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Aristóteles dijo que la felicidad es el bien supremo al que aspiran todos los seres humanos.(1) Pero en el judaísmo no es necesariamente así. La felicidad es un valor elevado. Ashrei, la palabra hebrea más cercana a felicidad, es la primera palabra del Libro de los Salmos. Cada día decimos tres veces la plegaria "Ashrei". Sin dudas podemos apoyar la frase de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que considera que entre los derechos inalienables de la humanidad están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Pero Ashrei no es el valor central de la Biblia hebrea. Casi diez veces más encontramos la palabra simjá, alegría. Este es uno de los temas fundamentales del libro de Deuteronomio. La raíz s-m-j aparece sólo una vez en Génesis, en Éxodo, Levítico y Números, pero por lo menos doce veces en Deuteronomio. Es algo que se encuentra en el eje de la visión mosaica de la vida en la tierra de Israel. Allí es donde servimos a Dios con alegría.
La alegría desempeña un papel clave en dos contextos de la parashá de esta semana. Uno tiene que ver con la entrega de las primicias en el Templo de Jerusalem. Tras describir la ceremonia que tenía lugar, la Torá concluye: "Entonces te alegrarás en todo lo bueno que Dios te ha dado a ti y a tu familia, junto con los levitas y el extranjero que esté contigo" (Deuteronomio 26:11).
El otro contexto es bastante diferente y sorprendente. Ocurre en el contexto de las maldiciones. En la Torá hay dos pasajes de maldiciones, uno en Levítico 26 y el otro aquí, en Deuteronomio 28. Las diferencias son notables. Las maldiciones de Levítico terminan con una nota de esperanza. Las de Deuteronomio terminan con sombría desesperación. Las maldiciones de Levítico hablan de un abandono total del judaísmo por parte del pueblo. El pueblo camina be-keri con Dios, traducido como "con hostilidad", "con rebeldía" o "despectivamente". Pero las maldiciones de Deuteronomio son provocadas simplemente "porque no sirvieron a Dios con alegría y buen corazón, por la abundancia de todas las cosas" (Deuteronomio 28:47).
Bueno, puede que la falta de alegría no sea la mejor manera de vivir, pero por cierto no es un pecado, mucho menos uno que garantice una letanía de maldiciones. ¿Qué quiere decir la Torá cuando atribuye el desastre nacional a la falta de alegría? ¿Por qué en el judaísmo la alegría parece ser más importante que la felicidad? Para entender estas preguntas, primero tenemos que entender la diferencia entre felicidad y alegría. Así es como describe el primer Salmo la vida feliz:
Dichoso el hombre que no ha seguido el consejo de los malvados, ni se puso en el camino de los pecadores, ni se sentó con los burlones. Sino que su deseo está en la Torá de Dios; en Su Torá medita día y noche. Él será como el árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a tiempo y su hoja no se marchita, y todo lo que hace prospera. (Salmos 1:1-3)
Esta es una vida serena y bendita, concedida a quien vive de acuerdo con la Torá. Como un árbol, esta vida tiene raíces. No va de un lugar a otro por cada viento o capricho pasajero. Estas personas dan fruto, se mantienen firmes, sobreviven y prosperan. La felicidad es el estado de ánimo de un individuo.
En la Torá, la simjá nunca se refiere a individuos. Siempre se trata de algo que compartimos. Un hombre recién casado no sirve en el ejército durante un año, para que pueda quedarse en su casa "y alegrar a la mujer con la que se ha casado" (Deuteronomio 24:5). Moshé dijo que se deben llevar todas las ofrendas al santuario central, para que "allí, ante la presencia de Hashem, tu Dios, tú y tu familia coman y se regocijen por todo lo que han hecho, porque Hashem tu Dios, los ha bendecido" (Deuteronomio 12:7). En Deuteronomio, las festividades se describen como días de alegría, precisamente porque son ocasiones de celebración colectiva: "Tú, tus hijos e hijas, tus siervos y siervas, los levitas de tus ciudades, los extranjeros, los huérfanos y las viudas que viven entre ustedes" (16:11). Simjá es una alegría compartida. No es algo que experimentamos en soledad.
La felicidad es una actitud ante la vida en general, mientras que la alegría vive el momento. J. D. Salinger dijo: "la felicidad es un sólido, la alegría es un líquido. La felicidad es algo que tú persigues, pero no así la alegría. Ella te descubre. Tiene que ver con un sentido de conexión con otras personas o con Dios. Proviene de un reino diferente al de la felicidad. Es una emoción social. Es el regocijo que sentimos cuando nos unimos con los demás. Es la redención de la soledad".
Paradójicamente, el libro bíblico más enfocado en la alegría es precisamente el que a menudo se considera el más infeliz de todos: Kohelet, también conocido como Eclesiastés. Kohelet es famoso por ser el hombre que lo tenía todo, y sin embargo describe todo como hével, una palabra que usa casi cuarenta veces a lo largo del libro y que se puede traducir como "sin sentido, inútil, vacío o vano". De hecho, Kohelet usa la palabra simjá diecisiete veces, es decir, más que todos los libros de la Biblia juntos. Después de cada una de sus meditaciones sobre la inutilidad de la vida, Kohelet termina con una exhortación a la alegría:
Sé que no hay nada mejor para las personas que alegrarse y hacer el bien mientras viven (Eclesiastés 3:12)
Así que vi que no hay nada mejor para la persona que alegrarse de su trabajo, porque esa es su suerte (Eclesiastés 3:22)
Por eso recomiendo alegrarse de la vida, porque no hay nada mejor para la persona bajo el sol que comer, beber y regocijarse (Eclesiastés 8:15)
Por muchos años que alguien viva, que se alegre en todos ellos (Eclesiastés 11:8)
Yo sostengo que Kohelet sólo puede entenderse si comprendemos que hével no significa "sin sentido, vano o vacío". Significa "una respiración superficial". Kohelet es una meditación sobre la mortalidad. Por mucho que vivamos, sabemos que un día moriremos. Nuestras vidas son un mero microsegundo en la historia del universo. El cosmos es eterno mientras que nosotros, seres mortales que vivimos y respiramos, no somos más que un soplo fugaz.
