Antigüedad
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La nación judía lucha para salvar su centro espiritual.
El poder de Roma no debía ser desafiado.
En respuesta a la revuelta de los judíos, Roma envió en el año 67 EC a Vespasiano —el comandante más experimentado del imperio— a la cabeza de cuatro legiones. Esto era una fuerza masiva; cada legión tenía 6.000 guerreros además de un número igual de ayudantes, siendo en total casi 50.000 soldados romanos.
(Una de estas cuatro legiones, la décima, era la más famosa. Era comandada por Tito, el hijo de Vespasiano, y tenía un jabalí como su símbolo).
El objetivo romano era la aniquilación de los judíos que habían osado levantarse en contra de Roma y que, increíblemente, habían tenido éxito.
Astutamente, Vespasiano comenzó su campaña en el norte. Toda ciudad o aldea que resistía su avance era completamente destruida, su población era asesinada o esclavizada, las mujeres eran violadas y las propiedades eran saqueadas. Luego, el área circundante era desnudada de árboles y los campos eran rociados con sal para asegurar que nada volviese a crecer allí.
Mientras que siempre fueron brutales en sus tácticas de guerra, los romanos se superaron a sí mismos cuando se trató de reprimir la revuelta en Judea. Su objetivo era enviar un claro mensaje a todo el Imperio: toda resistencia en contra de Roma terminará en una devastación completa y total.
Vespasiano esperaba que para cuando se dirigiera a Jerusalem, los judíos ya hubieran visto que la resistencia era inútil y se rindieran.
Pero, incluso con cuatro legiones, Vespasiano tenía una dura batalla por delante.
Uno de los primeros en resistirse fue la fortaleza de Yodfat, que había sido construida sobre la ladera del Monte Atzmón. Allí, el comandante de las fuerzas judías de Galilea, Yosef ben Matitiahu —mejor conocido como Flavio Josefo— opuso una heroica resistencia, pero pese a esto no fue capaz de soportar la acometida romana.
Cuando la derrota parecía segura, los zelotes del grupo decidieron que era mejor morir en sus propias manos que ser vendidos como esclavos o ver a sus familias ser despiadadamente asesinadas por los romanos.
Por lo tanto, hicieron un pacto para matar a sus propias esposas, hijos y a ellos mismos. Josefo fue uno de los pocos sobrevivientes; en lugar de suicidarse, se rindió ante los romanos.
Vespasiano advirtió de inmediato que Josefo podía ser útil para los romanos y lo usó como guía/traductor y luego como crónico de la guerra.
Los trabajos de Josefo han sobrevivido hasta el día de hoy. Entre sus principales obras se encuentran Antigüedades y La guerra judía, la historia de todos los eventos que tomaron lugar antes, durante y después de la Gran Revuelta Judía, desde el año 66 EC al 70 EC.
En lo referente a relatos históricos, el de Flavio Josefo es único porque fue testigo ocular de muchas de las cosas que escribió (se diferencia en este aspecto de los otros historiadores romanos, como Deo Cassius, quienes vivieron más tarde y meramente repitieron lo que habían leído en los reportes oficiales).
Obviamente Josefo tenía su propia parcialidad en las cosas. Él escribía para los romanos (probablemente esa es la razón por la cual sus trabajos sobrevivieron intactos), pero había nacido y se había criado como judío. Por lo tanto, en sus escritos pareciera como que intentara agradar a todos al mismo tiempo, por lo que hay que leerlos con mucha cautela y muy críticamente (al final, le echa la culpa de la revuelta a unos pocos romanos crueles —como Floro— y a los zelotes).
A pesar de la extrema subjetividad de buena parte de sus escritos y de su tendencia a exagerar y a ser melodramático (que es típico de los historiadores de este período), los escritos de Josefo son una fuente invaluable de información, sobre todo del período del Segundo Templo y de la Gran Revuelta Judía. Sin embargo, algo en lo que incluso sus críticos concuerdan es en su precisión respecto a las descripciones físicas de lugares y estructuras de la Tierra de Israel. La arqueología ha verificado muchas de sus descripciones y relatos.
