Héroes: Una Historia Real

7 min de lectura

Dios se hace creíble cuando la vida se hace increíble.

Ana fue una niña abusada y, cuando creció, hizo lo que muchos niños abusados hacen inexplicablemente: se casó con un hombre que resultó ser un abusador. Cuando ella se dio cuenta del alcance del daño que su esposo les estaba ocasionando a sus tres hijos, Ana tomó a los niños y se escapó.

La vida no ha sido fácil para Ana. Aunque ella es graduada de la universidad, no puede usar su diploma porque está escondida bajo un nombre adoptado. Ella mantiene a sus hijos limpiando casas y planchando.

El dinero es escaso. La mitad de su escaso ingreso mensual se va en pagar psicoterapeutas para sus hijos. Los niños, especialmente los hombres, son agresivos, beligerantes y rebeldes. Ellos sienten que han recibido un trato injusto en la vida. Dado que su padre no está presente, culpan a su madre. Y no es de gran ayuda el hecho de que ella no tenga dinero como para comprarles las cosas que otros niños tienen, ni siquiera golosinas. El mayor, Jonatán de 14 años, fue sorprendido robando dulces en el supermercado local.

Siendo fuerte y corpulento, Jonatán suele meterse en peleas con los niños del barrio y con sus hermanos menores. Los combates verbales entre Jonatán y su hermano Dani, de doce años, parecen sacados de un guión de "¿Quién teme a Virginia Woolf?".

Como muchas personas que fueron abusadas por sus padres, a Ana le cuesta mucho trabajo forjar una relación con Dios. Pero desde que se mudó a un vecindario judío y comenzó a vivir entre personas religiosas - cuyo estilo de vida ella admira - Ana ha fijado nuevas metas para su familia. Ellos ahora cumplen Shabat y cashrut, y los niños van a escuelas religiosas. Sin embargo, por más que ella aprecia la belleza del judaísmo, Ana tiene una gran cantidad de quejas en contra de Dios.

Ana tiene una gran cantidad de quejas en contra de Dios.

"No lo culpo por mi matrimonio fallido", dice ella. "Entré en eso por decisión propia. Pero, ¿por qué tuvo Dios que darme tales monstruos de padres?, y ¿por qué, incluso ahora, tiene que hacerme la vida tan difícil?".

Ana sufre de una gran cantidad de problemas menores de salud. Frecuentemente, ella debe elegir entre comprar un nuevo par de zapatos para uno de los niños o pagar la cuenta de luz. La compañía de teléfonos recientemente desconectó su teléfono. "Es más fácil vivir sin teléfono que sin electricidad", explicó ella. "Mis niños tienen miedo de la oscuridad".

El viernes pasado, Ana me llamó (alguien le prestó dinero para pagar su cuenta de teléfono). "Estoy a punto de tener un colapso nervioso", me dijo con tristeza. "Además de todo, mi plancha se rompió. ¿Cómo espera Dios que yo gane dinero sin mi plancha? Y no puedo pagar una nueva".

El sábado en la noche, después de Shabat, llamé a Ana con la buena noticia de que una vecina mía tenía una plancha extra que estaba dispuesta a regalarle. Ella me contó que durante Shabat la plomería del baño de arriba se había roto. Ella no tenía dinero para llamar a un plomero.

"Solamente me gustaría que Dios se relajara un poco conmigo", se quejó Ana.

Yo no supe qué decirle. Con certeza ella tiene una vida difícil. Intenté desesperadamente reunir una perspectiva espiritual que la levantase de su depresión.

"Es verdad que Dios te da muchos desafíos", dije finalmente. "Pero, ¿quién sabe? Quizás todas las cosas que sufres – la plancha rota, la plomería rota – pueden ser una muestra de compasión de Dios en vez de darte algo peor como…" Allí titubeé. ¿Qué podía ser peor que todas las dificultades que ella había sufrido?

