La mayoría de la filosofía es simplemente barullo

20/07/2022

13 min de lectura

Las grandes ideas pueden ser muy complejas y parecer imposibles de resolver. ¿Será lo mejor no prestarles atención?

Las grandes preguntas

Si me invitaras a una conversación sobre pruebas a favor o en contra de la existencia de Dios, me harías bostezar. Si intentaras venderme argumentos a favor o en contra del libre albedrío, tomaría mi teléfono para chequear mis emails. Y ni siquiera intentes arrastrarme a un debate sobre la existencia de valores morales objetivos. Simplemente, no me interesa.

Ten en cuenta que lo primero que hago en la mañana es agradecerle a Dios por "Devolverme mi alma", por lo que no puedes decir que mi falta de interés por esos temas se deba a la aversión de un hombre práctico ante los temas del espíritu o a la aversión secular ante todo lo que huela a religión. De hecho, yo soy religioso. Entonces, ¿por qué algunas de las "Grandes Preguntas" me aburren?

Como primera conjetura, sería tentador sugerir que estos problemas fundamentales me parecen inentendibles, por lo que preferiría aprovechar mi tiempo con temas más accesibles. Pero no es cierto. Hay muchas preguntas difíciles que a veces me cautivan, como cuestiones de política pública, ciencia, finanzas y muchos otros, que no necesariamente son más resolubles que estas que me aburren.

No. Es otra cosa. De hecho, es algo bastante sutil que llega hasta el corazón de algunas preguntas muy profundas. Comencemos nuestro camino hacia la respuesta planteando la simple pregunta: ¿por qué debería interesarme saber la verdad sobre algo?

La gente práctica no perderá su tiempo buscando una respuesta práctica: las personas ignorantes terminan bebiendo gasolina o lanzándose hacia acantilados en bicicletas. En resumen, debería buscar conocimiento que me ayude a alcanzar mis objetivos, de los cuales el primero es continuar con vida.

Entonces, necesito saber qué puedo comer con tranquilidad y de qué animales alejarme. Necesito saber las consecuencias de un encuentro entre un peatón y un camión en movimiento. Necesito entender la naturaleza humana lo suficientemente bien como para estimar correctamente qué propuestas terminarán en una cooperación que me mantendrá con vida y prosperidad. Necesito saber la mejor manera para cooperar con otras personas y cuándo lo mejor es no cooperar. Necesito entenderme a mí mismo lo suficiente como para saber qué me dará satisfacción. Necesito saber a qué autoridad debería respetar. Necesito saber cuándo ceder ante mis deseos y cuándo lo prudente es abstenerme. Necesito entender por qué la suma de dos números enteros elevados a la tercera potencia no puede ser igual a otro número entero elevado a la tercera potencia.

Huau, ¿para qué necesito saber eso?

La verdad es que la utilidad de la mayoría de lo que estudiamos en la universidad está más cerca del Último Teorema de Fermat que de la identificación de hongos venenosos. Por supuesto, sería fácil encontrar algunas historias para explicar el objetivo del conocimiento teorético. Podríamos sugerir que es un efecto secundario de una inclinación desarrollada para saber más sobre cosas obviamente útiles. Quizás sea cierto que algún tipo de conocimiento en particular me podría traer prestigio, incluso si no en el corto plazo: ¿por qué ese tipo de conocimiento me traería prestigio? Quizás tenga buenas razones para creer que, lo que en la actualidad es teorético, en el futuro será práctico. En resumen, con suficiente esfuerzo, podría presentar una defensa razonable para justificar que hasta el conocimiento cuyo único objetivo pareciera ser el amor por el conocimiento tiene una utilidad diferida. Pero creo que ese enfoque testarudo no contempla el punto principal.

