Ideas
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No fue fácil hacer las paces con su canción, 'Imagine', porque creo en la vida después de la muerte y no en vivir sólo en el momento.
Durante mi juventud, John Lennon fue una parte importante de mi vida. A los 12 años sabía la mayoría de las canciones de los Beatles de memoria, la música, las letras y todos los solos de batería de Ringo. Mi Beatle favorito era John Lennon. Además de su música increíble y su áspera voz, mi padre comenzó a ser su abogado cuando yo tenía unos cinco años.
La administración de Nixon intentó deportar a John apoyándose en una condena por drogas que tenía en Inglaterra, aunque las razones de Nixon eran principalmente políticas. Después de la separación de los Beatles, Lennon se expresaba abiertamente en contra de la guerra de Vietnam y comenzó una campaña para que Nixon no fuera reelegido. Nixon reaccionó tratando de deportarlo, por lo que el ex Beatle contrató a mi padre para luchar contra la deportación, algo que hizo día y noche durante los cinco años siguientes.
Mi padre y John se hicieron amigos y, eventualmente, mi padre ganó el caso. En el último día del juicio, mi padre nos llevó a mí y a mi hermano a la corte para que conozcamos a John. Era mi noveno cumpleaños y nunca olvidaré ese día.
Cuando conocí a John, él se inclinó hacia mí y me dijo: "Feliz cumpleaños Mark, ahora puedes tener de nuevo a tu padre".
John Lennon, como se lo muestra en una publicidad para Imagine de Billboard, 18 de septiembre de 1971.
Desde ese día continué escuchando y deleitándome con la grandiosa música de los Beatles, obsesionándome con cada canción y letra. Toda canción, a excepción de Imagine, la icónica balada que John Lennon escribió sobre la paz:
“Imagina que no existe el cielo (paraíso), es fácil si lo intentas, no hay un infierno debajo de nosotros, sobre nosotros sólo está el firmamento, imagina que todas las personas pudieran vivir en el presente”.
Me resulta difícil hacer las paces con esta canción porque, siendo judío y rabino, creo en el paraíso, en "algo sobre nosotros que no sólo es el firmamento", y no creo en vivir sólo en el presente. Y las dos frases siguientes de la canción: “Imagina que no hubiera países, ni religiones”, también me generaron un gran conflicto porque el judaísmo es tanto un pueblo como una religión. Nos enorgullecemos de ser una nación con un país propio, y somos una religión con valores específicos que guían nuestra vida.
¿Cómo nos identificamos? ¿Estamos orgullosos de ser parte de un pueblo específico, del pueblo judío? ¿Tiene algún valor para nosotros ser parte del pueblo judío y nuestra conexión con el Estado de Israel? ¿Creemos que los valores y la ética de nuestra Torá son una sabiduría en base a la cual podemos vivir nuestra vida? ¿O creemos que nuestra nacionalidad y religión son algo que sólo nos separa de los otros pueblos y crea una división y prejuicios innecesarios? ¿Creemos que el mundo sería un lugar mejor si cada uno dejara de lado su nacionalidad, prescindiera de sus valores religiosos y fuéramos todos iguales?
Pero, ¿cuál sería el objetivo de nuestra vida en ese caso? ¿Cuál sería nuestro rol en el mundo? ¿Llevarnos bien? Es decir, sin dudas el mundo sería un mejor lugar si lográramos llevarnos bien, ¿pero por qué tengo que renunciar a mis creencias y valores para alcanzar ese objetivo? ¿No sería mejor que respetáramos nuestras diferencias, en lugar de creer que no deberíamos tener ninguna?
Amar a todos es, en realidad, no amar a nadie. Para llegar a amar de verdad debe haber preferencia.
La razón es que, al final de cuentas, esas diferencias son lo que le da sentido y propósito a nuestra vida. Si fuésemos ciudadanos del mundo y no de algún país, ¿tendríamos lealtad o fidelidad a algo más allá de nosotros mismos? Si no adoptáramos ciertos valores de una ideología particular (como los judíos aceptamos la Torá), ¿tendríamos una brújula moral que nos guie? Y si amáramos a todos por igual, ¿amaríamos a alguien? Porque amar a todos es, en realidad, no amar a nadie.
Para llegar a amar de verdad debe haber preferencia. Lo que hace que nuestro amor sea especial es que se enfoca en una persona más que en otra. Decimos esto en la bendición que se recita en una boda judía, bajo la jupá, justo antes de que el novio le entregue el anillo a su novia: "Dios nos prohíbe para quienes están casados con otros y nos permite para con quien nos hemos casado en esta jupá y en esta ceremonia nupcial".
