amigo y chequear la van.

Le di mi número y le pedí que me llamara si pasaba algo. El hecho que le diera mi número fue otra acción de la providencia Divina. No se lo había dado a nadie más, a pesar de que otros también me aseguraron que mantendrían los ojos abiertos por si se enteraban de algo.

Puedes adivinar lo que pasó después. Allí estaba la pequeña niña, en una van estacionada en la calle, durmiendo, sin saber toda la conmoción que había en torno a su desaparición.

Con gran excitación, me llamó para darme las noticias y preguntarme qué hacer a continuación.

Honestamente, yo estaba tan sorprendida como él. Le dije que tenía un hijo en Beit Shemesh que podría ir a buscar a la niña y llevarla a casa, pero que primero iba a notificar a la policía para que llamara a los involucrados y le avisara a los padres, quienes estaban ciertamente muy preocupados.

La policía me dijo que ellos se iban a encargar a partir de ese punto. Ellos recuperaron a la niña de la van y la devolvieron a su casa. Increíblemente, ella continuó durmiendo todo el tiempo hasta que estuvo sana y salva en su cama.

Recibí un certificado de agradecimiento de la policía y una hermosa foto enmarcada de la pequeña con palabras de agradecimiento de su familia. Pero esa noche también obtuve algo mucho más importante: aprendí la lección de que si alguien está en necesidad, y nosotros estamos realmente determinados a ayudar, Dios hace posible lo imposible.

Y tan importante como eso, aprendí que cada uno de nosotros, gente común y corriente, puede hacer la diferencia.

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