Por lo menos, aquel que piensa profundamente sobre la existencia del libre albedrío, los valores morales objetivos y Dios, no cree que busquemos la verdad por motivos meramente prosaicos y prácticos. Él cree (y yo también creo) que la búsqueda de la verdad es parte de un grupo más amplio de necesidades humanas, que incluyen el deseo de vivir lo que yo llamaría una 'vida significativa'.

Lo que los deja perplejos es la razón por la cual alguien como yo, que acepta que buscamos la verdad para vivir una vida significativa, se aburra con preguntas que parecen sumamente relevantes precisamente para ese fin.

Creo que esta es la respuesta: mis pensamientos (y los suyos) sobre esas preguntas simplemente no importan. Porque cuando buscamos conocimiento con el objetivo de tener una vida significativa, hay una premisa muy fuerte que subyace en la búsqueda: que podemos perseguir conocimiento con el objetivo de tener una vida significativa. Y pronto veremos que esa premisa, por sí sola, resuelve cada una de las preguntas filosóficas que me aburren.

Déjame ilustrar la idea con algunos ejemplos más fáciles. ¿Tienen libre albedrío los seres humanos? A muchas personas esa pregunta les parece complicada y con muchos argumentos en cada dirección. En realidad, la mayoría de los buenos argumentos está a favor de la opinión de que no tenemos libre albedrío y, en breve, analizaremos algunos de ellos. Pero ninguno de esos argumentos hace una diferencia. Si nuestra premisa es que "podemos perseguir…", el resto de la oración ni siquiera importa, porque ya asumimos que podemos elegir actuar como actuamos.

Déjame también enfatizar que no estoy diciendo que no tengamos buenas razones para concluir que tenemos libre albedrío. Lo que afirmo es que la hipótesis de que tenemos libre albedrío subyace a nuestra búsqueda para saber cualquier cosa que deseemos.

Voy a argumentar que las 'Grandes Preguntas' que me aburren (y quizás también a ti) comparten esta cualidad con la pregunta sobre el libre albedrío: si creo que puedo perseguir conocimiento con el objetivo de tener una vida significativa, entonces mi posición ante estas preguntas ya está determinada. En otras palabras, estas preguntas no se pueden resolver con mi búsqueda de conocimiento, porque ya están decididas desde el momento en el que comienzo la búsqueda.

Es una afirmación bastante ambiciosa. Entonces, déjame analizar algunas de las 'Grandes Preguntas' para convencerte de que es cierta.

SECCIÓN I

El libre albedrío

Ahora que te dije que presentar argumentos a favor o en contra del libre albedrío es completamente inútil, eso es exactamente lo que haré. En particular, presentaré un caso en contra del libre albedrío, con el objetivo de desorientarte para que el remate final, que revela que todos los argumentos no sirven para nada, sea mucho más deslumbrante. Ten paciencia.

Tener libre albedrío implica que, al menos en ciertos casos, tenemos muchas opciones, entre las que podemos elegir libremente de acuerdo con nuestros propios objetivos. Si alguna de estas implicaciones es falsa, no tenemos libre albedrío.

Y aquí hay una razón para creer que, al menos una de ellas, es falsa: Los ingenieros pueden enviar un cohete a la luna o un misil a otro país y saber exactamente adonde aterrizará. Los químicos pueden combinar diferentes materiales y saber exactamente cuál será la reacción química resultante. Esos procesos son deterministas, lo que significa que, si conocemos algunos hechos importantes, podemos determinar la forma en que ocurrirán otros hechos en el futuro.

Es tentador concluir que este determinismo aplica en un sentido mucho más general. Si conociéramos en este momento todo el universo, en teoría podríamos determinar todo lo que ocurrirá en el universo en el futuro (la expresión "en teoría" es importante aquí, ya que no sabemos cómo computar un estado futuro del universo a partir del actual, o quizás requiera más recursos computacionales que los que poseemos, pero para mí argumento eso es irrelevante).

