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En los primeros versículos de nuestra parashá, Dios le instruye a Moshé: “Dile a los cohanim…”1 y, en ese mismo versículo, Dios vuelve a repetir la orden: “Diles…”
Dado que en la Torá no hay ninguna redundancia, tenemos que descifrar el significado de esta repetición. La Torá enseña que una vez que Moshé les enseñó a los cohanim los mandamientos especiales que sólo ellos tienen permitido realizar, Dios le dijo a Moshé que les repitiera las otras mitzvot, porque a través del cumplimiento de las mitzvot el alma se eleva y alcanza un nuevo estado. Por lo tanto, cuando alguien crece espiritualmente a través del cumplimiento de las mitzvot, no cumple simplemente la misma mitzvá, porque al estar en un estado espiritual más elevado tanto la persona como la mitzvá que realiza están en un nivel superior.
De hecho, las mitzvot tienen fuerza para producir un cambio positivo en las personas, por lo que si somos consistentes en nuestra observancia podemos alcanzar cada día un nivel más elevado que el que tuvimos el día anterior. Aquí yace el secreto de la milagrosa transformación que permitió que una nación de esclavos se transformara en un Reino de Sacerdotes en sólo 49 días. Se nos ordenó contar cada día y, al hacerlo, nos despojamos de la contaminación de Egipto y llenamos el vacío con las mitzvot de nuestro Dios, hasta que llegamos a ese momento maravilloso: la entrega de la Torá en la festividad de Shavuot, cuando Dios selló Su pacto con el pueblo de Israel. De esta experiencia primigenia aprendimos que al cumplir los mandamientos no sólo agregamos mitzvot a nuestros portafolios, sino que cambiamos nuestra esencia. ¡Qué oportunidad increíble para el crecimiento espiritual! Y qué tragedia desaprovecharla.
Nuestros Sabios enseñan que la repetición de la palabra decir tiene otro significado: que los adultos deben instruir a los jóvenes. Lo sorprendente es que este mandamiento se les dio específicamente a los cohanim cuando la Torá habla del contacto con los muertos.
Una vez más, de aquí tenemos que derivar una enseñanza especial. Cuando estamos abrumados por el dolor y la muerte, es fácil abandonar nuestra responsabilidad de enseñarles a los jóvenes; es fácil caer en la depresión y olvidar esos ojos pequeños que nos observan. Por eso la Torá nos enseña que incluso frente al dolor y el sufrimiento, nunca podemos abandonar nuestra responsabilidad de servir como ejemplo a nuestros hijos. Nuestro compromiso a transmitir el conocimiento de Torá debe trascender a cualquier otra consideración.
Esto lo vimos personalmente en los hogares de nuestros padres y abuelos, quienes pese al dolor de sus experiencias en el Holocausto se dedicaron a transmitir la luz de la Torá a la nueva generación. Al llegar a los Estados Unidos, nuestro abuelo, HaRav Hagaón Abraham Halevi Jungreis zt"l¸ construyó una ieshivá. Cada mañana nuestra abuela, la Rebetzin Miriam Jungreis a"h, se paraba en la entrada de la ieshivá y recibía a cada niño con una galleta casera, pidiéndole que dijera una brajá, una bendición.
Mi padre, HaRav Meshulem Halevi Jungreis, zt"l, fue un rabino ortodoxo pionero en Long Island. Nuestra madre, la Rebetzin Esther Jungreis a"h, fundó la organización Hineni para inspirar a la nueva generación a mantener su compromiso con la Torá. En concordancia con el espíritu de la enseñanza de nuestra parashá, ellos hicieron todo esto a pesar del dolor y del sufrimiento personal que experimentaron en los campos de concentración.
Pero las pruebas de la vida nunca acaban. Cuando nuestro padre se enteró tras un chequeo de rutina que tenía un tumor maligno, su primera reacción fue ir con sus nietos y enseñarles Torá. Sólo después le comunicó a nuestra madre la dolorosa noticia. Esto es lo que caracteriza al pueblo judío. Sin importar lo difícil o dolorosa que sea nuestra situación personal, nuestro compromiso a enseñar Torá se mantiene intacto.
No nos permitamos sucumbir ante las fuerzas de la oscuridad. Recordemos que tenemos la misión de elevarnos al llamado de Dios, elevarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean.
En la parashá de esta semana estudiamos las mitzvot especiales de los cohanim y del Cohen Gadol. A diferencia de los sacerdotes ordinarios, el Sumo Sacerdote debe continuar adelante con el servicio del Templo y servir al pueblo judío incluso en medio del dolor por la pérdida de uno de sus parientes más cercanos. La Torá declara: “Y él no dejará el Santuario”.2 Este mandamiento le ordena al Cohen Gadol recordar que su responsabilidad hacia la comunidad es tan grande que debe reprimir su sufrimiento personal y continuar su servicio al pueblo.
De aquí aprendemos el nivel de compromiso requerido de nuestros líderes. Un líder del pueblo judío debe encontrar la fortaleza para trascender su propio dolor por el bien de la comunidad. Las enseñanzas de la Torá son eternas, por lo que este nivel de compromiso se aplica a cada judío, ya que la Torá describe a toda nuestra nación como memléjet cohanim, un reino de sacerdotes. En cierto sentido, todos somos cohanim, todos somos líderes, porque siempre hay alguien que busca que lo apoyemos y lo sustentemos.
Esta lección se aplica a cada padre, abuelo, rabino y maestro. Siempre debemos tener presente que un día nuestros hijos, nuestros alumnos, recordarán que en tiempos de crisis permanecimos firmes en nuestra fe. O lo contrario: si sucumbimos ante la desesperanza, también eso quedará grabado en sus memorias. Debemos preguntarnos: ¿Qué legado queremos impartir a las nuevas generaciones? ¿Seremos recordados por la oscuridad que permitimos que nos consuma o por la fe y la esperanza que inspiramos?
Todo está en nuestras manos; la decisión es nuestra.
NOTAS
1. Levítico 21:1.
2. Ibid. 21:12.
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