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Seis formas prácticas de comenzar a aumentar la alegría cuando sientes que te pesa el corazón.
En la vida judía, el tiempo lleva un ritmo emocional. Lloramos, nos regocijamos, nos contraemos, nos expandimos… todo en sincronía con la energía espiritual del calendario. El Talmud enseña: "Cuando entra el mes de av, disminuimos la alegría" (Taanit 29a). Pero cuando llega el mes de adar, hacemos lo contrario: "Cuando entra adar, aumentamos la alegría".
El texto dice que aumentamos no que llegamos a la alegría. La alegría no es un destino; es una práctica. No "llegamos" a la felicidad. La cultivamos, paso a paso, lentamente, de manera constante, como la luna que crece hacia la plenitud. Y ya está allí, algo que aumentamos y nutrimos.
Después de la tristeza o la pérdida, no podemos saltar directamente a la felicidad. Especialmente ahora, después de haber experimentado una tragedia colectiva, como el desgarrador funeral de la familia Bibas, la idea de la alegría puede sentirse distante o incluso fuera de lugar. Pero adar nos enseña que la alegría no es todo o nada. Es algo que construimos, paso a paso.
¿Cómo comenzamos a aumentar la alegría cuando todavía nos pesa el corazón?
La respuesta radica en comprender qué es realmente la alegría, y reconocer que el crecimiento es un proceso, no una línea recta.
En el judaísmo, simjá (alegría) no significa andar sonriendo y riendo todo el tiempo. La verdadera alegría es un profundo sentido de estar presente y conectado con la vida, incluso cuando la vida es difícil.
Todos tenemos dos lados del corazón: el lado que ríe y el lado que llora. La alegría no borra la tristeza; hace espacio para ambos. En el judaísmo, incluso los momentos más tristes tienen espacio. Nos sentamos en shivá, recitamos Kadish, lloramos.
La verdadera alegría no viene de ignorar la tristeza, sino de permitirnos sentir todo. "Los que siembran con lágrimas cosecharán con alegría" (Salmos 126:5). A través de sentir la profundidad de nuestro dolor también podemos acceder a la profundidad de nuestra alegría.
En su núcleo, la alegría proviene de la conexión:
Conexión con Dios: confiar profundamente que incluso en la oscuridad nos están sosteniendo, genera una tranquila satisfacción interior.
Conexión con el propósito: Involucrarse plenamente en lo que estamos haciendo, aprovechando nuestra voluntad para estar presentes. Cuanto más invertimos en acciones significativas, más vivos nos sentimos.
Cuando entendemos que la alegría no es la ausencia de dolor, sino la presencia de propósito, la idea de aumentar la alegría, incluso después de una pérdida, empieza a parecer posible.
Conexión con nuestras almas: Recordar que, por debajo de todas nuestras luchas, tenemos una chispa divina inmaculada. Esta es la parte de nosotros que siempre puede acceder a la alegría, sin importar las circunstancias.
Cuando entendemos que la alegría no es la ausencia de dolor, sino la presencia de propósito, la idea de aumentar la alegría, incluso después de una pérdida, empieza a parecer posible.
No tenemos que forzar la alegría ni apresurar el proceso. Aumentar la alegría comienza dando el primer pequeño paso. Y luego otro.
El camino hacia la alegría rara vez es lineal. Algunos días podemos sentir que estamos retrocediendo. Eso es normal. La sanación y el crecimiento a menudo se ven como dos pasos hacia adelante, uno hacia atrás.
La clave es no rendirse. Cada pequeño acto de alegría —cada plegaria, cada mitzvá, cada momento de presencia— suma. Lentamente, la oscuridad se disipa y la luz se vuelve más fuerte.
No es casualidad que la alegría de adar alcance su punto máximo en Purim, cuando la luna está llena. Purim es una celebración de los milagros ocultos, de la luz que emerge de los lugares más oscuros. Nos recuerda que incluso cuando la presencia de Dios parece estar oculta, Él siempre está trabajando detrás de escena.
Así como la historia de Purim se despliega en capas ocultas, nuestro viaje interior está lleno de transformaciones ocultas, incluso las que aún no podemos ver.
Nuestra alegría puede comenzar oculta. Pero si seguimos aumentándola, paso a paso, eventualmente veremos el panorama completo. La alegría que viene después del dolor es más profunda, más auténtica. Es la alegría de saber que hemos caminado por la oscuridad y hemos encontrado vida al otro lado.
La alegría de adar es el tranquilo desafío de un pueblo que ha conocido un dolor inimaginable y aún elige cantar, confiando en que incluso las chispas más pequeñas pueden convertirse en una luz radiante.
Y tal vez cuando llegue Purim, nos encontremos bailando, aunque sea en medio de las lágrimas.
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