La confianza

20/06/2022

6 min de lectura

Shlaj (Números 13-15 )

Quizás fue el peor fracaso colectivo del liderazgo de la Torá. Diez de los espías que Moshé envió a explorar la tierra regresaron con un reporte calculado para desmoralizar a la nación.

Llegamos a la tierra a la cual nos enviaste y ciertamente es una [tierra] que mana leche y miel; y este es su fruto. Sin embargo, el pueblo que habita en la tierra es vigoroso y las ciudades son fortificadas e inmensas… ¡No podremos subir a ese pueblo, pues es más poderoso que nosotros!... La tierra que atravesamos para explorarla es una tierra que devora a sus habitantes, y todas las personas que vimos dentro de ella eran hombres descomunales… éramos como cigarras ante nuestros ojos, y así también éramos ante sus ojos. (Números 13:27-33)

Esto no tenía sentido, y ellos deberían haberlo sabido. Habían salido de Egipto, el mayor imperio del mundo antiguo, después de una serie de plagas que dejaron a ese poderoso país de rodillas. Habían cruzado la barrera aparentemente impenetrable del Mar Rojo. Habían luchado y vencido a los amalequitas, una nación de feroces guerreros. Incluso habían entonado, junto con el resto de los israelitas, un cántico en el mar que contenía las palabras:

Las naciones han oído, se estremecen;

El terror se apoderó de los habitantes de Peláshet.

Entonces se turbaron los caudillos de Edom;

El temblor hizo presa de los poderosos de Moab;

Se derritieron todos los habitantes de Canaán. (Éxodo 15:14-15)

Deberían haber sabido que el pueblo de la tierra les temía a ellos, y no lo contrario. Y así fue, tal como Rajab les contó a los espías que envió Iehoshúa cuarenta años más tarde:

Sé que Dios les ha dado la tierra y el terror de Su Nombre ha caído sobre nosotros, y que todos los habitantes de la tierra han desfallecido ante ustedes. Porque hemos escuchado cómo Dios secó las aguas del Mar Rojo para ustedes cuando salieron de Egipto y lo que han hecho a los dos reyes de los amoritas que estaban del otro lado del Iardén, a Sijón y a Og, a quienes destruyeron totalmente. Y apenas oímos eso nuestros corazones se derritieron y no quedó más ánimo en hombre alguno (de los nuestros), a causa de ustedes, porque el Eterno su Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra. (Iehoshúa 2:9-11)

Entre los doce, sólo Iehoshúa y Kalev manifestaron verdadero liderazgo. Ellos le dijeron al pueblo que la conquista de la tierra era algo que eminentemente podían lograr porque Dios estaba con ellos. El pueblo no los escuchó. Pero los dos líderes recibieron su recompensa. De toda la generación, sólo ellos vivieron y pudieron entrar a la Tierra. Más que eso, su desafiante declaración de fe y su negación a tener miedo brilla con tanta fuerza hoy como lo hizo hace treinta y tres siglos. Ellos son héroes de fe eternos.

Una de las tareas fundamentales de cualquier líder, desde un presidente hasta un padre, es dar a los demás una sensación de confianza en sí mismos, en el grupo del cual forman parte y en la misión misma. Un líder debe tener fe en las personas que lidera e inspirarlas con esa fe. Como escribió Rosabeth Moss Kanter de la Escuela de Negocios de Harvard en su libro "Confianza": "El liderazgo no se trata del líder sino de cómo construye la confianza de todos los demás".1 A propósito, confianza viene del latín y significa "tener fe juntos".

La verdad es que al campo de acción humano en gran medida se aplica la ley de la profecía que se cumple a si misma. Quienes dicen: "no podemos hacerlo", probablemente tienen razón, al igual que la tienen aquellos que dicen "podemos hacerlo".

Si te falta confianza, perderás. Si tienes una confianza sólida y justificada, basada en la preparación y el desempeño previo, ganarás. No siempre, pero a menudo como para triunfar a pesar de los contratiempos y los fracasos. De eso se trata la historia de las manos de Moshñé durante la batalla contra los amalequitas. Cuando los israelitas miran hacia arriba, ganan. Cuando miran hacia abajo, empiezan a perder.

Es por esto que es tan errónea la definición negativa de la identidad judía que tanto ha prevalecido en los tiempos modernos (los judíos son las personas que son odiadas, Israel es la nación que es aislada, ser judío es negarse a darle a Hitler una victoria póstuma), y por eso uno de cada dos judíos que creció con esta doctrina elige casarse fuera de su religión y cortar con su trayectoria judía.2

El historiador y economista de Harvard, David Landes, en su libro "La riqueza y la pobreza de las naciones", explora por qué algunos países no logran crecer económicamente mientras que otros tienen un éxito espectacular. Después de más de 500 páginas de análisis, él llega a la siguiente conclusión:

En este mundo, los optimistas lo tienen todo, no porque siempre tengan razón, sino porque son positivos. Incluso cuando están equivocados, se mantienen positivos y esa es la forma de llegar a tener logros, corregirse, mejorar y tener éxito. Un optimismo educado, con los ojos abiertos, trae resultados. El pesimismo sólo puede ofrecer el consuelo vacío de tener la razón.3

Yo prefiero la palabra "esperanza" antes que "optimismo". Optimismo es creer que las cosas van a mejorar. Esperanza es creer que juntos podemos hacer que las cosas sean mejores. Ningún judío que conoce la historia judía, puede ser optimista, pero ningún judío digno de su nombre abandona la esperanza. Los profetas más pesimistas, desde Amos a Jeremías, siguieron siendo voces de esperanzas. Por su derrotismo, los espías fracasaron como líderes y como judíos. Ser judío es ser un agente de la esperanza.

