La clandestinidad judía durante el oscuro reinado del comunismo

06/04/2025

5 min de lectura

Al huir de los nazis, muchos judíos jasídicos se establecieron en Samarcanda junto a la comunidad judía bujariana. Pero entonces llegaron los comunistas.

En la década de 1940, mientras la Segunda Guerra Mundial devastaba Europa y Hitler enviaba a los judíos a los campos de concentración, muchos miembros de la comunidad jasídica Lubavitch encontraron un lugar de refugio: Samarcanda, una ciudad en Uzbekistán. Allí se establecieron junto a los judíos bujarianos, uno de los grupos etno-religiosos más antiguos de Asia Central.

Aunque estos judíos estuvieron a salvo durante la guerra, cuando los soviéticos tomaron el control, el comunismo prohibió las prácticas religiosas. Si los atrapaban, podían enviarlos a prisión, a un campo de trabajo forzado o algo peor.

Eso no detuvo a la comunidad jasídica Lubavitch, que continuó practicando su judaísmo bajo la constante vigilancia de la KGB en un momento en que la mayoría de los judíos se vieron obligados a abandonarlo.

En su libro "El judaísmo clandestino de Samarcanda: Cómo la fe desafió el dominio soviético", Rav Hilel Zaltzman relata cómo logró sobrevivir e incluso prosperar la comunidad judía a pesar de la persecución.

Ser judíos en secreto

En 1943, Zaltzman, que tenía sólo cuatro años, huyó de Ucrania con su familia tras la invasión de Alemania. Como muchos otros miembros de la comunidad de Lubavitch, encontraron refugio en Samarcanda, pero no duraría mucho.

Estudiantes de la ieshivá clandestina en Samarcanda. De izquierda a derecha: Abraham Zeraj Notik, Tanjum Boroshansky, Iosef Itzjak Zaltzman, Benzion Goldschmidt, Shmuel Notik.

Cuando los comunistas tomaron el control, infiltraron y controlaron todos los aspectos de la vida, desde las sinagogas hasta las escuelas donde los niños y niñas judíos típicamente aprendían sobre los rituales judíos.

En su libro, Zaltzman cuenta: "La lucha por la educación judía fue tanto ofensiva como defensiva. Los padres luchaban para evitar que sus hijos asistieran a las escuelas soviéticas, o al menos para mantenerlos en casa en Shabat y en las festividades, si es que se veían obligados a asistir. Al mismo tiempo, trataban de proporcionarles a sus hijos en la casa una educación judía auténtica".

Los padres iban a trabajar y los niños se quedaban en casa con sus madres para recibir educación judía. Pero no era tan sencillo.

"[Las madres] eran las que se quedaban solas con sus hijos mientras sus esposos iban a trabajar. Cada golpe en la puerta traía una ola de miedo y ansiedad… Lamentablemente, el tremendo estrés tuvo un efecto perjudicial en la salud de muchas de estas mujeres heroicas".

La familia de Zaltzman, al igual que otros judíos, tenía códigos especiales para comunicarse, como la forma de golpear la puerta o tocar el timbre para señalar que no era la KGB. Los códigos se utilizaban cuando los judíos estaban estudiando o realizando cualquier actividad religiosa.

Eventualmente, Zaltzman tuvo que ir a la escuela pública debido a las amenazas de un director local. "El director le advirtió a mi padre que si no me enviaba a la escuela le revocarían sus derechos como padre y me enviarían a un orfanato estatal".

Jóvenes judíos que estudiaban Torá en las clases clandestinas

Su padre lo inscribió en una escuela en un distrito mayoritariamente musulmán, donde esperaba que nadie notara cuando no estuviera en la escuela en Shabat o durante las festividades judías. En la escuela, los estudiantes tenían que cantar canciones elogiando al padre Stalin, Lenin, la Madre Rusia y al Partido Comunista, pero él no quería hacerlo.

Una vez, su maestra notó esto y le preguntó por qué no cantaba. Sin pensarlo, respondió: "No me gustan sus canciones."

