Ideas
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Durante miles de años el pueblo judío fue blanco de intentos de aniquilamiento. Pero la resiliencia de la nación es mucho más persistente y poderosa.
Nuestra boda estaba planificada para tres semanas después del 7 de octubre.
Ese día, mientras las noticias de los horrores se filtraban en la sinagoga, la esposa del rabino me dijo con los ojos llenos de lágrimas: "Tienes que entrar a tu jupá con alegría. Es una mitzvá".
Pero la alegría parecía estar muy lejos, e incluso más lejos en las semanas siguientes, a medida que empezamos a captar el alcance de la inimaginable brutalidad del 7 de octubre. Actos tan espantosos que duele repetirlos. Los videos que se reenviaban, imágenes que ningún ser humano debería ver. Y junto con el trauma, la preocupación. Estaba preocupada por mis primos, por la familia de mi prometido que había sido convocada a la reserva. ¿Qué pasaría si…? No podía evitar pensarlo.
Durante mucho tiempo me había imaginado bailando en mi boda. Pero ahora, el deseo de bailar había sido arrojado con mi pueblo, arrastrado encadenado. Ahora, ¿cómo podría bailar?
Entonces, milagrosamente, sucedió. Más de 20 amigos y parientes encontraron la forma de poder viajar desde Israel, a pesar del caos. Ellos bailaron con abandono, negándose obstinadamente a permitir que la guerra se interpusiera en el camino de la vida. Fue una alegría desenfrenada, sin límites, sin pretensiones. Sólo un puñado de judíos bailando con todo su corazón para celebrar la creación de una nueva familia judía. Un invitado tras otro nos dijo lo mucho que necesitaban exactamente eso: la simjá de una boda judía, la oportunidad de bailar con otros judíos, de aferrarse a la vida, de celebrar.
Pero el dolor no desapareció.
Era como sin un puño estuviera presionando a todo el pueblo judío. Y la mayoría del mundo no se daba cuenta ni le importaba.
Sentía como si un puño me oprimiera constantemente el pecho. Todavía podía respirar, pero con dificultad. Seguía con mi rutina cotidiana, pero seguía sintiendo ese dolor sutil, comprendiendo que muchos lo estaban pasando infinitamente peor. El puño presionaba a todo el pueblo judío y una vasta mayoría del mundo no se daba cuenta, ni le importaba.
En las semanas posteriores a nuestra boda, cada vez que sentía que me invadía la oscuridad, volvía a ver el video del casamiento. Volvía a escuchar el estribillo de "Od Ishama" mientras los hombres llevaban a mi novio hacia mí; volvía a ver los círculos de hora girando y girando, la alegría de nuestros amigos mientras bailaban con nosotros. Y el cantante diciendo con todas sus fuerzas "Am Israel Jai", mientras todo el mundo levantaba sus manos y comenzaba a saltar en lo que sólo puede describirse como puro júbilo. Lo veía una y otra vez, hasta que los ecos de "Am Israel Jai" se apoderaban de mi mente. Lo he visto miles de veces.
A menudo hablamos de trauma intergeneracional, la idea de que la angustia de nuestros antepasados puede tener eco a lo largo de las generaciones y dañar s sus descendientes. Como un pueblo que durante miles de años ha sido blanco de intentos de aniquilación, y que fue expulsado prácticamente de cada lugar en el que ha vivido, podemos decir con seguridad que a los judíos esto no nos falta.
Pero todavía más silenciosa, persistente y poderosa es nuestra resiliencia intergeneracional. Hay una razón por la que el pueblo judío ha sobrevivido a lo largo del tiempo. Está en todos nuestros libros sagrados, desperdigado en nuestra canciones, grabado en todas nuestras tradiciones.
En Pésaj, cantamos Vehi Sheamda: "Y esta es la promesa que mantuvo a nuestros ancestros y a nosotros: que no es sólo un enemigo el que se ha levantado en contra nuestra para destruirnos. En cada generación un enemigo se ha levantado para destruirnos. Pero Hashem nos ha salvado de sus manos".
La tradición judía nos promete que en cada generación los judíos enfrentaremos a aquellos que desean acabar con nuestra existencia. Seremos odiados, una y otra vez. Veremos toda la depravación de los seres humanos y la medida completa de la injusticia del mundo.
La tradición judía es brutalmente honesta sobre lo que podemos esperar. Nuestros enemigos se han levantado para destruirnos. Lo volverán a hacer. Pero sabemos cómo enfrentarnos a eso. Tenemos generaciones de práctica. Fijando con fuerza nuestras raíces en el pasado, y recordando que nuestro pueblo ha sobrevivido, establecemos el precedente de que podemos sobrevivir a esto una vez más.
La promesa incluye una clave para no perder la esperanza: no tenemos que hacerlo solos. Dios nos promete: cuando sufras, Yo estaré contigo. Tal como escuché los gritos de los israelitas en Egipto, te escucho a ti cuando lloras: "En cada generación se ha levantado un enemigo para destruirnos. Pero el Santo Bendito sea nos salvó de sus manos".
Esa promesa, que Dios estará con nosotros, es la razón por la cual Abraham pudo oír la promesa de Dios de que sus hijos serían esclavizados durante 400 años y no abandonar el monoteismo en ese mismo momento. Por eso Rabí Akiva pudo contemplar el antiguo Templo, la Casa de Dios, en ruinas y reírse. Porque ambos entendieron la segunda parte de la promesa. Dios nos salvará. Nunca estaremos solos. Cuando estemos en medio del sufrimiento, podemos estar seguros de que la redención ya nos pisa los talones.
El judaísmo no nos promete una vida sin sufrimiento. Más bien lo contrario. Pero también nos promete que Dios siempre estará con nosotros. Am Israel Jai. La nación de Israel sigue viva.
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