El comentario más remarcable que encontré sobre el episodio de los espías fue el del Rebe de Lubavitch, Rav Menajem Mendel Schneerson. Él formula una pregunta obvia. La Torá enfatiza que los espías ya eran líderes, príncipes, las cabezas de las tribus. Ellos sabían que Dios estaba con ellos, y que con Su ayuda no había nada que no pudieran lograr. Ellos sabían que Dios no les hubiese prometido una tierra que no podían conquistar. Entonces, ¿por qué regresaron con un informe negativo?

Su respuesta pone patas arriba el entendimiento convencional de lo ocurrido con los espías. Él dijo que los espías no temían a la derrota, sino a la victoria. Lo que le dijeron al pueblo fue una cosa, pero lo que los llevó a decirlo fue algo completamente diferente.

¿Cuál era su situación mientras estaban en el desierto? Vivían en constante y cercana compañía de Dios. Bebían agua de una roca. Comían maná del cielo. Estaban rodeados por las Nubes de Gloria. Los milagros los acompañaron a lo largo del camino.

¿Cuál sería su situación en la Tierra? Tendrían que librar guerras, arar la tierra, plantar semillas, recoger las cosechas, crear y mantener un ejército, una economía y un sistema de bienestar social. Tendrían que hacer lo que hace cualquier otra nación: vivir en el mundo real del espacio empírico. ¿Cuál sería su relación con Dios? Sí, Él seguiría estando presente en la lluvia que hace crecer los cultivos, en las bendiciones del campo y del pueblo, y en el Templo en Jerusalem que visitarían tres veces al año, pero no sería una relación visible, íntima y milagrosa como la que tenían en el desierto. Eso fue lo que temieron los espías: no el fracaso sino el éxito.

El Rebe de Lubavitch dijo que este fue un pecado noble, pero sigue siendo un pecado. Dios quiere que vivamos en el mundo real de las naciones, las economías y los ejércitos. Dios quiere, como Él mismo lo expresó, que creemos "una morada en el mundo inferior". Él quiere que llevemos la Shejiná, la Presencia Divina, a la vida cotidiana. Es fácil encontrar a Dios en total reclusión y escapándose de las responsabilidades. Es difícil encontrar a Dios en la oficina, en los negocios, en las granjas, en los campos, en las fábricas y las finanzas. Pero precisamente ese difícil desafío es a lo que se nos convoca: a crear un espacio para Dios en medio de este mundo físico que Él creó y que declaró siete veces que era bueno. Esto es lo que no entendieron diez de los espías, y fue un fracaso espiritual que condenó a toda una generación a cuarenta años de vagar inútilmente por el desierto.

Las palabras del Rebe suenan todavía más verdaderas hoy que cuando las pronunció. Son una profunda declaración de nuestra tarea judía. También son una fina exposición de un concepto que entró a la psicología relativamente hace poco tiempo: el miedo al éxito.4 Todos estamos familiarizados con la idea del miedo al fracaso. Eso es lo que a muchos nos impide tomar riesgos, y en cambio preferimos mantenernos dentro de nuestra zona de confort.

Pero el miedo al éxito no es menos real. Queremos tener éxito: eso es lo que nos decimos a nosotros mismos y a los demás. Pero a menudo, inconscientemente tememos lo que puede traer ese éxito: nuevas responsabilidades, expectativas por parte de los demás que puedan resultarnos difícil de satisfacer, etc. Entonces fracasamos y no nos convertimos en lo que podríamos haber sido de haber tenido más fe en nosotros mismos.

El antídoto para el miedo, tanto al fracaso como al éxito, se encuentra en el pasaje con el cual termina esta parashá: el mandamiento de tzitzit (Números 15:38-41). Se nos ordena colocar flecos en nuestras prendas y entre ellos tiene que haber un hilo azul. El azul es el color del cielo. Azul es el color que ves cuando miras hacia arriba (por lo menos en Israel, en Gran Bretaña por lo general vemos nubes). Cuando aprendemos a mirar hacia arriba, superamos nuestros miedos., Los líderes les dan a las personas confianza al enseñarles a mirar hacia arriba. No somos cigarras, a menos que pensemos que lo somos.


NOTAS

  1. Rosabeth Moss Kanter, Confianza – Cómo empiezan y terminan las rachas ganadoras y las rachas perdedoras, Granica, 2006.
  2. National Jewish Population Survey 1990: A Portrait of Jewish Americans, Pew Research Center, October 1, 2013.
  3. David Landes, La riqueza y la pobreza de las Naciones, Vergara Editor S.A. 1999
  4. A veces llamado el "complejo de Jonás" por el profeta. Ver Abraham Maslow, The Farther Reaches of Human Nature, Harmondsworth, Penguin Books, 1977, 35-40.
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