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Me asombré de su acto extraordinario; ella ni siquiera pensó que era algo meritorio.
Me encontré recientemente con una antigua amiga, llamémosla Staci. “¿En qué andas?”, le pregunté. Ella me dio una respuesta rápida sobre cuán ocupada estaba con sus nietos y sus hijos más jóvenes que todavía estaban en casa. “¿Y además de eso?”, le pregunté.
A diferencia de mí, cuyo ego me habría obligado a saltar con una lista de todos los grandes e importantes proyectos en los que estoy involucrada, Staci me dio una respuesta muy austera y no descriptiva. “Un poco de esto, un poco de aquello”, respondió ella, “y por cierto”, continuó, “me encontré con tu hija en una boda la otra noche…” y ahí comenzó la ‘geografía judía’.
Yo no pensé mucho en su respuesta o en nuestra conversación hasta que se lo mencioné a mi hija, quien entonces procedió a contarme la siguiente historia. La novia en aquella boda, Mindy, había crecido con una situación complicada en su hogar. Staci había acogido a Mindy en su casa y era como una segunda madre para ella. En muchas formas, ella la había criado, entregándole una base estable para construir su nuevo hogar propio.
La austera respuesta de Staci, “Un poco de esto, un poco de aquello” comenzó a crecer en proporción. Empecé a reflexionar sobre la humildad de mi amiga. La historia continuó…
La boda de Mindy fue durante la misma semana que la boda de la hija de Staci, en una de las noches tradicionalmente apartadas para las sheva brajot. Staci y su familia, junto con su hija —ella misma una nueva novia y su nuevo esposo— cancelaron sheva brajot para participar en la celebración de Mindy. Solamente “un poco de esto, un poco de aquello”.
La familia de Staci vistió trajes de gala en la boda de Mindy para representar su cercanía y cariño. Después de que Mindy bailó con su propia madre, Staci fue la siguiente en la pista de baile.
Cuando escuché toda la historia, me asombré. Y me sentí humilde. “Un poco de esto, un poco de aquello” significaba acoger a otra niña en su familia y tratarla literalmente como una hija, haciendo la simjá de ella igual de significativa que la propia. No solamente fue algo especial —algo que toma mucho tiempo y un verdadero desafío emocional— sino que ella nunca lo mencionó. Hubiera sido tan fácil introducirlo de alguna manera en la conversación: “Vi a tu hija en la boda de una niña de la que somos muy cercanos, ella vivió en nuestra casa cuando era pequeña. Fue una boda muy especial porque me siento como una segunda madre para ella. De hecho, cancelamos una de nuestras sheva brajot para celebrar con ella”. Podría pensar en tantas formas creativas (¡y naturales!) de cómo esta información crucial podría haber sido insertada. Yo probablemente lo hubiera hecho. Habría sido una forma sutil de decir: “¡Mira que buena y caritativa soy!”.
Pero mi antigua amiga no hizo ninguna de esas cosas. Ella apenas mencionó que vio a mi hija en una boda y lo dejó así. Si mi hija no me hubiese contado la historia, yo no habría sospechado nada. Y eso sería una lástima. Porque no hubiera entendido la pura y simple bondad de Staci y su pura y simple humildad. Ella no dijo nada porque ella ni siquiera pensó que era algo particularmente meritorio. Así es la forma en que ella vive. Amable, preocupada y humilde. “Un poco de esto, un poco de aquello”.
Aún tengo mucho que aprender…
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