Durante todo el verano y otoño del año 67 EC, Vespasiano marchó a través del norte de Israel suprimiendo la resistencia judía. Algunos se rindieron sin luchar, como Tiberias. Otros lucharon hasta el final.
Una de las más heroicas historias es la de la ciudad de Gamla, la cual se encontraba ubicada en las Alturas del Golán.
Parcialmente excavada y ubicada en el centro de una hermosa reserva natural, Gamla es un punto turístico obligado en Israel hoy en día. El sitio es inusual porque, a diferencia de las otras ciudades de Israel que fueron destruidas, Gamla nunca fue reconstruida por nadie y es por lo tanto considerada uno de los sitios de batalla romana mejor preservados del mundo. Las excavaciones muestran a la ciudad exactamente como se veía en el día de su destrucción, en el año 67 EC.
(Gamla permaneció cubierta por las arenas del tiempo durante 1900 años, hasta que Israel recuperó las Alturas del Golán en 1967).
Anticipando el avance romano, los ciudadanos de Gamla acuñaron monedas con la impresión de "Para la redención de Jerusalem, la Santa". Ellos creían que el futuro de Jerusalem dependía de su resistencia. Tristemente, tenían razón.
Los romanos aniquilaron Gamla por completo, matando a unos 4.000 judíos. Los 5.000 habitantes restantes, en lugar de esperar a ser brutalmente asesinados por los romanos, saltaron a su muerte desde los acantilados que rodean la ciudad (es por eso que Gamla es llamada la Masada del norte).
En el verano del año 70 EC, habiendo liquidado virtualmente a todos los otros focos de resistencia, los romanos finalmente comenzaron a marchar hacia Jerusalem. Rodearon la ciudad y la sometieron a un sitio.
Los romanos sabían que si lograban destruir Jerusalem, entonces destruirán el alma de la rebelión, porque Jerusalem era el centro de la vida espiritual.
Previo al comienzo de la Gran Revuelta Judía, Jerusalem tenía entre 100.000 y 150.000 habitantes (previo a su destrucción, la ciudad amurallada de Jerusalem era considerablemente más grande que la Ciudad Vieja de hoy), pero ahora, con refugiados de otros lugares llegando a montones, la población tenía entre dos y tres veces su tamaño normal. Estaba concentrada en dos enclaves:
La Ciudad Baja, al sur del Monte del Templo (en la actualidad, esta sección de Jerusalem está fuera de los muros de la ciudad; hoy es llamada la Ciudad de David o Silwan, en árabe).
La Ciudad Alta, al oeste del Monte del Templo, habitada por las personas más ricas y por la clase sacerdotal (las excavaciones de esta parte de la ciudad pueden ser vistas en el museo arqueológico subterráneo Wohl, bajo Ieshivat HaKótel en el Cuarto Judío).
La ciudad estaba masivamente fortificada y tenía inmensos almacenes de comida y un buen aprovisionamiento de agua. Jerusalem podía resistir a los romanos durante mucho tiempo.
Por lo tanto, parecía ser que los romanos estaban en una muy mala situación. Estaban tratando de sitiar a una de las ciudades más grandes del mundo antiguo, la cual estaba considerablemente fortificada, tenía una gran cantidad de agua y comida, y también tenía mucha gente decidida que no le temía a la muerte (1).
Jerusalem podría haber pasado a la historia como la única ciudad que los romanos no pudieron conquistar a través de un sitio. Pero no lo hizo.
La razón por la que no lo hizo fue sinat jinam, 'odio infundado' entre los judíos.
Mientras los romanos sitiaban la ciudad por fuera, los judíos luchaban una guerra civil en el interior.
Las fuerzas de las varias facciones ocupaban diferentes partes de la ciudad. Principalmente, los Sicarii y los zelotes, liderados por Iojanán de Gush Jalav, tenían control sobre el Monte del Templo. Una extraña alianza entre los saduceos y los fariseos conformaba el grueso de las fuerzas moderadas que gobernaban el resto de la ciudad.
