La ofrenda de pecado

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Vaikrá (Levítico 1-5 )

Vaikrá habla de los sacrificios, y a pesar de que estas leyes no pudieron aplicarse durante más de 2.000 años desde la destrucción del Templo, los principios morales que representan siguen presentándonos un desafío.

Un grupo de sacrificios, cuyos detalles encontramos en la porción de la Torá de esta semana, merece particular atención: jatat, la ofrenda de pecado. Se consideran cuatro casos diferentes: el sacerdote ungido (el Gran Sacerdote), la asamblea (el Sanedrín o la Corte Suprema), el príncipe (el rey) y un individuo común y corriente. Dado que sus roles en la comunidad son diferentes, también es diferente la forma en que pueden expiar por sus transgresiones.

La ofrenda de pecado se ofrendaba sólo por cuatro grandes pecados, los que acarrean la pena de karet, de ser desconectado de la Fuente, y sólo si eran cometidos sin intención o sin darse cuenta (beshogueg). Esto podía ocurrir de dos formas: o porque la persona involucrada no conocía la ley (por ejemplo, no sabía que está prohibido cocinar en Shabat), o porque no conocía los hechos (por ejemplo, no sabía que ese día era Shabat).

Los pecados no intencionales se encuentran a mitad de camino entre los pecados intencionales (cuando sabes que haces algo malo) y los actos involuntarios (cuando no actúas libremente, por ejemplo: si fue un acto reflejo, o si alguien te apuntaba con un revolver sobre la cabeza). Los pecados intencionales no pueden expiarse a través de un sacrificio. Los actos involuntarios no necesitan expiación. Por lo tanto, la ofrenda de pecado queda confinada a los casos intermedios, donde hiciste algo malo, pero no sabías que estabas haciendo algo malo.

La pregunta es obvia: ¿Por qué los pecados no intencionales requieren expiación? ¿Qué clase de culpa hay involucrada? El pecador no tuvo la intención de pecar. Falta la intención necesaria. Si el ofensor hubiera conocido los hechos y la ley en ese momento, no hubiera hecho lo que hizo. ¿Por qué entonces debe someterse al proceso de expiación? A esto, los comentaristas dan diversas respuestas.

Rav Shimshon Rafael Hirsch y Rav David Hoffmanm dan la explicación más simple y directa. La ignorancia, ya sea de los hechos o de la ley, es una forma de negligencia. Debemos conocer la ley, especialmente en los casos más serios. También debemos estar atentos: debemos saber lo que estamos haciendo. Esta es una obligación fundamental, especialmente respecto a las áreas de conducta más serias.

El Abarbanel argumenta que la ofrenda de pecado era menos un castigo por lo que se había hecho, y más una solemne advertencia para no volver a pecar en el futuro. Llevar un sacrificio involucraba considerable esfuerzo y gasto, era un claro recordatorio para la persona de que debía ser más cuidadosa en el futuro.

Najmánides sugiere que la ofrenda de pecado no se ofrendaba debido a lo que había llevado al acto, sino por lo que surgió del mismo. El pecado, incluso sin intención, profana. "La razón de las ofrendas por el alma errante es que todos los pecados [incluso si se los comete sin intención] producen una 'mancha' en el alma y constituyen un defecto en ella, y el alma sólo es digna de ser recibida por su Creador cuando está pura de todo pecado".

El Rebe de Lubavitch, siguiendo la tradición midráshica, ofreció una cuarta explicación. Incluso el pecado inadvertido da testimonio de que hay algo mal en la persona en cuestión. Las cosas malas no tienen lugar a través de personas buenas. Los Sabios dijeron que Dios ni siquiera permite que los animales de los justos hagan algo malo; mucho más Él protege a los rectos del error y la desgracia (ver Ievamot 99b, Ketuvot 28b). Por lo tanto, para que pueda tener lugar el percance, debe haber algo mal en el individuo.

Esta perspectiva, característica del enfoque de Jabad con su énfasis en la psicología de la vida religiosa, comparte más que una semejanza pasajera con el análisis del inconsciente de Sigmund Freud, lo que dio lugar a la frase un acto fallido o un desliz freudiano. Comentarios o actos que parecen no intencionales a menudo revelan deseos o motivos inconscientes. De hecho, a menudo en esos momentos podemos vislumbrar más fácilmente el inconsciente que cuando la persona actúa con pleno conocimiento y deliberación. Los pecados involuntarios sugieren que hay algo mal en el alma del pecador. Esa falta, que puede encontrarse por debajo del umbral de la consciencia, es la que se expía con la ofrenda de jatat.

Sin importar cuál explicación sigamos, el jatat representa una idea conocida en la ley pero extrañamente ausente en la ética occidental: nuestros actos influyen y marcan una diferencia en el mundo.

Bajo la influencia de Immanuel Kant llegamos a pensar que todo lo que importa en lo que atañe a la moralidad es la voluntad. Si nuestra voluntad es buena, entonces somos buenos, sin importar qué sea lo que hagamos. Somos juzgados por nuestras intenciones, no por nuestros actos. El judaísmo reconoce la diferencia entre la buena o la mala voluntad. Por eso los pecados intencionales no pueden expiarse con un sacrificio, mientras que los pecados no intencionales sí pueden expiarse.

Sin embargo, el hecho mismo de que los pecados no intencionales requieran expiación nos indica que no podemos disociarnos de nuestros actos diciendo: "No tuve la intención de hacerlo". Se hizo algo malo, y nosotros lo hicimos. Por lo tanto, debemos realizar un acto que señala nuestro arrepentimiento. No podemos simplemente seguir adelante como si el acto no tuviera nada que ver con nosotros.

Hace muchos años, un novelista judío secular me preguntó: "¿Acaso el judaísmo no está repleto de culpas?". Yo le respondí: "Sí, pero también está repleto de perdón". Toda la institución de la ofrenda de pecado se refiere al perdón. Sin embargo, el judaísmo efectúa una seria declaración moral al negarse a dividir al ser humano en dos entidades: cuerpo y alma, acto e intención, objetivo y subjetivo, el mundo "exterior" y el mundo "interior". Eso fue lo que hizo Kant. Él argumentó que todo lo que importa moralmente es lo que ocurre "en el interior", en el alma.

¿Es completamente accidental que la cultura más influenciada por Kant fuera también la que dio lugar al Holocausto? No quiero decir, Dios no lo permita, que el sabio de Konigsberg fue de alguna manera responsable por la tragedia. Sin embargo, muchas personas buenas y decentes no hicieron nada para protestar cuando ante sus ojos tenía lugar el terrible crimen del hombre contra el hombre. Probablemente muchos pensaron que eso no tenía nada que ver con ellos. Si no tenían ningún sentimiento especialmente negativo hacia los judíos, ¿por qué debían sentirse culpables? Sin embargo, el resultado de sus actos, o de su pasividad, tuvo consecuencias reales en el mundo físico. Una cultura que confina la moralidad a la mente, carece de las defensas adecuadas contra el comportamiento dañino.

La ofrenda de pecado nos recuerda que el mal que hacemos, o dejamos que tenga lugar, incluso si no tuvimos la intención, requiere expiación. Aunque esto no esté de moda, una moralidad que habla sobre la acción y no sólo sobre la intención; sobre lo que sucede a través de nosotros, incluso si no quisimos hacerlo, es más convincente, más fiel a la situación humana que una moralidad que sólo habla de la intención.

Shabat Shalom

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