La inolvidable lección de un instructor de tiro con Parkinson

18/08/2024

3 min de lectura

El verano que mi hermano y yo fuimos los primeros judíos que conocieron nuestros compañeros del campamento.

El verano después de mi tercer año de secundaria, fuimos con mi hermano a un campamento de tiro. Aprender a disparar rifles, escopetas y mosquetes antiguos fue muy emocionante.

El primer día de entrenamiento con escopeta, nos sorprendimos al conocer a nuestro instructor, un anciano cuyas manos temblaban incontrolablemente. En ese momento no sabíamos mucho sobre la enfermedad de Parkinson, pero dimos por obvio que el instructor hablaría mientras uno de los consejeros más jóvenes nos mostraría cómo disparar.

Cuando el instructor anciano y tembloroso tomó una escopeta y la cargó, intercambiamos miradas nerviosas con los demás miembros del campamento. La escopeta se sacudía como un bote en un mar agitado, pero el instructor parecía completamente calmado, incluso tranquilo. “¡Tira!” gritó, y lanzaron al aire un disco de arcilla.

Durante un breve segundo, el temblor en sus manos se detuvo y el disco se evaporó en una nube de polvo.

Todo ocurrió en cámara lenta. El temblor de sus manos de pronto se detuvo. Con precisión robótica, apuntó la escopeta hacia arriba. Hubo un rugido, un estallido, y el disco se evaporó en una nube de polvo. Entonces las manos del instructor siguieron temblando.

Estábamos anonadados. Quisimos volver a verlo; cada vez parecía milagroso. Con una suprema fuerza de voluntad, el instructor podía calmar sus manos el tiempo suficiente para disparar. Apenas pasaba un segundo entre su grito de “¡Tira!” y cuando el disco se evaporaba. Si no fuera por su instintivo sentido de puntería, perfeccionado a lo largo de una vida de práctica, no había forma de que lo lograra.

Mi hermano y yo observábamos asombrados cómo lograba trascender a sus propias limitaciones, permitiendo que su maestría interna opacara su discapacidad. Comenzamos a pensar diferente sobre nuestros propios desafíos y cómo un breve momento de fuerza de voluntad puede transformarlo todo. En ese momento no me di cuenta que estábamos por experimentar una lección diferente sobre autotrascendencia.

¡Te ves como un judío!

Uno de mis compañeros de campamento por casualidad vio mi nueva tarjeta de identificación de la escuela secundaria. Riéndose dijo: “¡Te ves como un judío en esta foto!”.

“Si, porque soy judío”, le respondí.

Un incómodo silencio se apoderó de la habitación. Sentí que ahora todos me miraban diferente. Eventualmente, alguien habló.

“Oh, eso es… genial”.

Me percaté de que ninguno de esos niños había conocido antes a un judío.

Me percaté de que ninguno de esos niños había conocido antes a un judío. Al haber crecido en pequeños pueblos rurales, sabían sobre el judaísmo sólo por rumores y estereotipos. Yo me había convertido para ellos en un "otro" absoluto, un extranjero de quien su cultura les había enseñado a desconfiar.

A menudo, no prestamos atención a nuestros prejuicios no debido al odio o la intolerancia, sino porque es lo más fácil. En las palabras del escritor E. B. White: “El prejuicio nos ahorra mucho tiempo. Puedes formar opiniones sin tener que conocer los hechos”. Aunque yo nunca había encontrado un serio antisemitismo hasta ese momento de mi vida, comencé a darme cuenta lo que se sentiría ser menospreciado, incluso odiado, por ser judío.

A la mañana siguiente, le conté a mi hermano lo que había pasado. Los dos estábamos nerviosos. ¿Dejarían de hablarnos los otros chicos? ¿Nos molestarían? Incluso los supervisores se sorprendieron al enterarse que éramos judíos. Nos sentíamos terriblemente solos.

Pero entonces ocurrió algo sorprendente. Todos comenzaron a formularnos preguntas, no sarcásticas ni burlonas, sino preguntas por genuino interés y curiosidad:

“¿Tuviste un Bar Mitzvá? ¿Qué es eso?”.

“¿Por qué los judíos no comen cerdo?”.

“¿Me podrías dar una bendición en hebreo?”.

Con cada pregunta que respondíamos, nos volvíamos menos extraños y pronto todos hablaban de sus nuevos amigos judíos. Los niños podrían haberse quedado estancados en sus estereotipos, proyectar en nosotros todos los prejuicios que habían acumulado en sus pueblos. Pero en cambio, tomaron la decisión consciente de trascender a sus prejuicios. Todo lo que hizo falta fue un breve momento de apertura y el sincero deseo de conexión.

Cuando nuestros padres llegaron a buscarnos al terminar el campamento, les contamos cuál es la forma adecuada de cargar un mosquete con pólvora negra, el devastador retroceso de un rifle calibre 50 y que un compañero de campamento nos enseñó cómo matar y desollar una serpiente. Pero nuestra lección favorita fue la del instructor de escopeta con Parkinson, los compañeros de campamento que nunca habían conocido a un judío y nuestro potencial humano para trascender a los mayores obstáculos.

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