El matrimonio mismo implica que nos comprometemos con una persona, excluyendo a los demás. Esto no significa que el novio y la novia deban despreciar a otras personas o que tengan permitido tratarlas mal, pero si quieres amar a alguien, esa persona debe ser exclusivamente tuya.
El amor universal suena lindo, pero no inspira a nadie. Zeev Magen, quien escribió un libro llamado John Lennon and the Jews, dijo que el amor universal "no te genera mariposas en el vientre ni te hace sentir calidez y hormigueo en el interior", porque amar implica preferencia. El amor que nos cambia, por el que nos sacrificamos y sin el cual no podemos vivir, es el que distingue y prefiere. Como dijo bromeando Magen: "¡Preséntame a alguien que ame a tus hijos tanto como ama a los propios y yo te presentaré a alguien a quien nunca deberías contratar como niñera!".
Sin embargo, además de no tener amor real, si perdiéramos nuestra identidad nacional y religiosa, perderíamos dos cosas muy especiales que sólo el judaísmo puede ofrecer: nuestro vínculo entre nosotros y nuestros valores y estilo de vida judíos.
Comencemos con nuestro vínculo judío. Hay una historia increíble sobre el grandioso Shlomo Carlebach, que en la década del 60 viajaba a la antigua Unión Soviética y contrabandeaba tefilín, mezuzot y kipot (que debían ser ingresados ilegalmente en ese entonces) para distribuir entre los judíos rusos. Al final de uno de sus viajes, mientras Shlomo estaba empacando sus cosas en su cuarto del hotel de Moscú, escuchó que alguien llamó a la puerta. Era un niño judío que había ido para recibir un par de tefilín.
Shlomo dejó que el niño entrara, pero le dijo que ya había regalado todos los tefilín. El niño se puso triste y, con lágrimas en sus ojos, preguntó: "¿Cómo voy a hacer mi bar mitzvá sin tefilín?". Shlomo fue hasta su maleta y sacó una desgastada bolsa de terciopelo. Se arrodilló junto al niño y le dijo lo siguiente: "Estos tefilín pertenecieron a mi abuelo, que era un gran rabino en Alemania. También los usó mi padre en los campos de concentración, y yo los usé a diario desde que fui bar mitzvá. Prométeme que los usarás y serán tuyos".
El niño prometió y le agradeció a Reb Shlomo, pero, antes de partir, tocó su cabeza descubierta y le dijo: "Espere, también necesito una kipá. ¿Le queda alguna kipá?".
Shlomo respondió: "Debo haber regalado cientos de kipot, pero no me queda ninguna".
"¿Cómo puedo ponerme tefilín sin una kipá?", preguntó el niño.
Obviamente, Reb Shlomo se sacó su kipá y se la dio al niño.
Si tu identidad emana de tu judaísmo, un judío nunca será un extraño para ti.
¿Qué lleva a alguien a desprenderse de algo tan valioso por un completo extraño? Si tu identidad emana de tu judaísmo, un judío nunca será un extraño para ti. Hay un vínculo especial que sentimos entre nosotros y, por ello, también nos sentimos responsables los unos por los otros de una forma que no sentimos con las demás personas. Y la única razón es que, para que el amor sea real, debe ser preferencial.
Por esta razón, después del dramático pecado del Becerro de Oro, cuando Moshé se dirige a la mayoría del pueblo judío (que no había participado en el pecado), dice: "Cometieron una gran transgresión". ¿A qué transgresión se refiere? Moshé les estaba hablando a los judíos que no habían pecado, ¿de qué estaba hablando?
Mi maestro, Rav Yaakov Schachter, sugirió que se refería al pecado de ser indiferentes. Es cierto, la mayoría del pueblo judío no adoró al Becerro de Oro, pero se equivocó al no evitar que otros judíos lo hicieran. Y, por ello, toda la comunidad judía fue considerada responsable, porque estamos todos conectados. Tanto para bien como para mal, los demás nos ven como una unidad y, con suerte, nosotros nos veremos de la misma forma.
Los sabios judíos enseñan kol israel arevim ze lazé, ‘todos los judíos son avales unos de otros’. El gran Radvaz comparó al pueblo judío con el cuerpo de una persona. Así como cuando duele una parte del cuerpo toda la persona siente el impacto, cada uno de nosotros siente el dolor y la alegría de los otros judíos, porque somos partes diferentes del mismo organismo.
