La historia de amor más antigua de la historia

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En medio del creciente antisemitismo, el ‘Pueblo del Libro’ se regocija una vez más con la Torá.

El 14 de octubre de 1663, el funcionario inglés Samuel Pepys decidió visitar la sinagoga judía de Creechurch Lane, en Londres. Los judíos eran una “novedad” en ese entonces (la época de la Restauración de la monarquía inglesa). Habían sido expulsados del reino casi cuatro siglos antes, y fue solo en 1656 que una vez más se les permitió vivir en suelo inglés. Pepys, sin saber nada de judaísmo, no sabía que su excursión coincidía con el día más eufórico del calendario judío: la fiesta de Simjat Torá, o la fiesta de ‘regocijarse con la ley’.

Lo que vio lo desconcertó.

“¡Pero, Señor!”, escribió en su famoso diario, “ver el desorden, la risa, los bailes y la falta de atención, la confusión en todo el servicio —parecían brutos más que personas que conocen al Dios verdadero— podría provocar que un hombre se desvaneciera, y de hecho yo no vi tanto; nunca habría imaginado que pudiera existir una religión en todo el mundo tan absurda como esta”.

Lo que Pepys involuntariamente contempló cuando entró a la sinagoga fue la celebración de la ‘historia de amor más antigua de la historia’: el enamoramiento del pueblo judío con la Torá. En el judaísmo, no hay santos para adorar ni íconos para venerar. Más bien, hay un libro para estudiar y enseñar: el ‘Libro de la ley’, la Torá, entregada por Dios a Moshé y a los bnei Israel en el Monte Sinaí, el texto esencial que los judíos han estudiado y que los ha sostenido emocionalmente durante más de tres milenios.

Ese libro es “nuestra posesión más preciada”, escribe el rabino Jonathan Sacks, el destacado teólogo británico y miembro de la Cámara de los Lores. “Estamos en su presencia como si estuviéramos de pie ante un rey; bailamos con él como si fuera nuestra novia; lo besamos como si fuera nuestro amigo más querido; y si, Dios no lo permita, un séfer Torá sufre daños irreparables, lo lamentamos y hacemos duelo como si fuera un miembro de nuestra propia familia”. Si un séfer Torá se cae accidentalmente, se espera que todos los que presenciaron la caída —sólo por el hecho de presenciarla— ayunen en penitencia y arrepentimiento. Cuando se quema una sinagoga, ya sea por accidente o por un crimen intencional, existe una ansiedad palpable por saber si los rollos de la Torá se salvaron o se perdieron.

Simjat Torá ocurre el último día de una secuencia de tres semanas de festividades. Sigue a Rosh HaShaná, Iom Kipur y Sucot. Sin embargo, a diferencia de estas fiestas, Simjat Torá no fue ordenada bíblicamente. No fue impuesta “desde arriba” sobre nosotros aquí abajo, sino que nació espontáneamente desde abajo hacia arriba. Sus raíces se remontan a más de quince siglos atrás a la antigua comunidad judía de Babilonia, que formalizó la práctica de leer públicamente toda la Torá, desde el comienzo de Bereshit hasta el final de Devarim, en el transcurso de un año. La finalización del ciclo anual se convirtió en una ocasión de alegría, marcada por cantos y bailes alrededor de la sinagoga con los rollos de la Torá. Tanto adultos como niños participan en las festividades. Y tan pronto como los versos finales de Devarim se leen desde el final de un rollo, se abre otro rollo y se lee inmediatamente el primer capítulo de Bereshit: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra”. El compromiso judío con la Torá nunca termina; Tan pronto como terminamos, comenzamos de nuevo.

Los judíos son llamados el ‘Pueblo del Libro’. La frase proviene del Corán, donde aparece 31 veces —un énfasis acertado, ya que ninguna otra nación ha sido identificada tan estrechamente con un libro como los judíos con la Torá–. El rabino Sacks señala que cuando Simjat Torá se había extendido por todo el mundo judío, los judíos habían perdido todo lo que parecía indispensable para la supervivencia nacional: tierra, soberanía, libertad política, un ejército. Sin embargo, todavía tenían su Libro para estudiar, enseñar y regocijarse. De alguna manera, eso fue suficiente para mantener vivo al pueblo judío.

Tres siglos después de que Pepys registrara su experiencia en su diario, otro escritor de renombre se encontró con judíos que celebraban Simjat Torá. En 1965, Elie Wiesel viajó a la Unión Soviética, donde los judíos vivían con miedo y la religión fue reprimida. Y, sin embargo, descubrió que una vez al año, en Simjat Torá, multitudes de jóvenes judíos acudían a la única sinagoga que quedaba en Moscú, desafiando valientemente a la KGB para celebrar abiertamente su judaísmo.

Wiesel estaba asombrado.

“¿De dónde salieron todos?”, se maravilló. “¿Quién les dijo que decenas de miles de judíos se reunirían aquí para cantar, bailar y regocijarse con la Torá? Los que apenas se conocen y saben menos de judaísmo, ¿cómo lo supieron? Pasé horas entre ellos, aturdido y emocionado, agitado por un sueño milenario”. Fue un presagio de la lucha que se avecinaba para salvar a los judíos soviéticos; la lucha que eventualmente rompería el Telón de Acero y cambiaría la trayectoria de la Guerra Fría.

Simjat Torá regresa una vez más en medio de una creciente ola mundial de antisemitismo. Un año después de la masacre de la sinagoga Tree of Life en Pittsburgh, y pocos días después del tiroteo de Iom Kippur en Halle, Alemania, los judíos requieren cada vez más protección policial cuando se juntan a rezar. Sin embargo, las sinagogas de todo el mundo se llenarán de nuevo con la misma euforia que sorprendió tanto a Pepys como a Wiesel. El ‘Pueblo del Libro’ se regocijará una vez más con la Torá, bailando con los pergaminos que han sido, durante 33 siglos, la fuente principal de su identidad y fuerza.


Este artículo apareció originalmente (en inglés) en el Boston Globe
 

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