La distorsión de los medios de prensa

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Si nada de lo que hacemos logra cambiar la opinión que tiene el mundo sobre nosotros, entonces quizás deberíamos comenzar a preocuparnos menos sobre el tema.

Nuevamente Israel está en guerra. Y nuevamente los daños del conflicto se ven agravados por las ofensas de la tendenciosa prensa mundial y por la sesgada respuesta de la comunidad internacional.

Por lo tanto, nuevamente los israelíes —junto con sus hermanos judíos de todas partes del mundo— se encuentran rechinando sus dientes por la exasperante injusticia de tener que defenderse por estar defendiéndose.

Y la verdad es que es exasperante. Pero hay algo más que me molesta sobre esto; algo que va más allá de la profunda ignorancia de la verdad, de la selección selectiva de hechos y de las impresionantemente torcidas comparaciones; lo que me molesta es algo que me fue muy difícil identificar.

Verán, mi fe en la humanidad siempre me forzó a creer que el sesgo de los medios de comunicación, o al menos la mayor parte de éste, no era producto de un desenfrenado antisemitismo. Quizás estaba siendo inocente, pero creía que este sesgo era un síntoma de la clásica simpatía por el débil, la cual es una debilidad humana sumamente entendible que en algún punto de la historia se había transformado en toda una escuela de periodismo. El más débil no puede hacer daño. Ser fuerte es sinónimo de estar equivocado. Es el mismo sentimiento que afirma que un asesino en serie adolescente no tiene la culpa porque “es sólo un niño”.

Puede que esta debilidad periodística sea entendible —especialmente como una alternativa a la acusación del antisemitismo—, pero implica una desconcertante ironía: ¿Por qué ahora?

Durante diecinueve siglos los judíos fuimos vistos como el más débil. No teníamos tierra, ni ejército, ni gobierno, y ni siquiera teníamos la salvadora gracia de la proximidad geográfica unos de otros. Y durante esa época, fuimos atacados por prácticamente todos los bravucones de la historia. Puedes elegir cualquier imperio; hemos sido perseguidos por todos. Lanza un dardo a un mapa de Europa; caiga donde caiga, probablemente hemos sido expulsados de allí. Pero a pesar de todo, contábamos con el firme y rotundo apoyo de…. nadie.

Ahora, después de casi dos milenios de ser pisoteados continuamente por las naciones del mundo, finalmente —¡finalmente!— hemos logrado salir un poco a flote. Tenemos una pequeña porción de tierra, un gobierno que a veces es funcional y un respetable ejército. Y ahora, la gente ilustrada se levanta y declara: “¿Saben a quién hay que prestarle atención? Al más débil”.

Realmente nos habría sido útil esta actitud en el pasado. Habría sido sumamente útil que los periódicos mostrasen en portada las condiciones del Gueto de Varsovia, o que se hiciera un reportaje especial para la BBC sobre las comunidades que fueron destruidas por las cruzadas, o que el New York Times hablara sobre cuando casi un millón de judíos fueron expulsados de los países árabes a principios del siglo veinte (una desconocida crisis de refugiados del Medio Oriente).

Tenemos mala prensa cuando somos fuertes. Y tenemos mala prensa cuando somos débiles.

Así que tenemos mala prensa cuando somos fuertes. Y tenemos mala prensa cuando somos débiles. Tenemos mala prensa cuando hacemos algo, y tenemos mala prensa cuando no hacemos nada. Es difícil escapar de la conclusión de que no importa qué hagamos, siempre obtendremos como resultado una mala prensa. Si el Estado de Israel lograra enviar con éxito al primer hombre a Marte, la prensa mundial condenaría inmediatamente la acción por “expansionismo territorial” y la ONU rápidamente propondría una solución de dos planetas.

Puede que sea hora de considerar que si nada de lo que hacemos cambia la opinión del mundo sobre nosotros, entonces quizás deberíamos comenzar a preocuparnos menos de la opinión del mundo. Obviamente no por completo, ya que no podemos ignorar de forma absoluta esta injusticia y debemos protestar acordemente. Pero algunos de nosotros nos hemos visto tan consumidos por el enojo con la prensa que a veces parecemos estar más enojados con la BBC que con Hamás.

La rabia que sentimos estos días con la prensa y con la opinión mundial se debe principalmente a un sentimiento de traición; después de todo, queremos creer que el New York Times y la BBC serán fieles a sus valoradas reputaciones periodísticas, especialmente cuando se trata de hablar de las cosas que más nos importan. Es sumamente amargo y molesto ver que los hechos son tergiversados de esa manera por aquellos que se presentan a sí mismos como los guardianes imparciales de la verdad.

La necesidad de alimentar nuestra ira por este sentimiento de traición es entendible, pero al fin y al cabo es fútil. Ningún medio de comunicación va a convencernos de que estamos mal, y es altamente improbable que algo de lo que hagamos cambie la opinión de algún medio de comunicación. Es un callejón sin salida, por lo que enojarnos por esto sólo sirve para distraernos de los verdaderos peligros.

Debemos enfocarnos en lo que sabemos que es correcto, independientemente de lo que digan los demás.

Debemos defendernos. Sabemos que es así. Debemos apoyar a nuestras tropas para que tengan éxito en su misión y logren hacer que la tierra sea más segura para nosotros y para nuestros hijos. Eso es lo que importa.

Los enemigos aquí son quienes nos lanzan misiles, no quienes nos envían tweets.

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