Esto obsesiona a Kohelet porque amenaza con despojar la vida de cualquier certeza. Nunca viviremos para ver los resultados a largo plazo de nuestros esfuerzos. Moshé no condujo al pueblo a la Tierra Prometida. Sus hijos no siguieron sus pasos a la grandeza. Ni siquiera él, el más grande de los profetas, pudo prever que sería recordado para siempre como el mayor líder que tuvo el pueblo judío. Lehavdil (salvando las diferencias), Van Gogh sólo vendió un cuadro en toda su vida. Él no podía saber que con el tiempo sería aclamado como uno de los más grandes pintores de los tiempos modernos. No sabemos qué harán nuestros herederos con lo que les dejamos. No podemos saber si seremos recordados ni de qué manera. ¿Cómo podemos entonces encontrar sentido a la vida?
Eventualmente Kohelet no lo encuentra en la felicidad sino en la alegría, porque la alegría no vive en pensamientos sobre el mañana, sino en la aceptación agradecida y la celebración del presente. Estamos aquí, estamos vivos; estamos entre otros que comparten nuestro sentimiento de júbilo. Estamos viviendo en la tierra de Dios, disfrutando de Su bendición, comemos el producto de Su tierra, regado por Su lluvia, fructificando bajo Su sol, respiramos el aire que Él nos insufla, viviendo la vida que se renueva en nosotros cada día. Y sí, no sabemos qué nos depara el futuro; sí, estamos rodeados de enemigos; sí, nunca fue fácil ni seguro ser judío. Pero cuando nos enfocamos en el momento, permitiéndonos bailar, cantar y agradecer, cuando hacemos cosas sin esperar ninguna recompensa, cuando nos desprendemos de la separación y nos convertimos en una voz en el coro de la ciudad sagrada, entonces hay alegría.
Kierkegaard escribió: "Hace falta coraje moral para llorar; hace falta coraje religioso para alegrarse".(2) Uno de los hechos más conmovedores del judaísmo y del pueblo judío es que a pesar de que nuestra historia está plagada de tragedias, los judíos nunca perdimos la capacidad de alegrarnos, de celebrar en medio de las tinieblas, de cantar la canción de Dios incluso en una tierra extraña. Hay religiones orientales que prometen paz mental si te entrenas en hábitos de aceptación. Epicuro enseñó a sus discípulos a evitar riesgos como el matrimonio o una carrera en la vida pública. No hay que negar ninguno de estos enfoques, pero el judaísmo no es una religión de aceptación y los judíos no tienden a buscar una vida sin riesgos. Podemos sobrevivir los fracasos y las derrotas si nunca perdemos la capacidad de alegrarnos. En Sucot abandonamos la seguridad y la comodidad de nuestras casas y vivimos en cabañas, expuestos al viento, el frio y la lluvia. Sin embargo, llamamos a este período zman simjatenu, la estación de nuestra alegría. Esta no es una parte pequeña de lo que significa ser judío.
De aquí la insistencia de Moshé en que la capacidad de alegrarse es lo que da al pueblo judío la fuerza para resistir. Sin la alegría, nos volvemos vulnerables a los múltiples desastres expuestos en las maldiciones de nuestra parashá. Celebrar juntos nos une como pueblo: eso y la gratitud y la humildad que derivan de ver nuestros logros no como producto de nuestras manos sino como bendiciones de Dios. La búsqueda de la felicidad puede en última instancia llevar al egoísmo y la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Puede conducir a un comportamiento reacio al riesgo y a no atreverse a muchas cosas. Pero no así la alegría. La alegría nos conecta con los demás y con Dios. La alegría es la capacidad de celebrar la vida, sabiendo que traiga lo que traiga el mañana, hoy estamos aquí, bajo el cielo de Dios, en el universo que Él creó, al que nos invitó como Sus huéspedes.
Hacia el fin de su vida, tras veinte años de sordera, Beethoven compuso una de las mejores piezas musicales que existen, su Novena Sinfonía. Intuitivamente, él sintió que esta obra necesitaba el sonido de voces humanas. Esta se convirtió en la primera sinfonía coral de Occidente. La letra que puso a la música fue la Oda a la Alegría de Schiller. Yo pienso en el judaísmo como una Oda a la Alegría. Al igual que Beethoven, los judíos conocieron el sufrimiento, el aislamiento, las dificultades y el rechazo, pero nunca les faltó el valor religioso para alegrarse. Un pueblo que puede conocer la inseguridad y aun así sentir alegría, es un pueblo que nunca podrá ser derrotado, porque su espíritu nunca puede quebrarse ni puede destruirse su esperanza.
Notas:
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