Janucá y la batalla ideológica entre los griegos y los judíos

25/12/2024

4 min de lectura

Aristóteles, el Génesis y la filosofía subyacente de Janucá.

No sientas pena por la modesta llama de la janukiá que se ahoga entre los deslumbrantes arreglos de luces de la Navidad. Hay una profundidad oculta en las humildes velas de Janucá que encapsula la primera batalla ideológica entre el poderoso imperio griego seléucida y la pequeña nación judía hace 2.200 años.

En Pésaj, la Hagadá relata la historia del Éxodo. En Purim, leemos dos veces el Libro de Ester, que transmite los impresionantes detalles de la intrincada historia de cómo la Reina Ester y Mordejai salvaron al pueblo judío. Pero en Janucá, de alguna manera las llamas no son suficientes para contar toda la historia. ¿Cuál fue, de hecho, la batalla ideológica esencial entre los judíos y los griegos? ¿Y por qué la llama encapsula la victoria filosófica del judaísmo?

Para llegar a una respuesta, necesitamos retornar al comienzo de todos los comienzos, el "Bereshit bará Elokim – En el principio del crear de Dios" con el que comienza el Libro de Génesis.

La cadena eterna del tiempo

La filosofía griega rechazaba la idea de la creación. Ellos creían que el universo siempre existió. Aristóteles, el más famoso de los filósofos griegos, sostuvo que el cosmos es eterno, remontándose a la eternidad. No hubo un comienzo, en ningún momento se pasó de la no existencia a la existencia. Y tampoco hay un fin. Como él escribió: "El universo en su totalidad, siempre ha existido y siempre existirá" (Física, Libro VIII).

Aristóteles rechazó la idea de la creación ex nihilo (la creación a partir de la nada), sosteniendo que algo no puede salir de la nada. Por lo tanto, el mundo tiene que haber existido siempre, y necesariamente continuará existiendo para siempre. Esta cadena eterna implica que no hubo un "primer momento" que podamos encontrar en el tiempo, ni un punto final que defina el futuro. No hay comienzo ni final para el pasado o el futuro; son infinitos en ambas direcciones. La continuidad del tiempo implica que el pasado, el presente y el futuro no son entidades, sino que están unidas en una secuencia interminable. Y dado que son eternos, no hay necesidad de buscar un Ser Divino que haya creado el tiempo y lo haya puesto en movimiento.

Eliminando la dimensión infinita de la ecuación, Aristóteles consideraba que el universo finito se autocontenía, por lo que el ser humano puede usar su pensamiento racional para entender todo lo que es posible llegar a conocer. Él escribió: "En cierto sentido, potencialmente el intelecto es todas las cosas" (De Anima, 429a18), sugiriendo que el intelecto humano tiene la capacidad de comprender todos los aspectos de la realidad y es capaz de formar conceptos correspondientes a todo en el universo.

En el comienzo

El judaísmo rechaza esta perspectiva, ya que la Torá proclama desde su primera palabra: "¡Bereshit! – En el comienzo…". El tiempo y todo lo que existe en el universo tuvo un punto de inicio. Todo "comenzó". ¿Pero cómo puede salir algo de la nada? La verdad es que no fue así. Todo vino del Creador Infinito que existe más allá del tiempo y el espacio, la Primera Causa que es eterna y no tiene comienzo. El tiempo no es eterno; Dios sí lo es.

Como el autor de una novela que construye un mundo lleno de personajes que existen sólo si el autor los crea, cada ápice de existencia procede del sustento continuo y permanente del Creador, sin el cual todo dejaría de existir. Cada momento de existencia es un nuevo acto de creación, totalmente independiente de lo que le precedió.

Este es el significado más profundo de la llama de la janukiá, el símbolo central que representa la victoria de Janucá.

Una llama: ¿estática o dinámica?

Desde la perspectiva de un niño, una llama parece ser una entidad estática que arde continuamente. Lo que apareció hace unos segundos es lo mismo que aparece ahora mismo, y continuará apareciendo dentro de algunos segundos.

Ahora observemos en mayor profundidad. El fuego está consumiendo el aceite. La llama de hace unos segundos ya se ha ido. Cada instante en el momento presente es una nueva llama que requiere nuevo combustible para existir, y el futuro todavía no fue creado.

La llama refleja la realidad de la existencia. Cada segundo es un nuevo acto de creación que es distinto y separado de lo que hubo antes. Tenemos que traspasar el barniz que nos permite ver erróneamente la vida, como la llama, como una entidad continua que fue, es y será, y percibir la naturaleza transitoria de la realidad como algo que se crea constantemente a cada instante como un nuevo acto de creación por parte de la Fuente Infinita de todo.

Agradecer

Después de encender la menorá, se acostumbra a recitar la breve plegaria "HaNerot halalu – Estas velas", que declara que todo el propósito de encender las velas es "mirarlas para expresar agradecimiento y alabanzas" a Dios. Agradecer subraya un resultado adicional de la victoria del pueblo judío sobre los griegos y su filosofía. De acuerdo con la perspectiva griega del mundo, si la existencia es eterna y no hubo creación, ¿a quién tendríamos que agradecerle? No has recibido la bondad de un Creador benevolente, simplemente eres el siguiente engranaje en una corriente interminable de causa y efecto eterna que no tiene un Primer Motor.

De acuerdo con la perspectiva judía del mundo, cada instante es un nuevo acto de creación otorgado por el Creador. Como la llama que sólo existe en el precario momento presente, el judaísmo es consciente de que cada bocanada de aire que respiramos en un regalo de Dios. Como dice el Midrash: "Rabí Levi dijo en Nombre de Rabí Janina: 'La persona debe alabar al Creador cada vez que respira, como está escrito (Salmos 150:6): Que cada alma (neshamá) alabe a Dios, cada respiración (neshimá) lo alabará'" (Midrash Rabá, Génesis 14:9). No sólo tu alma, tu neshamá, es un regalo creado por Dios, sino que cada aliento, cada respiración (en hebreo neshimá), es un regalo que no podemos dar por sentado.

La efímera llama de la menorá nos recuerda que cada momento es un nuevo regalo de Dios, rebosante de ilimitado potencial y significado.


Este artículo está basado en un ensayo de Rav Moshé Shapira zt"l.

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