La grandeza de la humildad

6 min de lectura

Shoftim (Deuteronomio 16:18-21:9 )

En una cena celebrando la obra de un líder comunitario, un orador comenzó a elogiar todas sus cualidades: su dedicación, su duro trabajo y su visión. Cuando volvió a sentarse, el líder que era honrado en la velada le dijo: "Olvidó mencionar una cosa: mi humildad".

Bastante cierto. Los líderes tienen muchas cualidades, pero por lo general la humildad no es una de ellas. Con raras excepciones, tienden a ser ambiciosos, con un alto grado de autoestima. Esperan ser obedecidos, honrados, respetados e incluso temidos. Pueden llevar su superioridad sin esfuerzo, lo que Eleanor Roosevelt llamó "llevar una corona invisible", pero hay una diferencia entre esto y la humildad.

Esto lleva a que un tema de nuestra parashá sea inesperado y poderoso. La Torá nos habla sobre un rey. Sabiendo que el poder tiende a corromperse y el poder absoluto a corromperse absolutamente, tal como lo expresó Lord Acton, la Torá especifica tres tentaciones a las cuales estaban expuestos los reyes en la antigüedad. Un rey no debe acumular demasiados caballos, esposas o riqueza, las tres trampas en las cuales siglos más tarde eventualmente cayó el Rey Salomón. Entonces la Torá agrega:

Y sucederá que cuando él [el rey] se asiente sobre su trono real, deberá escribir para sí dos copias de esta Torá… Ella estará con él y él deberá leerla durante todos los días de su vida, a fin de que aprenda a temer a Hashem su Dios, para guardar todas las palabras de esta Torá y estos estatutos a fin de cumplirlos. Para que su corazón no se ensoberbezca más que sus hermanos y para que no se aparte de los mandamientos ni a la derecha ni a la izquierda, a fin de que prolongue los días de su reinado, tanto él como sus hijos, en medio de Israel (Deuteronomio 17:18-20).

Si a un rey, a quien todos debemos honrar, se le ordena ser humilde ("no se ensoberbezca más que sus hermanos"), cuánto más debe ser así para el resto de las personas. Moshé, el máximo líder que tuvo el pueblo judío, era "muy humilde, más que cualquier otra persona sobre la faz de la tierra" (Números 12:3). ¿Acaso llegó a ser tan grandioso porque era humilde o era humilde por su grandeza? De cualquier manera, como dijo Rabí Ionatán de Dios mismo: "En donde encuentras su grandeza encuentras su humildad".(1)

Esta es una de las genuinas revoluciones que el judaísmo brindó a la historia de la espiritualidad. En el mundo antiguo, la idea de que un rey debía ser humilde hubiera parecido una farsa. Todavía podemos ver en las ruinas y las reliquias de la Mesopotamia y Egipto, una serie casi interminable de proyectos vanidosos creados por los gobernantes para honrarse a sí mismos. Ramsés II hizo colocar cuatro estatuas de sí mismo y dos de la reina Nefertiti, frente del templo en Abu Simbel. Con más de 100 metros de altura, tienen casi el doble de la altura de la estatua de Lincoln en Washington.

Aristóteles no hubiera entendido la idea de la humildad como una virtud. Para él, la megalopsiquia, el hombre de alma elevada, era un aristócrata, consciente de su superioridad sobre la masa de la humanidad. La humildad, junto con la obediencia, la servidumbre y la humildad, era para los que estaban en un nivel más bajo, aquellos que no nacieron para mandar sino para ser dominados. La idea de que un rey debe ser humilde era una idea radicalmente nueva introducida por el judaísmo y luego adoptada por el cristianismo.

Este es un ejemplo claro de cómo la espiritualidad marca una diferencia en la forma en que actuamos, sentimos y pensamos. Creer que hay un Dios y que estamos ante su presencia, implica que no somos el centro de nuestro mundo. Dios lo es. "Soy polvo y cenizas", dijo Abraham, el padre de la fe. "¿Qué es lo que soy?", dijo Moshé, el mayor de los profetas. Esto no los volvió serviles ni aduladores. Precisamente en el momento en que Abraham se consideró polvo y cenizas, desafió a Dios sobre su justicia en el castigo a Sodoma y a las ciudades de la planicie. Moshé, el más humilde de los seres humanos, fue quien suplicó a Dios que perdonara al pueblo, y si no: "bórrame del libro que Tú has escrito". Estos fueron los espíritus más audaces que produjo la humanidad.