Cuando los moderados intentaron quitar a los zelotes del Monte del Templo, Iojanán de Gush Jalav llevó mercenarios no judíos, los idumeos, para asesinar a los judíos moderados.
Como si eso no fuera suficiente, los zelotes destruyeron los grandes almacenes de comida para que la gente sólo tuviera la opción de luchar o morir de hambre.
Con los almacenes de comida destruidos, comenzó la hambruna en la ciudad y la gente comenzó a escapar desesperadamente hacia afuera de los muros para buscar comida. Todo el que era atrapado por los romanos, era ejecutado inmediatamente por medio de la forma romana estándar de ejecución: la crucifixión. Murió tanta gente que la ciudad estaba en ese entonces rodeada por miles de judíos crucificados.
“Los soldados, por la ira y el odio que albergaban hacia los judíos, clavaban a los que atrapaban, uno tras otro, en las cruces; la multitud era tan grande, que el suelo estaba ansioso por más cruces, y las cruces estaban ansiosas por más cuerpos” (Josefo, Guerras 5.11.1).
Mientras tanto, los romanos continuaban con sus destrucciones sistemáticas de las defensas de la ciudad, capa por capa.
¿Qué pasó a continuación?
El líder de los fariseos y jefe del Sanedrín, Rabí Iojanán ben Zakai, vio que Jerusalem no podría resistir. Era demasiado tarde. Pero los zelotes querían continuar su lucha suicida, por lo que formuló un plan.
Para ese entonces, los zelotes no permitían que nadie dejase la ciudad (como si alguien quisiera huir para ser crucificado), a excepción de los entierros. En un desesperado intento por tratar de salvar algo del inminente desastre, Rabí Iojanán ben Zakai se puso a sí mismo en un ataúd y fue llevado ante Vespasiano.
Saludó a Vespasiano como si fuera el emperador, a lo que Vespasiano contestó que debería ser ejecutado por ese reparo. No fue precisamente una bienvenida amistosa. Rabí Iojanán persistió, y le dijo a Vespasiano que Dios sólo permitiría que un gobernante grandioso conquistara Jerusalem.
Justo en ese momento, arribó un mensajero proveniente de Roma que llevaba un mensaje para Vespasiano: "Levántate. El César ha muerto y los hombres prominentes de Roma han decidido convertirte en su líder. Te han designado César".
Impresionado por la capacidad de Rabí Iojanán para predecir el futuro, Vespasiano le dijo que pidiese un deseo. Rabí Iojanán le pidió a Vespasiano tres cosas, pero la más importante fue: "Dame la ciudad de Yavne y a los sabios".
Lo que Rabí Iojanán estaba pidiendo era, en realidad, salvar la Torá.
Vespasiano le dio a Rabí Iojanán una escolta para los sabios de Torá del momento, para que dejaran Jerusalem y formaran un Sanedrín en Yavne.
¿Podría Rabí Iojanán haberle pedido a Vespasiano que salvase a Jerusalem?
Probablemente no. Para ese entonces, los romanos tenían que demostrar su poderío. No podía salvar a Jerusalem; pero el rápido pensar de Rabí Iojanán salvó al judaísmo (2).
El pueblo judío siempre puede sobrevivir la destrucción física. El peligro mayor es la destrucción espiritual. Si el Sanedrín hubiese sido eliminado, el proceso de transmisión de la Torá Oral hubiese sido cortado. Y sin la Torá Oral no hay judaísmo.
Gracias a que los romanos le concedieron su deseo a Rabí Iojanán, los sabios sobrevivieron, y con ellos sobrevivió también la cadena de transmisión de la Torá y consecuentemente todo el pueblo judío.
Entretanto, dado que Vespasiano era ahora emperador, debía volver a Roma. Por lo tanto, puso a cargo del sitio a Tito, su hijo, y le ordenó que terminara el trabajo.
Notas:
1) Ver: Talmud, Guitín 56a
2) Ver: Talmud, Guitín 56a para un relato exacto de esta historia.
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