Si el determinismo aplica en el sentido que acabo de describir, nunca enfrentamos opciones múltiples: en base a la situación previa del mundo, sólo una de esas opciones será realmente posible (incluso si no sabemos cuál es). Entonces, no tenemos libre albedrío.

La forma más obvia de escapar a esta opinión es negar el determinismo. Tu mejor opción sería decir que el determinismo tan desarrollado es una grosera generalización basada en ejemplos aislados de determinismo en ciertas áreas específicas y no ahondar más en el tema. Porque si insistes en obtener más detalles sobre la elección del no-determinismo, descubrirás que tu defensa del libre albedrío es bastante débil.

Por ejemplo, una forma en que podemos señalar una fuente para el no-determinismo en el mundo es encogernos de hombros ante la aleatoriedad cuántica de una cosa u otra. Sin embargo, incluso si pudiéramos construir efectivamente el argumento, no solucionaríamos nuestro problema. Si los únicos eventos no-deterministas fueran aleatorios, no elegiríamos entre opciones a favor de nuestro objetivo, sino que nuestras acciones serían meramente aleatorias. Entonces, el intento para salvar la primera implicación del libre albedrío (que tenemos muchas opciones) parecería socavar la segunda (que elegimos una de las opciones en base a nuestro objetivo en lugar de aleatoriamente). De cualquier forma, el libre albedrío sale perdiendo.

Entonces, ¿te convencí? Algunas personas están convencidas, otras no. Lo que da lugar a maravillosos debates acompañados por cerveza. Pero el tema es que, incluso si estás en el equipo de 'el libre albedrío no existe', tú no actúas como si creyeras que el libre albedrío no existiera. Aún sentirás que realizas elecciones. Aún harán planes y los ejecutarás como si tuvieras la capacidad para hacerlo. Aún hablarás sobre tus deseos, preferencias e intenciones como si realmente fuera en serio. Aún considerarás a los demás responsables por sus acciones como si tuvieran la posibilidad de elegir cómo actuar.

Eso es porque, con tu disculpa, no te queda otra que creer que tienes libre albedrío, y a mí tampoco. Recuerda: perseguimos conocimiento con el objetivo de vivir una vida significativa. Y esta misma búsqueda asume que tenemos libre albedrío. No podríamos decidir perseguir conocimiento sin ser capaces de elegir, así como tampoco podríamos dirigir el conocimiento adquirido para vivir una vida significativa sin ser capaces de elegir. Nuestra misma participación en el debate sobre la existencia del libre albedrío se basa en la suposición de que lo tenemos.

Llamémosle a la premisa de que podemos perseguir conocimiento con el objetivo de vivir una vida significativa 'la premisa fundamental'. A las suposiciones detrás de la premisa fundamental las llamaremos 'creencias'. A cualquier otra cosa que consideremos cierta sobre las preguntas que responden a estas creencias les llamaremos 'opiniones'.

Entonces, por ejemplo, todos creemos que tenemos libre albedrío, incluso si alguno de nosotros tiene la opinión, quizás firmemente sostenida, de que no tenemos libre albedrío. Ocasionalmente, nuestras creencias y opiniones pueden estar en conflicto. Pero, en casi todo tema importante, cuando nuestras creencias y opiniones están en conflicto conducimos nuestra vida en base a las primeras y no a las segundas. Pensamos, hablamos y actuamos en base a nuestras creencias, no a nuestras opiniones. Podríamos argumentar a favor de nuestras opiniones en charlas, debates públicos, posts de redes sociales, ensayos formales o artículos académicos, pero al volver a la vida real, actuamos como todos los demás.

Entonces, para repetir aquí mi tesis, las tan importantes preguntas filosóficas que me aburren son las mismas que hacen que mis opiniones no tengan importancia. ¿La razón? Más allá de lo que yo opine, tengo ciertas creencias que sustentan la premisa fundamental que expresa que puedo perseguir la verdad con el objetivo de vivir una vida significativa. En palabras más contundentes: algunas preguntas filosóficas son aburridas porque no pueden cambiar mis creencias.

