La imagen no es nada – El sabor es todo

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Behaalotjá (Números 8-12 )

Más que nada, un líder necesita entender a su pueblo. Durante sus años de liderazgo, Moshé manifestó un profundo entendimiento y un elevado umbral de tolerancia hacia la nación judía. Una de las pocas instancias que realmente puso a prueba su paciencia y lo llevó a pedirle a Dios que diera por concluida su misión, fue cuando el pueblo se quejó del maná. Entonces Moshé dijo: "Y si de este modo Tú me haces, te ruego que me des muerte" (BNúmeros 11:15).

En comparación a la exótica cocina egipcia ("los pepinos, las sandías, el puerro, las cebollas y los ajos" – Números 11:5), que los judíos recordaban con nostalgia, en el desierto no había "nada, salvo el maná" (Números 11:6), una substancia uniforme que carecía de todo atractivo visual. Esta queja es extraña. Mientras que la comida que el pueblo judío recibía en Egipto estaba limitada a lo que les daban sus amos egipcios, el Midrash dice que el milagroso maná del cielo tenía cualquier sabor que los judíos pudieran desear (Éxodo Rabá 5:9). El único límite era su imaginación. Entonces, ¿de qué se quejaban?

Quizás la queja no fue exactamente respecto al sabor de la substancia, sino a su forma. Durante su estadía en Egipto, el pueblo judío se había acostumbrado a una existencia más superficial, en la cual la imagen importaba más que la esencia. Al alejarse de la superficial sociedad egipcia en el sentido físico, Dios los estaba ayudando a despegarse de ella también en un sentido espiritual. Él trataba de enseñarles que lo que importa es lo que hay adentro: "no mires el recipiente, sino su contenido" (Mishná, Tratado Avot 4:20). Pero sin captar el punto de esta lección, el pueblo seguía añorando la apariencia más sofisticada de alimentos más vistosos.

En Proverbios, el Rey Salomón escribió que "la gracia es engañosa y la belleza es vana" (Proverbios 31:30). Salomón, uno de los hombres más sabios que hubo en la tierra (Reyes I 5:10), afirmó con astucia que la integridad interior y la convicción trascienden la pasajera belleza externa. Cuando la generación del desierto se preocupó por la forma en que se veía su alimento, eso hizo que los alimentos más sabrosos parecieran desabridos. En definitiva, tanto la presentación como el sabor son importantes. Pero antes de preocuparnos por la presentación física del plato, para que la comida sea deliciosa y nutritiva es necesario que esté bien preparada, con los ingredientes y las técnicas adecuadas. Algo similar ocurre con las personas: tanto las cualidades de carácter como la apariencia externa son importantes, pero la prioridad siempre debe ser construir cualidades estelares. También en la actualidad, a menudo la gente se preocupa más por cómo los demás perciben las apariencias físicas que respecto a lo que pasa por dentro de la persona.

En la antigüedad, la costumbre era enterrar a la elite egipcia en las pirámides y bóvedas con sus tesoros y objetos de valor, en vez de pasarlos para que los usara la siguiente generación. Esa costumbre resalta su enfoque, incluso en la muerte, respeto a la imagen externa que transmitían a los demás.

Esa era la cultura en la que había nacido la generación del desierto, y eso influyó en su perspectiva sobre lo superficial y lo externo. Ahora, en su travesía por el desierto, Dios estaba ayudando a la nueva nación, un pueblo que sin haberlo decidido por sí mismo se había convertido en esclavos de la superficialidad, para que se reconstruyeran desde el interior. A través del regalo divino del maná, que representa tan sólo el bien interno y manifiesta una ausencia completa de belleza externa, Dios le estaba enseñando al pueblo judío el gran valor del sabor y del sentido interior, en contraste con la naturaleza vacía y relativamente insignificante de la fachada externa.

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