Nada Cambia; Todo Cambia

A la mañana siguiente, que era domingo, Jonatán necesitaba ir a la ciudad más cercana. Se paró en la entrada de su pequeño pueblo para pedir un aventón. Un Mitsubishi blanco con tres mujeres que él conocía se detuvo para recogerlo. Jonatán se subió al auto y les pregunto a qué parte de la ciudad se dirigían.

Cuando le dijeron, Jonatán lo pensó dos veces. Él en realidad no tenía dinero para tomar un autobús dentro de la ciudad. Quizás podría conseguir un aventón que lo llevara más cerca de su destino. Por otro lado, quizás no podría. Por un instante, él vaciló. Entonces Jonatán les agradeció a las tres mujeres y se bajó del auto.

Cinco minutos después, el padre de uno de los amigos de Jonatán lo recogió. Habían viajado no más de unos cuantos minutos cuando el tráfico en la autopista se detuvo por completo. Jonatán se bajó del auto para ver cuál era el problema.

Vio el pavimento salpicado con sangre. Luego vio una mano tirada en el pavimento. Luego un pie. Horrorizado, sus ojos se movieron hacia los dos vehículos que habían chocado: un bus y el Mitshubishi blanco, que ahora estaba aplastado como una lata de gaseosa.

Las tres mujeres estaban muertas.

Las tres mujeres estaban muertas.

Tan pronto como Jonatán llegó a la ciudad, llamó a su madre. Su voz estaba temblando. "Yo estaba en el auto", él repetía una y otra vez. "Cinco minutos antes del accidente, yo estaba en el auto. Ni siquiera estoy seguro de por qué me bajé". Ana no podía recordar la última vez que había escuchado a Jonatán llorar.

Cuando Ana me llamó unas cuantas horas después, estaba temblando tan fuerte que sentí como si los cables del teléfono también temblasen. "¿Te das cuenta de cuán cerca estuvo de morir?", me preguntó ella, intentando desesperadamente transmitir su sensación de que su hijo había sido milagrosamente sacado del nefasto vehículo justo a tiempo.

Ella tenía una pregunta urgente para mí: "¿Cómo le agradezco a Dios?".

Nada había cambiado. Ana seguía sin tener dinero, sin buenos prospectos de trabajo, mala salud, plomería rota, y tres niños con cicatrices. Pero repentinamente, en los pocos segundos que toma que dos vehículos choquen en la autopista, todo había cambiado. Su hijo mayor estaba vivo.

Ella se sentía como una mujer bendecida más allá de las palabras.

Devolviéndole a Dios

El accidente fue el domingo. El lunes por la noche, mientras Ana estaba lavando los platos en la cocina, su hija de ocho años entró corriendo. "Mami, hay una inundación".

Ana fue corriendo a ver qué ocurría y encontró el piso de arriba cubierto por cinco centímetros de agua. El agua salía a borbotones por la puerta del baño, donde Dani estaba tomando un baño. En todo lo que podía pensar Ana era en el juego electrónico que siempre estaba conectado en el piso de la habitación de su hijo. Gritándole a su hija que se quedase abajo, ella corrió a la habitación. El agua cubría todo el piso - excepto por la esquina en donde estaba el juego.

Abrió con fuerza la puerta y encontró a Dani flotando boca abajo en la bañera. Su corazón se detuvo.

Luego corrió al baño. Abrió con fuerza la puerta y encontró a Dani flotando boca abajo en la bañera. Su corazón se detuvo. Ella tomó su cuerpo y lo jaló afuera de la bañera. Dani se echó a reír. Él había estado haciéndose el muerto; no se había dado cuenta que la bañera se había rebalsado.

Ana respiró profundamente y evaluó el daño. Estaban en el proceso de mudarse a un departamento más pequeño; había maletas y cajas empacadas por todo el suelo del pasillo y de las habitaciones. Ahora todo estaba empapado. Ella tendría que desempacar, colgar cada prenda de ropa, cada sábana y manta, y tirar lo que no pudiera ser salvado.

Ella regresó al baño y le hizo una seña a Dani para que se acercara. Dani conocía esa mirada en la cara de su madre, esa mirada de tensión, de estar tan sobrepasada que perdería el control. Las personas a menudo educan de la forma como fueron educadas. Dani puso su mano sobre su cara y se encogió.