SECCIÓN II

Inteligibilidad

Con ese pensamiento en mente, pasemos a otra implicación de la premisa fundamental. Supón que miras por la ventana y ves que está lloviendo. Te dices: "Si saliera ahora, me empaparía". Pero luego pasas a pensar en la clase de escepticismo del curso Introducción a la filosofía que tomaste hace bastante tiempo. ¿Realmente sabes que te empaparás? Quizás sólo estás soñando que llueve. Quizás tus ojos te están engañando. De hecho, quizás tus ojos siempre te engañaron, y no hay ninguna conexión entre lo que "ves" y la "realidad". Quizás toda tu vida sea un sueño. Quizás estás protagonizando tu propia versión de The Truman Show, y hasta la lluvia sea una escenificación. Quizás la lluvia estaba hecha de agua en el pasado, pero a partir de hoy está hecha de peróxido de hidrógeno. Quizás el agua humedecía las cosas en el pasado, pero ya no.

Bueno, dirías, todas esas posibilidades extrañas parecen bastante improbables. Pero, en primer lugar, ten en mente que tus ideas sobre lo que es probable están basadas en tus experiencias pasadas y, si todas esas experiencias fueron engañosas, también lo son tus pensamientos sobre probabilidades. Más aún, incluso si esos extraños escenarios son meramente posibles, si no particularmente posibles, aún significa que no sabes que te mojarás bajo la lluvia.

Sin duda, ninguno de estos pensamientos va a evitar que tomes un paraguas antes de salir a la calle. Confías en tus sentidos, casi siempre sabes que no estás soñando, nunca te tomas en serio la posibilidad de que estés en el Truman Show o en la Matrix, o de que seas un cerebro en una cuba. En realidad, asumes que los patrones firmemente establecidos de la naturaleza continuarán infinitamente en el futuro. Y lo mismo me pasa a mí.

¿Cómo sabemos? ¿Qué base tenemos para esta suposición? Bueno, podrías decir que la inducción científica funcionó hasta ahora, por lo que es de esperar que continúe funcionando, pero la circularidad de este argumento es bastante obvia. Para apreciar este punto, imagina preguntarle a un anti-inductivista, que opina que todo lo que ocurrió es exactamente lo que no ocurrirá, qué base tiene para creer en eso. Si es inteligente, responderá: "bueno, esta es la primera vez que funciona".

Más aún, hay más de una forma para generalizar un patrón discernible. Quizás la ley sea que el sol aparecerá por el este sólo mientras no haya autos voladores en Jerusalem. Todo lo que vivimos hasta ahora es consistente con esta ley.

Y, de todos modos, nos levantamos todos los días esperando que el piso esté en su lugar cuando salgamos de la cama y que el sol esté ascendiendo desde el este. Claramente, creemos que la versión de ciencia popular que tenemos en la mente es, por lo menos, la guía básica de la forma en que funciona el mundo. De hecho, estoy bastante seguro de que hasta el gran filósofo escocés David Hume, que fue el primero en traer a colación la dificultad de justificar una inducción científica, no puso su mano sobre un quemador encendido sólo para ver si el fuego continuaba quemando.

La explicación de todo esto es bastante simple. Si contemplamos la idea de que la naturaleza es inentendible o de que, basándonos en el pasado, no podemos saber nada sobre el presente o el futuro, todo lo que sabemos será trastocado y no podremos vivir una vida coherente. Más en particular, la inteligibilidad del mundo para los seres humanos se basa en la premisa fundamental. No puedo buscar la verdad para ningún objetivo si no puedo obtener conocimiento confiable sobre el mundo, y no puedo lograr mi propósito si no puedo hacer predicciones sobre el futuro. Entonces, para cualquier opinión idiosincrática que pueda permitirme sobre sobre la inteligibilidad del mundo, no me queda otra que creer que tengo la capacidad para explorarla.

