La enfermedad del autoengaño

3 min de lectura

Noaj (Génesis 6:9-11:32 )

Enseñanzas de vida seleccionadas de la parashá semanal y de las fuentes de nuestros sabios.

El humor ídish define la jutzpá como el caso de un niño que asesina a sus padres y después en la corte pide misericordia por ser huérfano.

Si bien en la vida real es difícil imaginar que alguien pueda engañarse a sí mismo de forma tan exagerada, la capacidad que tenemos los seres humanos para desconectarnos de nuestros actos puede ser impresionante. Hace unos 70 años, en un suburbio de Varsovia ocurrió una historia verdadera que ilustra esta idea:

Una mujer llegó desde otra ciudad con sus magros ahorros en búsqueda de transacciones comerciales rentables. Pero, como suele ocurrir, mientras se hospedaba en un hostal judío, le robaron su dinero. Cuando los rabinos locales vieron cuán angustiada estaba esta mujer, idearon un plan inusual: los rabinos sabían quiénes eran los “líderes” de los ladrones de la zona. Hablarían con ellos para tratar que le devolvieran el dinero.

Sorprendidos al ser convocados por los rabinos, los ladrones aceptaron acudir a la reunión. Uno de los rabinos les explicó las grandes dificultades de la víctima del robo y, aunque no estaba seguro de la respuesta que recibiría, sugirió que los ladrones se quedaran con el 30% del botín y le devolvieran el resto a la pobre mujer. Al oír eso, uno de los ladrones se enfureció y gritó: "¡Nosotros trabajamos duro por el dinero! ¡Nos pertenece! ¡Nos quedaremos por lo menos con el 60%!"

En la parashá de esta semana, el autoengaño juega un rol importante. Una gran porción de la parashá gira en torno a la historia del Diluvio. La Torá describe que la humanidad se había vuelto tan malvada que Dios no tuvo más remedio que destruirla y comenzar de nuevo. Sólo Nóaj y su familia se salvaron del diluvio que llevó al mundo nuevamente al caótico estado acuoso que existió al comienzo de la creación original.

De hecho, en muchos aspectos la Torá deja claro que esto fue nada menos que una “segunda creación”. Además del resurgir de las aguas primigenias y la renovada mezcla de luz y oscuridad, cuando Nóaj salió del arca recibió de Dios directivas virtualmente idénticas a las que recibió Adam: cuidar el mundo y poblarlo.

Lo que no queda tan claro es cuál fue exactamente "la gota que derramó el vaso", la trasgresión que provocó que Dios trajera un diluvio sobre la humanidad. La Torá ofrece varias posibilidades. Una de ellas es que las personas de la época eran culpables de libertinaje sexual en su forma más baja. El Midrash describe gráficamente al diluvio como un caso de “medida por medida”: dado que había un diluvio de sexualidad inapropiada, la humanidad fue castigada con un diluvio de agua.

La Torá también relata que abundaba el robo y la violencia. Rashi y otros comentaristas consideran que esta fue la causa principal del exterminio de la humanidad. Aunque Dios podía contener el castigo por la inmoralidad sexual (ya que buena parte ocurría de forma consensuada), no pudo tolerar el robo y el daño causado a otros.

Para un padre, el conflicto entre sus hijos es una de las experiencias más descorazonadoras y exasperantes. De hecho, la tradición judía describe que este fenómeno es lo que más perturba al "Padre de todos", a Dios. El Midrash señala que en la época del Rey David, los israelitas no tuvieron en las batallas el mismo éxito que tuvieron bajo el liderazgo posterior del Rey Ajav. ¿Cómo podemos entenderlo, siendo que en la era del Rey David la nación adoraba fielmente a Dios y en la de Ajav hacían idolatría?

El Midrash explica que durante la vida de David hubo mucha disensión en el pueblo, pero durante el período de Ajav los israelitas se amaban los unos a los otros. A pesar de que eran infieles a Dios, de todas formas Él recompensó a Sus hijos brindándoles victorias en el campo de batalla debido al amor que había entre ellos.

Gran parte del libro de Génesis se dedica a este conflicto entre hermanos. Ishmael e Isaac, Iaakov y Esav, Iosef y sus hermanos… Todas estas son historias de amarga rivalidad entre hermanos. Sin embargo, todas estas historias terminan en reconciliación. Ishmael e Isaac entierran juntos a su padre Abraham. Iaakov y Esav se reconcilian al encontrarse después de 22 años de separación. Iosef perdona a sus hermanos por haberlo vendido como esclavo.

Los Sabios sugieren que en la era del Diluvio había un mal más profundo asociado con los robos generalizados. El Midrash relata que a menudo muchos ladrones atacaban juntos a una misma víctima y cada uno tomaba sólo una pequeña cantidad de bienes para asegurarse de ser exonerados de cualquier cargo. Los ladrones repetían esto una y otra vez. El resultado final era que a pesar de haberse enriquecido, podían racionalizar y creer que no habían hecho nada malo, porque ninguna corte podía juzgarlos por lo que habían hecho.

A partir de esto podemos entender que el error de la generación del diluvio fue más que un simple caso de robo constante. Era una situación en la que habían perdido su “brújula moral” y lograron engañarse a sí mismos hasta llegar a convencerse por completo de sus propias mentiras. Llegaron a un grado en el que les resultaba imposible reconocer su error. El autoengaño era tan extremo que la situación era irreparable y Dios no tuvo más opción que comenzar de nuevo Su creación.

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