Entonces algo milagroso ocurrió. Más milagroso que Jonatán bajándose del auto. Más milagroso que el hecho de que el agua no alcanzase el juego electrónico. En vez de abofetear a su hijo, Ana acunó la cara de Jonatán entre sus manos y dijo: "Estoy realmente molesta por todo el trabajo que me causaste y por todas las cosas arruinadas. Pero tú eres mi hijo, y te quiero sin importar lo que hagas". Luego de decir eso, se agachó y besó su frente.

En todo lo que podía pensar era: "Gracias a Dios mis hijos están vivos".

Acciones Trascendentales

Esa misma noche, Jonatán estaba ensayando para una obra de la escuela. Durante el receso, una de las maestras le dio a Jonatán dinero para ir a la pizzería y comprar pizza para todos los artistas.

Jonatán fue elegido para ir porque tenía una elegante bicicleta nueva. Su tía le había enviado 250 dólares para comprar una bicicleta, un regalo de Bar Mitzva que llegó un año atrasado porque a ella le había tomado todo ese tiempo ahorrar el dinero. Jonatán había comprado la bicicleta, el único objeto verdaderamente maravilloso que él poseía, dos semanas antes. Dado que no había sobrado dinero como para comprar un candado, Jonatán nunca dejaba la bicicleta sin supervisión.

Ese lunes en la noche, Jonatán llevo la bicicleta a la pizzería con él. Un grupo de niños, un año menores que Jonatán, estaba comiendo ahí. Jonatán los conocía. Unos meses atrás, él había ayudado a estos mismos niños a arrastrar una carga de madera hacia la cima de una colina. Los había visto en apuros, y debido a que él era más grande, los había ayudado.

Jonatán hizo algo tan trascendental que su efecto se sentirá por generaciones.

Cuando Jonatán se volteó para ordenar las pizzas, los niños tomaron su bicicleta, la llevaron afuera, y la chocaron tan fuerte contra una pared que la bicicleta terminó hecha añicos. Jonatán salió corriendo a ver qué ocurría, y encontró su preciada bicicleta destrozada.

El primer pensamiento de Jonatán fue: "¿Cómo pueden haberme hecho esto? ¡Yo los ayudé!".

Su segundo pensamiento fue: "Los quiero matar".

Su tercer pensamiento fue: "Le prometí a mi mamá que ya no pelearía o maldeciría".

Su cuarto pensamiento fue: "La violencia no ayuda. Incluso si los golpeo, eso no va a regresarme mi bicicleta".

Entonces, Jonatán hizo algo tan trascendental que su efecto se sentirá por generaciones: se contuvo de golpear a los niños que habían destruido su bicicleta. Jonatán venció su pasado y su tendencia a la violencia; él cogió un machete hecho de su aspiración de convertirse en una mejor persona y, con un fuerte golpe, destruyó una cadena de violencia que se extendía por generaciones. El Talmud dice: ¿Quién es un héroe? Él que se supera a sí mismo".

Jonatán salió de la pizzería arrastrando los restos de su bicicleta nueva. Si yo fuera un director de cine, filmaría la escena en cámara lenta, como el clímax de "Carrozas de Fuego", cuando el corredor olímpico atraviesa la meta. Pondría una orquesta de música triunfal, con muchas trompetas. Tendría fuegos artificiales explotando en el cielo nocturno sobre Jonatán y su retorcida bicicleta.

Y probablemente así es como se vio esa escena en los mundos superiores. Pero en este mundo físico había simplemente un lloroso niño arrastrando a casa el retorcido desastre que había sido alguna vez su más preciada posesión.

Una cosa es segura: pocos sucesos que ocurrieron en el mundo ese lunes en la noche, incluyendo los eventos que llegaron a los titulares a la mañana siguiente, fueron tan significativos como las victorias de Jonatán y Ana sobre la violencia. Ellos son verdaderos modelos de heroísmo.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.