La importancia de los detalles

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Mishpatim (Éxodo 21-24 )

Sobre la primera frase de Mishpatim: "Y estas son las leyes que pondrás delante de ellos", Rashi comenta: "Y estas son las leyes… Siempre que la Torá dice "estos" (o "estas") señala una discontinuidad con la sección precedente. Pero siempre que dice 'y estos' implica una continuidad, es decir que así como los mandamientos precedentes [los Diez Mandamientos] fueron entregados en el Sinaí, también estos mandamientos [que se presentarán en esta parashá] fueron entregados en el Sinaí. ¿Y por qué razón fue yuxtapuesta esta parashá que trata sobre leyes civiles, a la narración previa que trata sobre las leyes del Altar? Para decirte que debes emplazar al Sanedrín contiguo al Templo". "Que pondrás delante de ellos… Dios le dijo a Moshé: 'Que no se te ocurra decir: les enseñaré el capítulo y la ley dos o tres veces hasta que lo sepan repetir palabra por palabra, pero no me molestaré en hacerles comprender las razones del tema ni su significado'. Por eso la Torá declara: Que pondrás delante de ellos, como una mesa servida y lista para comer de ella" (Rashi sobre Shemot 23:1).

Aquí se establecen tres proposiciones importantes que han dado forma desde el comienzo al judaísmo.

La primera es que tal como los principios generales del judaísmo (aseret hadibrot no significa "los diez mandamientos" sino "las diez declaraciones" o principios generales) son Divinos, también lo son los detalles. En la década del 60 el arquitecto danés Arne Jacobson diseñó un nuevo campus universitario en Oxford. No satisfecho con diseñar el edificio, él continuó diseñando los cubiertos y la vajilla que se usaría en el comedor, y supervisó cómo plantaron todos los arbustos en el jardín de la universidad. Cuando le preguntaron por qué hizo eso, respondió con las palabras de otro arquitecto, Mies van der Roche: "Dios está en los detalles".

Este es un sentimiento judío. Hay quienes creen que lo que tiene de sagrado el judaísmo es su visión general, expresada de la forma más convincente en el Decálogo del Sinaí. Sin embargo, la verdad es que Dios está en los detalles: "Así como los primeros fueron entregados en el Sinaí, también estos fueron entregados en el Sinaí". La grandeza del judaísmo no es simplemente su noble visión de una sociedad libre, justa y compasiva, sino la forma de llevar esta visión a la realidad en una legislación detallada. La libertad es más que una idea abstracta. Esto implicó (en un momento en el cual la esclavitud se daba por obvia, y no olvidemos que en Gran Bretaña y en los Estados Unidos sólo fue abolida en el siglo XIX) liberar al esclavo después de siete años, o de inmediato si su amo lo había herido. Implicó brindar a los esclavos libertad y descanso absoluto un día entero cada siete días. Estas leyes no abolieron la esclavitud, pero crearon las condiciones para que eventualmente pudieran llegar a abolirla. No menos importante es que transformaron a la esclavitud de ser un destino existencial a ser una condición temporal. La esclavitud no es lo que eres ni la forma en que naces, sino algo que te ocurrió durante un tiempo y de lo cual un día serás liberado. Eso es lo que lograron estas leyes, especialmente las leyes del Shabat, no en teoría sino en la práctica. Aquí, como virtualmente en todos los aspectos del judaísmo, Dios está en los detalles.

El segundo principio, no menos fundamental, es que la ley civil no es una ley secular. Nosotros no creemos en "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Creemos en la separación de poderes, pero no en la secularización de la ley ni en la espiritualización de la fe. El Sanedrín o la Corte Suprema debe estar ubicado cerca del Templo para enseñarnos que la ley misma debe estar dirigida por una visión religiosa. La mayor de estas visiones, expresada en la porción de la Torá de esta semana, es: "Al extranjero no oprimirás, porque ustedes conocen el alma del extranjero porque fueron extranjeros en la tierra de Egipto" (Shemot 23:9)

La visión judía de justicia, con su detallada articulación que aparece aquí por primera vez, no se basa en la conveniencia o en el pragmatismo, ni siquiera en principios filosóficos abstractos, sino en los recuerdos históricos concretos del pueblo judío como "una nación bajo Dios". Siglos antes, Dios había elegido a Abraham para que él "enseñara a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino de Dios para hacer rectitud y justicia" (Génesis 18:19). En el judaísmo, la justicia fluye de la experiencia de injusticia en manos de los egipcios, y el desafío que Dios nos dio de crear una sociedad radicalmente diferente en Israel.

Esto ya quedó presagiado en el primer capítulo de la Torá con su declaración de la igualdad y de la absoluta dignidad de la persona como imagen de Dios. Por eso la sociedad debe basarse en el gobierno de la ley, imparcialmente administrada, tratando a todos de la misma forma. "No irás en pos de la mayoría para hacer mal, y no responderás sobre un litigio cediendo a la mayoría para pervertir [el juicio]. No mostrarás favoritismo al pobre en su litigio" (Éxodo 23:2-3)

Sin duda, en los niveles más elevados del misticismo, Dios se encuentra en las más recónditas profundidades del alma humana, pero Dios se encuentra igualmente en la plaza pública y en las estructuras de la sociedad: en el mercado, en los corredores del poder y en los tribunales de justicia. No debe haber ninguna brecha ni disociación de sensibilidades entre el tribunal de justicia (el lugar de encuentro del hombre con el hombre) y el Templo (el lugar de encuentro del hombre con Dios).

El tercer principio, y el más remarcable de todos, es la idea de que la ley no pertenece a los abogados. La ley es la herencia de cada judío. No pienses "les enseñaré el capítulo y la ley dos o tres veces hasta que lo sepan repetir palabra por palabra, pero no me molestaré en hacerles comprender las razones del tema ni su significado. Por eso la Torá declara: Que pondrás delante de ellos, como una mesa servida y lista para comer de ella". Este es el origen del nombre del más famoso de todos los códigos de ley judía, el Shulján Aruj (literalmente, la mesa servida) de Rav Iosef Karo.

Desde el comienzo, el judaísmo esperó que cada persona conociera y entendiera la ley. El conocimiento legal no es la propiedad cuidadosamente protegida de una elite. Como dice la famosa frase, es "la herencia de la congregación de Iaakov" (Devarim 33:4). Ya en el siglo I de la Era Común, Iosefo Flavio pudo escribir que "si se le pregunta a cualquiera de nuestra nación sobre nuestras leyes, él podrá repetirlas con tanta seguridad como si fuera su propio nombre. El resultado de nuestra completa educación en nuestras leyes desde los mismos albores de la inteligencia es que ellas están, por así decirlo, grabadas en nuestras almas. Por lo tanto, es raro transgredirlas y nadie puede evadir el castigo con la excusa de la ignorancia" (Contra Apión ii, 177-8). Por eso hay tantos abogados judíos. El judaísmo es una religión de leyes, no porque no crea en el amor ("Amarás al Eterno tu Dios", "Ama a tu prójimo como a ti mismo"), sino porque sin justicia no puede florecer la libertad ni la vida humana. Sólo el amor no libera a un esclavo de sus cadenas.

Mishpatim, con sus detalladas reglas y regulaciones, a veces puede parecer un descenso después de la impresionante grandeza de la revelación en el Sinaí. Pero no debe ser así. Itró contiene la visión, pero Dios está en los detalles. Sin la visión, la ley es ciega. Pero sin los detalles, la visión flota en el cielo. Con los detalles, la Presencia Divina desciende a la tierra, donde más la necesitamos.

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