Hay una diferencia fundamental entre dos palabras hebreas: anivut, "humildad", y shiflut, "autodegradación". Son tan diferentes que Maimónides definió la humildad como el camino medio entre shiflut y orgullo.(2) Humildad no es tener baja autoestima. Eso es shiflut. Humildad implica que estás suficientemente seguro como para no necesitar que otros te lo aseguren. Significa que no sientes que tienes que probarte a ti mismo mostrando que eres más inteligente, perspicaz, hábil o exitoso que los demás. Estás seguro porque vives con el amor de Dios. Él tiene fe en ti incluso si tú no la tienes. No necesitas compararte con otros. Tienes tu tarea, ellos tienes la propia, y eso te lleva a cooperar, no a competir.

Esto significa que puedes ver a otras personas y valorarlas por lo que son. No son sólo una serie de espejos en los cuales te miras para ver sólo tu propio reflejo. Al estar seguro contigo mismo, puedes valorar a los demás. Al confiar en tu identidad puedes valorar a las personas que son diferentes. La humildad es el ser externalizado. Es entender que "no se trata de ti".

Ya en 1979 Christopher Lasch publicó un libro llamado "La cultura del narcisismo". Fue una obra profética. Allí él argumenta que el quiebre de la familia, la comunidad y la fe nos dejó fundamentalmente inseguros, privados de los medios tradicionales de apoyo de identidad y valor. Él no llegó a vivir para ver la edad del selfie, el perfil de Facebook, las etiquetas de marca en el exterior de las prendas y todas las otras formas de "publicitarse a uno mismo", pero no se hubiera sorprendido. Él argumentó que el narcisismo es una forma de inseguridad, la necesidad de reasegurarse constantemente y obtener inyecciones regulares de autoestima. Se entiende que no es la mejor manera de vivir.

A veces pienso que el narcisismo y la pérdida de la fe religiosa van de la mano. Cuando perdemos la fe en Dios, lo que queda en el eje de nuestra consciencia es el "yo". No es coincidencia que el más grande de los ateos modernos, Nietzche, fuera un hombre que consideraba que la humildad era un vicio, no una virtud. Él lo describió como la venganza del débil contra el fuerte. Tampoco es accidental que una de sus últimas obras fuera titulada: "Por qué soy tan inteligente".(3) Poco después de escribirlo, descendió en la locura que lo rodeó durante los últimos once años de su vida.

Uno no necesita ser religioso para entender la importancia de la humildad. En el 2014, el Harvard Business Review publicó los resultados de una encuesta que mostraba que "los mejores líderes son líderes humildes".(4) Ellos aprenden de las críticas. Tienen suficiente seguridad como para dar poder a otros y elogiar sus contribuciones. Asumen riesgos personales por un bien mayor. Inspiran lealtad y un fuerte espíritu de grupo. Y lo que se aplica a los líderes se aplica a cada uno de nosotros como partes de un matrimonio, padres, compañeros de trabajo, miembros de comunidades y amigos.

Una de las personas más humildes que conocí fue el Rebe de Lubavitch, Rav Menajem Mendel Schneerson. En él no había nada que lo degradara. Tenía una calma dignidad. Se tenía confianza y su apariencia era casi real. Pero cuando estabas con él a solas, te hacía sentir que tú eras la persona más importante en la habitación. Ese era un don extraordinario. Era "realeza sin corona". Era "grandeza con ropa de civil". Me enseñó que la humildad no es pensar que eres pequeño. Es pensar que los demás tienen grandeza.

Ezra Taft Benson dijo que "el orgullo es preocuparse por quién tiene la razón; la humildad es preocuparse por qué es lo correcto". Maimónides dijo que servir a Dios con amor es hacer lo que en verdad es correcto porque en verdad es correcto, y no por cualquier otra razón.(5) El amor es desinteresado. El perdón es desinteresado. También lo es el altruismo. Cuando colocamos al "yo" en el centro de nuestro universo, eventualmente convertimos a todos y a todo en un medio para nuestros fines. Eso disminuye a los demás y nos disminuye también a nosotros. Humildad implica vivir a la luz de aquello que es más grande que yo. Cuando Dios está en el centro de nuestra vida, nos abrimos a la gloria de la creación y a la belleza de las otras personas. Cuanto más pequeño es el yo, más amplio es el radio de nuestro mundo.


NOTAS:

1. Pesikta Zutrata, Ekev.
2. Maimónides, Eight Chapters, cap. 4; Comentario sobre Avot, 4:4. En Hiljot Teshuvá 9:1, define shiflut como lo opuesto de maljut, soberanía.
3. Parte de la obra publicada como Ecce Homo.
4. Jeanine Prime y Elizabeth Salib, 'The Best Leaders are Humble Leaders,' Harvard Business Review, 12 de mayo, 2014.
5. Maimónides, Hiljot Teshuvá 10:2

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