Entonces comprendió que había cometido un gran error. La maestra le dijo: "¿Qué quieres decir con 'sus canciones'? ¿Cuáles son 'nuestras' canciones y cuáles son 'las tuyas'? ¡Ve a la pizarra y canta una de 'tus' canciones!"

Zaltzman recordó la música azerbaiyana que un vecino solía tocar en su barrio. Había escuchado esas canciones tantas veces que las conocía de memoria.

"Cuando comencé a cantar, la maestra abrió la boca sorprendida. ¡No se imaginaba que pudiera cantar tan bien! Le gustó tanto que se olvidó por completo de mi metedura de pata, o quizás pensó que todo el tiempo me refería a la música azerbaiyana".

De regreso en Samarcanda: El autor y su hermano, Berel, en la Plaza Registán, la principal atracción turística de Samarcanda, en el corazón de la Ciudad Vieja.

“El judaísmo clandestino de Samarcanda: Cómo la fe desafió el dominio soviético” está lleno de historias sobre momentos de riesgo y los milagros que vivieron los judíos de Samarcanda.

Por ejemplo, solo unos pocos judíos ancianos iban a las sinagogas oficiales de Samarcanda porque allí siempre había espías de la KGB. A los niños no se les permitía ir, y la mayoría de los adultos tenían miedo del gobierno y tampoco asistían. Los servicios secretos se realizaban sin Rollos de la Torá.

"Nuestro mayor desafío era conseguir un Rollo de la Torá", escribe Zaltzman. "No teníamos uno propio y no había forma de conseguir uno. Pedirlo al gabai de la sinagoga sería nuestra perdición, ya que las autoridades descubrirían instantáneamente nuestras actividades. Tomar uno sin autorización también era arriesgado; tarde o temprano el 'robo' sería descubierto y la conmoción resultante llevaría rápidamente al gobierno a nuestras actividades. A menudo, teníamos que conformarnos con leer la porción semanal de la Torá de una Biblia impresa, por lo menos para preservar la estructura del servicio y no prescindir completamente de la lectura de la Torá. Eso era lo mejor que podíamos hacer."

Encontrar refugio en otro lugar

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, algunos judíos en Samarcanda escaparon de Uzbekistán y regresaron a sus lugares de origen, como Polonia. Pero era muy arriesgado irse. Si la KGB atrapaba a uno de ellos tratando de huir sin permiso del gobierno, podía recibir un castigo severo, como el encarcelamiento (o algo peor). La familia de Zaltzman no quería correr ningún riesgo. (Hasta 1990, los soviéticos casi nunca otorgaban permisos para que la gente pudiera salir. Sólo cuando Gorbachov llegó al poder instituyó la política de glasnost, que permitió que algunos judíos finalmente pudieran salir). Después de esperar 15 años para obtener una visa, en 1971 finalmente se cumplió su deseo y Zaltzman se fue a Israel, donde tenía familiares.

La visa de salida que el autor esperó durante quince años

Desde Israel, trabajó con los judíos de Samarcanda desde lejos a través de su organización Jamá. Ayudó a proporcionar servicios a la comunidad, como un comedor para los necesitados, comidas a domicilio para los ancianos y terapia para niños con necesidades especiales. En 1973, se mudó a los Estados Unidos para comenzar allí una filial de Jamá y hoy reside en Brooklyn, continuando su trabajo.

Hoy en día, casi no hay judíos en Samarcanda. Muchos de ellos hicieron aliá a Israel, mientras que otros emigraron a los Estados Unidos y otros lugares cuando finalmente cayó la cortina de Hierro. Desde que partió, Zaltzman ha regresado a Samarcanda tres veces, porque su madre está enterrada allí.

Zaltzman espera que su libro inspire a una generación más joven de judíos. "Es crucial que la generación más joven entienda que observar el judaísmo no se trata sólo de libertad, sino también de perseverar a través de las dificultades", dijo Zaltzman. "Espero que esta historia aliente a las personas a aferrarse a su identidad judía en todas las circunstancias."

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