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Cuando el artista Kanye West compró 30 segundos de publicidad en el Super Bowl, nadie imaginó que sería lamentable, ofensivo y preocupante.
Cuando el artista Kanye West compró 30 segundos de publicidad en el Super Bowl, el evento deportivo más visto en Estados Unidos, muchos esperaban una acción atrevida. Pero nadie imaginaba que sería lamentable, ofensiva y preocupante.
El anuncio, grabado de manera casera con un teléfono móvil, ya llamaba la atención por su producción rudimentaria. No es un detalle menor si se considera que medio minuto de publicidad en un evento de tal magnitud cuesta unos siete millones de dólares. En el video, West explicaba que había gastado todo el presupuesto en un implante dental de oro, para luego invitar al espectador a visitar el sitio web de su marca, Yeezy.
Hasta aquí, la extravagancia podía ser vista como una estrategia de marketing. Pero lo que se encontraron quienes ingresaron a la página fue algo mucho más inquietante: la única prenda a la venta era una camiseta con una esvástica enorme estampada en el pecho, disponible por 20 dólares.
Para quienes no han seguido la trayectoria reciente de West, la sorpresa y el rechazo son comprensibles. Pero aquellos que han observado su deriva en los últimos años saben que su antisemitismo ya no es un secreto. En los días previos a la Super Bowl, el rapero publicó en sus redes sociales una serie de mensajes antisemitas, algunos irreproducibles, pero otros lo suficientemente claros, como “Soy un nazi” y “Amo a Hitler”.
El dilema de separar al artista de su obra es un viejo debate que muchas comunidades, incluida la judía, han tenido que enfrentar. En este caso, no se trata solo de una cuestión de principios estéticos o morales. Kanye West no es un artista mediocre cuyo discurso pueda ser descartado sin más. Es, sin duda, uno de los raperos más influyentes del siglo XXI, y quizás por eso duele más. Si fuera irrelevante, su discurso no tendría impacto. Pero no lo es: es considerado por muchos un genio creativo, y eso es lo que resulta alarmante.
Sin embargo, el caso de West no es comparable al de otros artistas con ideologías cuestionables. No se trata de un creador cuyas opiniones privadas sean discutibles, sino de alguien que ha cruzado una línea peligrosa al fomentar activamente el odio. Existen, por supuesto, figuras públicas cuyas ideas pueden resultarnos desagradables, pero que no hacen de ello una plataforma de agresión. Convivir con pensamientos opuestos es parte del mundo en que vivimos. Sin embargo, cuando un personaje público utiliza su influencia para incitar al odio, el problema adquiere otra dimensión.
El actor judío David Schwimmer, conocido por su papel de Ross Geller en la serie Friends, fue una de las voces más contundentes contra West. A través de sus redes sociales, exigió que se le vetara de la plataforma X (antes Twitter):
"No podemos evitar que un fanático trastornado escupa su bilis llena de odio e ignorancia... pero SÍ podemos dejar de darle un megáfono, señor Musk. Kanye West tiene 32,7 millones de seguidores en su plataforma, X. Eso es el doble de la cantidad total de judíos que existen en el mundo. Su discurso de odio enfermo provoca violencia real contra los judíos. No sé qué es peor: que se identifique como nazi (lo que implica que quiere exterminar a todas las comunidades marginadas, incluida la suya propia) o que no haya suficiente indignación para expulsarlo de todas las redes sociales en este punto. El silencio es complicidad".
El debate sobre la salud mental de West ha estado presente en muchas de las críticas que ha recibido. Su diagnóstico de trastorno bipolar se ha mencionado en varias ocasiones, pero, independientemente de su situación, el problema persiste: si es una persona enferma, necesita tratamiento y contención; si no lo es, el panorama es mucho más serio. Lo que para algunos puede parecer irreverencia o una excentricidad, puede tener consecuencias muy reales.
La pregunta no es si se debe censurar a Kanye West. Silenciar una voz no hace desaparecer el problema de fondo. Quizá la cuestión de fondo sea otra: ¿por qué convertimos a ciertos artistas en referentes? Que un músico, un actor o un influencer acabe ocupando el lugar de un líder o de un modelo a seguir pone de manifiesto los vacíos que existen en la sociedad a la hora de elegir ideales.
El pueblo judío ha tenido líderes de toda índole a lo largo de su historia, desde los patriarcas, pasando por Moshé, el rey David y hasta figuras contemporáneas de enorme relevancia. Distintos en estilos y enfoques, pero unidos por un mismo hilo conductor: el compromiso con valores morales.
La actitud de Kanye West es lamentable por muchas razones. Pero hay una que, al menos en lo personal, me resulta especialmente dolorosa: nos obliga a cuestionarnos al artista que alguna vez fue. Cuando un músico, un pintor o un deportista aparece en los titulares más por sus declaraciones que por su obra, algo anda mal. Y no es solo un problema para él, sino para quienes le siguen.
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Me parece estúpido e inconsciente la actitud de Kanye West Adolf Hitler odiaba y despreciaba todo aquello que no fuera Caucásico nórdico o Ario, todas las demás etnias blancas europeas, asiáticas, Africanas o de Medio oriente y ni se digan las Americanas eran su objetivo de destrucción e erradicación. Absurdo que promueva odio a costa de su propia vida. Porque creanlo un neonazi podría ponerlo en su mira. Y la pregunta será ¿estará de acuerdo que lo exterminen?