Esto no es sólo una frase bonita, sino una frase que se refleja en la práctica judía con una poderosa ley: Cuando recitamos bendiciones antes de realizar una mitzvá (como las velas de Shabat, ponerse tefilín o fijar una mezuzá), la ley es que, incluso si ya cumpliste tu propia obligación, puedes decir la bendición nuevamente para otro judío que no sabe decirla. ¿Cómo puede estar permitido? ¿No es eso decir el nombre de Dios en vano, dado que tú ya cumpliste con tu mitzvá?
Rabeinu Nisim, uno de los comentaristas tempranos del Talmud, explica que, dado que todos los judíos somos responsables unos por otros, puedes decir la bendición de nuevo. Esto implica que si un judío aún no cumplió su mitzvá, tú tampoco cumpliste la tuya de forma completa. Estamos todos conectados, y si no sentimos esa conexión con todos los judíos, más allá de su forma de pensar o de cómo se clasifiquen, eso debe definitivamente ser un objetivo para el año siguiente.
Hay otra cosa que perderemos, igual de importante que la anterior, si abandonamos nuestro judaísmo en favor de la paz y el amor universal: un sistema de valores que se ve reflejado en un estilo de vida que es netamente judío. ¿Cómo sería nuestra vida sin Shabat? ¿Cómo podríamos, en nuestro mundo regido por la tecnología, estar presentes incluso un solo día de la semana? ¿Cómo podríamos seguir cuerdos y conectados unos con otros y con Dios? Shabat es indispensable para construir la vida familiar, para tener relaciones significativas, para educar niños. La diferencia entre una cena de la semana y una de Shabat es inmensa. Una es placentera, la otra sagrada. Y necesitamos santidad en nuestra vida.
El judaísmo busca fundamentalmente hacer que el mundo sea un lugar mejor, pero lo logra a través de que primero seamos nosotros mejores personas.
Y si perdemos nuestras creencias religiosas, ¿qué sería de nosotros sin el sistema de valores que nos brinda la Torá? La caridad que nos obliga a dar, la bondad que espera que tengamos con los menos afortunados. Las festividades que dan vida a las diferentes partes de nuestra historia y la ética que la Torá nos ofrece para ayudarnos a navegar asuntos morales complejos. Si perdemos nuestra religión, perdemos el camino. Y sí, puede que algunas de esas creencias y tradiciones religiosas nos separen ocasionalmente unos de otros, pero esas mismas prácticas nos convierten en mejores personas para que podamos ser una luz para la humanidad.
El judaísmo tiene una orientación universalista. En esencia, busca hacer que el mundo sea un lugar mejor, pero lo logra a través de que primero seamos nosotros mejores personas. Mediante la observancia de Shabat y tantos otros preceptos de la Torá, nos transformamos en nuestra mejor versión y, así, nuestra vida puede servir de modelo para los demás. Ese es el significado de ser una luz para las naciones. ¿Cómo podemos ser una luz si no ofrecemos nada nuevo o diferente, si simplemente emulamos lo que todo el mundo hace y dice?
Por esa razón primero debemos estar conectados entre nosotros y a nuestro legado espiritual, para poder vivir el tipo de vida que es un modelo y una bendición para los demás. Si no nos mejoramos a nosotros mismos, no somos de utilidad para nadie. Y el mejor camino para lograr eso es involucrarse más en la vida judía y en una vida de Torá y mitzvot.
Y entonces, con el más grande respeto a mi Beatle favorito, imaginemos un mundo diferente. Imaginemos un mundo transformado para bien porque nosotros, el pueblo judío, lo hicimos mejor, adoptando el judaísmo en su forma más completa. Y al hacerlo, que ameritemos materializar la hermosa visión de John Lennon de paz y amor a través de nuestra relación con Dios y con su Torá.
Imagen: Wikimedia Commons
Una versión de este artículo apareció originalmente en el Times of Israel.
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Hermosa reflexión!
No discuto,comparto con emoción el mensaje .Y lo comparto con una vivencia .En mi primer viaje a Israel con solo 14
años ante el aviso de ""estamos arribando.... me largo a llorar a
mares y pregunto a mis padres
"POR QUÉ ME PASA ESTO"?
Al unisono respondieron porque
Sos judía ASÍ ES
Que reflexiones tan lindas , gracias muchas gracias por el enriquecimiento para mi vida