SECCIÓN III

El progreso social

Hasta ahora hablé sobre los casos fáciles, principalmente con el objetivo de recalcar una y otra vez mi versión un poco extravagante de la distinción entre creencias y opiniones. Ahora déjame persuadirte con algunas implicancias un poco menos obvias de la premisa fundamental.

Para mi truco siguiente, quiero argumentar que una consecuencia de la premisa fundamental es que la historia, o al menos la historia de nuestra sociedad, está, en algún aspecto, dirigida; es posible discernir un arco histórico en el desarrollo de una sociedad.

La razón es que, para hablar sobre una vida significativa, debo estar integrado a una sociedad que le dé significado a lo que hago en la vida, y que eso continúe después de mi muerte. Entonces, mi sentido de identidad no sólo se mantiene durante toda mi vida, sino que también se proyecta hacia el futuro. Todo proyecto que asuma o en el que participe, ya sea personal, comunal, académico, comercial, nacional o de cualquier índole, sólo es significativo para mí porque contribuye a actividades humanas que incluyen otras personas y va más allá del aquí y ahora. Dicho de manera sencilla, una asunción subyacente de la premisa fundamental es que mis acciones son relevantes, no sólo momentáneamente, sino a largo plazo.

Para entender esta idea, imagina que todos los seres humanos se volvieran estériles como resultado de un desastre natural. Cuando murieran los seres humanos que tienen vida en este momento, se extinguiría la especie humana. Este escenario, contemplado por la escritora P. D. James en su novela Los hijos del hombre, es la base de un experimento mental meditado por el filósofo Samuel Scheffler.

La persuasiva "conjetura sobre el más allá" es que saber que la especie humana no tiene futuro a largo plazo nos dejaría sin ganas de vivir. Ya no nos motivarían los proyectos de investigación a largo plazo, el desarrollo de infraestructura, la reforma de instituciones públicas ni la diplomacia internacional, que sólo traen beneficios en el futuro distante. Pero, afirma Scheffler de forma plausible, perderíamos también el gusto por las actividades que ostensiblemente nos dan placer en el presente, como el consumo de música, arte, comida y sexo. La razón es que el placer que nos generan esas actividades depende de su integración a nuestra vida en general y, en un sentido más amplio, de la integración de nuestra vida general al curso de la historia. En resumen, hasta para quienes no tienen hijos, el valor que se le otorga a las cosas que hacemos asume que cada uno de nosotros es un eslabón de alguna cadena continua de la vida humana.

Entonces, una consecuencia de la premisa fundamental (de la posibilidad de vivir una vida significativa en particular) es que debo creer en la viabilidad y el potencial para el desarrollo continuo, al menos de la sociedad de la que soy parte. En particular, debo creer que mi sociedad trabaja en algún proyecto que conecta lo que nos precedió con lo que nos sucederá y le da sentido a todo lo que hacemos.

Las verdades morales objetivas

Los argumentos en contra de valores morales objetivos son fáciles de exponer. Estoy seguro de que los elefantes son más grandes que los ratones, porque lo vi muchas veces con mis propios ojos y mi experiencia fue confirmada por los informes de todos los que analizaron el tema. Estoy bastante seguro de que 13x27=91, no sólo de forma subjetiva, porque hice el cálculo.

Ahora compara esto con las afirmaciones morales. Nuestras opiniones morales dependen de la cultura a la que pertenecemos; varían ampliamente incluso entre individuos dentro de la misma cultura y generalmente son vagas hasta para sus mismos individuos. Esto sugiere que el método principal que tenemos para adivinar verdades morales (nuestra intuición) no es muy confiable. Quizás, la razón sea que no haya una verdad moral objetiva para intuir. De hecho, quizás lo que parece ser una afirmación moral deba interpretarse como un sentimiento emotivo (sí a la caridad, no al abuso infantil) o imperativo (dar caridad, no golpees a los niños) más que como una afirmación sobre el mundo.

