La confrontación con Irán es inevitable

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Asumir que Irán moderará sus políticas es una apuesta peligrosa. Lo más probable es que el régimen se fortalezca y sea perfectamente capaz de construir una bomba nuclear.

Sólo hay una cosa que los ayatolás de Teherán deseen más que una bomba nuclear: la supervivencia de su régimen. Gracias al acuerdo anunciado el 14 de julio, van a conseguir ambas. El acuerdo fortalecerá su régimen fundamentalista, revolucionario y tiránico, y tendrán la bomba en sólo unos años. La Friends of Israel Initiative, de la que soy presidente, ha venido advirtiendo de que un mal acuerdo es peor que no llegar a acuerdo alguno, y creemos firmemente que el acuerdo presente, pese a la buena fe de la Administración norteamericana, es terrible.

El mal está en la naturaleza del propio régimen, que cree que la violencia es una herramienta legítima para la consecución de sus objetivos expansionistas. La Administración Obama dice que inundando Irán con miles de millones de dólares atenuará sus aspiraciones y moderará su conducta. Pero ese argumento está basado en una esperanza infundada. Va contra todo lo que sabemos de la República Islámica desde su fundación, en 1979, y de nuestra experiencia con otros regímenes tiránicos, como el de Corea del Norte. Los dictadores no se disuelven cuando se bañan en dinero.

Asumir, como hace el acuerdo, que Irán moderará sus políticas, renunciará a sus ambiciones hegemónicas, repudiará a sus satélites terroristas y se convertirá en un país normal es una apuesta peligrosa. Lo más probable es que el régimen se fortalezca, esté mejor equipado para perseguir sus intereses regionales y sea perfectamente capaz de construir una bomba nuclear.

El presidente Obama propone una falsa dicotomía al sugerir que posponer el camino de Irán a la bomba es la única manera de evitar un baño de sangre ahora. Hay alternativas efectivas a este acuerdo y a la guerra.

Aunque puede ser cierto que los rusos y los chinos habrían aliviado los males de las sanciones contra Irán, es innegable que han sido una pesada carga. Los iraníes no accedieron a hablar de su programa tras años de esfuerzos llevados a cabo en secreto porque súbitamente perdieran interés en él. Las sanciones funcionaron.

Además, como resultado de las numerosas concesiones de este acuerdo, particularmente el levantamiento del embargo de armas a Irán, el régimen saldrá mejor equipado y más robusto en términos militares. Diez años —la supuesta demora que impone el acuerdo al programa nuclear de Irán— es una eternidad para un político como el señor Obama, que sólo puede estar en el poder un máximo de ocho años. Pero es un grave error pensar en un lapso tan corto de tiempo, al que sobrevivirán las ambiciones de Irán.

Por último, algunos pragmáticos quizá aduzcan que, al poner fin a la animosidad que provocan las sanciones, el acuerdo abrirá una nueva fase de colaboración con Irán, particularmente en lo relacionado con la lucha contra el Estado Islámico. Pero ¿es del interés a largo plazo de Occidente que haya una presencia iraní en el Yemen, Irak o Siria? El enemigo de mi enemigo no siempre es mi amigo, especialmente en Oriente Medio. Cansado como pueda estar EEUU de guerras lejanas en que las victorias se muestran elusivas, la fatiga no debería llevarle al abandono.

Dejar que Irán tome el mando en la lucha sobre el terreno contra el ISIS es una dejación del deber que no debería consentir el mundo occidental, mucho menos EEUU. Que tras un año de bombardeos contra sus posiciones el ISIS siga reteniendo la mitad de Siria y un tercio de Irak no se debe a que Occidente sea débil; es porque nuestra estrategia minimalista no puede revertir la sensación de victoria entre los muchos que se suman a y combaten con el ISIS. Los aliados occidentales pueden ser efectivos militarmente, pero sólo si muestran un alto compromiso con la victoria.

En la Europa de los años 20 y 30 del siglo pasado numerosos líderes competentes cometieron graves errores por culpa de falsas asunciones. En América también ha habido momentos —como durante la gestión de la cuestión iraní por Jimmy Carter— en que los líderes se han equivocado por completo. Los políticos no son inmunes a los errores. Pero pueden aprender de la historia. Tarde o temprano, Occidente tendrá que enfrentarse a Irán; sólo en la primera opción tendrá que afrontar a un envalentonado, mejor preparado, modernizado y enriquecido Irán, que hará lo posible por alcanzar las metas que siempre hemos tratado de impedir que alcance.

Versión original (en inglés): The Wall Street Journal
Versión en español:
Revista El Medio

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