La felicidad es obligatoria

4 min de lectura

Ki Tavó (Deuteronomio 26:1-29:8 )

 

Esta parashá comienza con la mitzvá de bikurim, que requiere que llevemos al Templo los primeros frutos de nuestro campo como una expresión de gratitud a Dios. La Torá dice que cuando presentamos estos primeros frutos, debemos formular la siguiente declaración: "veatá hine heveti… - Y ahora, he aquí que traje los primeros frutos de la tierra…".1

El Midrash dice que en este pasaje hay tres palabras que nos enseñan la manera adecuada de dar, porque tal como la nación es responsable de proveer para los cohanim, también somos responsables de ayudar a los necesitados.

  1. "Veatá – y ahora", implica inmediatez, celeridad. La tzedaká debe darse con prontitud, porque cualquier retraso puede prolongar la angustia de los necesitados. Además, al dar de inmediato, sin dilación, demostramos nuestra sensibilidad con el dolor del receptor y eso mismo ya es terapéutico. Saber que alguien realmente se preocupa y entiende la urgencia de su predicamento eleva el espíritu de los necesitados y les da esperanzas.

  2. "Hiné – he aquí". La palabra connota alegría, felicidad. Es esencial que cuando damos, lo hagamos con todo el corazón, con una sonrisa y una palabra amable. Al dar de esta forma, protegemos al indigente de la vergüenza y le permitimos mantener su dignidad. Mendigar es una experiencia mortificante y los donantes deben hacer todo lo posible para proteger a los pobres de la humillación.

  3. "Heveti – he traído". Esta palabra connota que lo que le damos al pobre en verdad no es nuestro regalo sino más bien un regalo que Dios confió en nuestras manos para que lo podamos compartir con otros. Pero si es así, ¿qué es lo que damos? Si damos con todo el corazón, con las cualidades mencionadas (identificándonos con el sufrimiento del indigente y con amabilidad), entonces se considera como si nosotros lo hubiéramos dado, porque en verdad eso es lo único que podemos dar. El dinero no nos pertenece. Estas son leyes importantes que debemos tener presentes respecto a la tzedaká. Una vez que las incorporamos, toda la foirma de dar será diferente. Esto lleva a que nos sintamos espiritualmente elevados en vez de sentirnos importantes, lo cual lamentablemente muchas veces caracteriza a los donantes.

LA FELICIDAD – UN MANDAMIENTO Y NO UNA OPCIÓN

"Y te regocijarás en todo lo bueno que Hashem, tu Dios, ha concedido a ti y a tu casa…".2

Este pasaje puede resultarnos difícil de entender. Este mandamiento se refiere a quienes se esforzaron trabajando en sus campos y recogieron su cosecha. Sin duda, ante tal logro, no es necesario decirles que se alegren. Ellos tienen todas las razones del mundo para alegrarse y estar satisfechos. Pero aquí descubrimos la perversidad de la naturaleza humana, que nunca le permite a la persona estás satisfecha con lo que tiene. A pesar de haber tenido éxito, sigue sintiéndose inquieta; desea más y después un poco más. Todavía peor, compara su cosecha, sus logros, con los de sus vecinos, y si ellos llegan a tener más, sus celos la consumen y amargan su alegría. La envidia le quita a la persona la paz mental, la felicidad y la satisfacción, y genera amargura, codicia y odio.

LA GRATITUD: UN PILAR DEL JUDAÍSMO

Para superar estos sentimientos negativos, la Torá nos ordena valorar que lo que tenemos nos lo otorgó Dios. Él sabe qué necesitamos para nuestro bienestar, y debemos condicionarnos a creer que, si Él no nos dio algo, entonces obviamente podemos arreglarnos la vida sin eso. Por lo tanto, en vez de quejarnos por lo que no tenemos, debemos alegrarnos por lo que sí tenemos. Si incorporamos este principio básico, si recordamos que Dios es Quien está a cargo, y que Él es quien provee a todas nuestras necesidades, entonces nos veremos bendecidos con simjat jaim, una profunda alegría de vida. Nos sentiremos satisfechos con nuestra propia porción, porque entenderemos que no precisamos nada más. Este espíritu de simjat jaim es el pasaje para tener paz mental, pero si lo perdemos de vista, suscribimos nuestra propia ruina. El concepto de simjat jaim se encuentra en la raíz de hakarat hatov, la gratitud, que es uno de los pilares básicos de nuestra fe. Para el servicio adecuado a Dios es tan crucial sentir hakarat hatov, que hacia el final de la parashá nos dicen que nuestro exilio se debe a que no servimos a Dios con alegría y buen corazón.3

LA ENVIDIA LLEVA AL ODIO

Uno puede protestar y decir que esto entra en conflicto con el dictamen respecto a que el Templo fue destruido por sinat jinam, odio infundado entre los judíos. Sin embargo, si lo analizamos bien, veremos que no hay dicotomía entre estas dos enseñanzas, porque -como explicamos- cuando uno no está feliz, cuando uno no está satisfecho, la raíz de ese sentimiento es: "¡necesito más!". Y estos sentimientos fácilmente pueden llevar al resentimiento y a la envidia, lo que culmina en el odio.

Los que complacen la codicia de sus ojos nunca estarán satisfechos, y las consecuencias de su descontento será su propia ruina. Siempre habrá alguien más rico, con una casa más grande, más inteligente o más apuesto… Por eso la Torá nos ordena trabajar sobre nosotros mismos y encontrar la felicidad, la satisfacción, en todo lo bueno que Dios nos ha otorgado. En nuestra sociedad competitiva, es fácil caer en la trampa de la codicia, enfocarse en lo que no tenemos en vez de prestar atención a lo que sí tenemos.

Contemos las muchas bendiciones que Dios nos ha brindado y encontremos en ellas nuestra felicidad. Comencemos con un ejercicio simple: al abrir los ojos cada mañana, no digamos "modé ani" simplemente por rutina. Declaremos estas palabras con auténtica sinceridad y agradecimiento: "Te agradezco por devolverme mi alma". Si aprendemos a comenzar el día con una genuina expresión de gratitud, entonces esos sentimientos nos acompañarán a lo largo del día e impregnarán todas nuestras actividades, lo que nos permitirá comprender que no debemos dar por obvio ninguno de los regalos simples de la vida, porque en definitiva no se trata de cosas tan simples. La mayoría valoramos las bendiciones Divinas sólo cuando las perdemos. Sólo entonces comprendemos cuán afortunados éramos. ¡Qué triste!


NOTAS

  1. Deuteronomio 26:10

  2. Ibid. 26:11

  3. Ver Ibid. 28:47

 

 

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