Sin embargo, nadie realmente cree eso. Hasta los filósofos que más se oponen al realismo moral no dudan en expresar opiniones morales, generalmente sobre temas políticos, como si las tomaran muy en serio. Cuando decimos que la caridad es buena y que el abuso infantil es malo, decimos exactamente eso, con toda la sinceridad del mundo. Creemos en esas afirmaciones con la misma convicción que creemos que los elefantes son más grandes que los ratones.

¿Por qué es así? Porque la suposición de la premisa fundamental de que podemos buscar tener una vida significativa asume que algunas formas de vida son más significativas que otras. Y esto asume que algunas formas de vivir son objetivamente mejores que otras, y no sólo de forma instrumental o subjetiva.

Más en concreto, necesariamente consideramos que las actividades que apoyan proyectos sociales le brindan más sentido a nuestra vida y son moralmente mejores que las que los entorpecen. Y, por el otro lado, los proyectos sociales que le dan sentido a nuestra vida y mediante los que medimos el progreso de nuestra sociedad deben ser los que consideramos moralmente valiosos. Por eso, más allá de lo que opinemos sobre el realismo moral, creemos que algunas opciones son realmente moralmente superiores a otras.

La creencia en la existencia de Dios

Esto me trae a la última de las creencias que, creo, también obedece a la premisa fundamental: la creencia en la existencia de Dios. Hay buenas razones para opinar que Dios no existe. La idea suena misteriosa, extraña y sin sentido, ni siquiera está lo suficientemente bien definida como para hablar de ella.

Pero esas objeciones sugieren que el desafío real aquí es descifrar a qué se refieren las personas, de forma concreta y bien definida, cuando dicen creer en Dios. Es decir, no deberíamos hablar sobre la existencia de Dios en términos abstractos, lo cual no le otorga mucho valor a lo que decimos, sino sobre la manifestación de Dios en el mundo en formas que podemos percibir.

Mira este truco. Ya vimos que estamos obligados a creer cada una de las siguientes ideas:

  1. el mundo nos resulta entendible
  2. hay verdades morales objetivas que tenemos a nuestro alcance
  3. tenemos la libertad para elegir vivir de acuerdo a esas verdades morales
  4. nuestras sociedades progresan de acuerdo con esas verdades

Voy a invocar un mundo en el que todas estas creencias obligadas sustentan un mundo en el que Dios se manifiesta, pero al que preferirías llamarlo de otra forma. Si aceptas mi terminología, entonces los ateos, que sostienen la opinión de que Dios no existe, deben creer que Dios se manifiesta en nuestro mundo.

Conclusión

Tenemos opiniones en las que no creemos ciegamente y, a menudo, nuestro comportamiento nos delata. Algunas de las opiniones son sobre política o naturaleza humana, o sobre nuestras capacidades y preferencias, pero muchas (las que me importan aquí) son sobre las 'Grandes Preguntas'.

Soy consciente de que los argumentos sobre la brecha entre nuestras creencias y opiniones sobre las 'Grandes Preguntas' que traté aquí no son convincentes por igual. Quizás algunos de ellos no te persuadieron. No importa, no es ese el punto. Lo que es crucial es que hay algunas 'Grandes Preguntas' que no son dignas de analizar: ya que las respuestas a esas preguntas son los cimientos de toda búsqueda de verdad, no su resultado. Analizar esas preguntas puede hacer que cambien nuestras opiniones, pero esas opiniones carecen de peso frente a nuestras creencias respecto a esos temas.

Y entre las muchas preguntas que esas creencias no resuelven está una muy importante: ¿qué es realmente una vida significativa? Bueno, esa sí que es una pregunta interesante.


Imagen destacada: Unsplash.com, Jason Rosewell

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