Israel: De esto estoy seguro

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Algunas cosas en las que tengo claridad en estos tiempos de incertidumbre en Israel.

Cuando nuestros hijos eran pequeños, los llevábamos a Israel todos los veranos. Si no me equivoco, en uno de los viajes teníamos a tres de ellos en pañales. El-Al, la aerolínea nacional israelí, tenía unos fantásticos canastillos, mini hamacas en realidad, que se conectaban a la muralla en las filas dónde está la salida de emergencia. Cuando una de mis hijas era pequeña, voló desde Los Ángeles hasta Tel Aviv en esa cosa, chupándose el dedo y balanceándose tranquilamente a 11.000 metros de altura.

Ahora nuestros hijos son grandes y ya no viven en casa, tres están en Nueva York y uno en la universidad. Cuando se presentó la oportunidad de decidir sobre nuestro destino vacacional de este año, queríamos un lugar en el que estuviéramos todos juntos. Es raro cuando todos tenemos simultáneamente unos días libres, y no fue difícil elegir a Israel como nuestro destino. Tiene un nostálgico atractivo para nosotros como familia, hay muchos restaurantes casher y a pesar de que hemos estado allí muchas veces, siempre es inspirador en algún inexplicable nivel espiritual. Por muy extraño que sea —y créanme, Israel es un mundo muy distinto—, estar allí siempre se siente un poco como regresar a casa.

Probablemente pensarás que somos una familia muy intrépida. Vacacionamos en Israel incluso en los años 2001, 2002 y 2003, en la cúspide de los atentados suicidas, una época en la que los buses y las pizzerías explotaban a diario. Probablemente te preguntarás por qué alguien en su sano juicio llevaría a su familia a un lugar tan peligroso. Supongo que es una pregunta justa. El tema es que, incluso en aquellos ‘peligrosos’ tiempos, nunca me sentí más seguro que cuando caminaba por las calles de Jerusalem. Claramente me sentía más seguro que en Nueva York o Londres. Incluso hoy, en medio de una ola de atropellos con autos, ataques con cuchillos y disparos, Jerusalem sigue siendo una de las grandes ciudades más seguras del mundo.

Pero ayer, cuando estaba sentado en el aeropuerto de Las Vegas y leí sobre un tipo que atropelló a un grupo de gente inocente en Jerusalem, hiriendo de gravedad a catorce de ellos —incluyendo a una señora de sesenta y cinco años y a un bebé de apenas un año y medio—, por primera vez dudé sobre si debería posponer nuestro viaje a Israel.

Quizás es mi edad, ya no me siento tan fuerte. Quizás es el hecho de que mis hijos ya son grandes y pueden tomar sus propias decisiones sobre su seguridad. Quizás sólo me siento agobiado por la incertidumbre en general en estos días. Pero aún hay algunas cosas de las que estoy completamente seguro. He aquí una de ellas: hace dos semanas, cuando vi un video de un par de mujeres adolecentes, una de dieciséis y otra de catorce años, apuñalando gente en el medio de Jerusalem, estuve seguro de que como especie hemos llegado a un punto de locura absoluta.

A los niños se les enseña que serán alabados por sus padres y comunidades por apuñalar judíos, y por atropellar con sus autos a los inocentes transeúntes.

Estoy seguro de que cuando no se hace nada para detener el odio sistemático con el que ha sido alimentada toda una población, un odio que retrata a los judíos como monos, como nazis, como la causa de todo lo que está mal en el mundo, como blancos de todo tipo de animosidad y violencia… estoy seguro de que hemos descendido nuevamente a un mundo de pesadilla en el cual el bien y el mal se han mezclado de manera irreversible.

Estoy seguro de que cuando a los niños se les enseña desde pequeños que serán alabados por sus padres y comunidades por apuñalar judíos, que serán recibidos con los brazos abiertos por atropellar con sus autos a inocentes transeúntes… estoy seguro de que al menos un rincón del mundo se está hundiendo en una piscina de aborrecible cinismo, de la cual podría resultar imposible escapar. Pero más que eso, estoy seguro de que la insistencia del mundo sobre que el inocente Israel, y específicamente sus habitantes judíos, son de alguna manera los culpables de todo esto, me aturde hasta la médula.

Cuando la ciudad de París es atacada, el mundo responde con apropiadas condolencias; cuando Nueva York es atacada, el mundo responde con gestos de empatía; cuando San Bernardino, California, se volvió recientemente el blanco del ataque más mortal ocurrido en suelo estadounidense desde el 9 de septiembre del 2001, el mundo estaba nuevamente —y comprensiblemente— estupefacto. Cuando Mali fue atacado, y Beirut, y Bagdad (y la lista sigue y sigue), a pesar de que a nadie pareció importarle —lo cual es una tragedia en sí misma—, si te tomas el tiempo para analizar te darás cuenta de que ni los malienses ni los iraquíes fueron culpados como lo han sido los israelíes. También estoy seguro de que esta es una diferencia dolorosa y crucial, una que suele ser pasada por alto.

Los israelíes han sido culpados por decir plegarias a escondidas en sus iPhones en el Monte del Templo, han sido culpados por defenderse a sí mismos, han sido culpados por establecer la única democracia en una región demasiado acostumbrada al derramamiento de sangre, al tribalismo y al medievalismo.

Si volviésemos a principios del siglo pasado y nos preguntáramos que sucedería si unos pocos millones de judíos creasen su propio país, ¿alguien habría adivinado que crearían una de las naciones más avanzadas tecnológica, artística y espiritualmente de la Tierra? ¿Y alguien habría adivinado que eso ocurriría en apenas unos sesenta años, menos que un pestañeo en términos históricos?

También estoy seguro de esto. Israel construye y progresa, mientras lucha por defenderse a sí mismo de los enemigos que han jurado su destrucción.

También estoy seguro de esto. Israel construye. Israel progresa. Israel ha creado parte de la tecnología más avanzada del planeta. Le ofrece al mundo entero medicina de primera línea, avances en agricultura, innovadores proyectos en energía renovable, en aeronáutica y en uso del agua; junto a un sorprendentemente desproporcionado número de premiados autores, cineastas y músicos, al tiempo que lucha por defenderse a sí mismo de los enemigos que han jurado su destrucción.

El mundo está de cabeza una vez más. Pero cuando me acuesto a dormir por la noche, me siento alentado por un hecho: estoy del lado de quienes construyen y hacen cosas, quienes buscan el progreso y la creatividad. Me paro firme junto a gente que toma responsabilidad por su propio éxito y felicidad, en lugar de estar con los destructores, con aquellos que van por el mundo como niños salvajes, buscando siempre culpar a otros en lugar de tomar la iniciativa.

De eso estoy seguro.   

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