La pandemia, la ansiedad y el hogar judío

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Los investigadores de Harvard descubrieron que los niños que hacen esto tienen menos riesgos de sufrir enfermedades mentales.

Antes de que comenzara el coronavirus, los niveles de ansiedad, en particular entre los jóvenes, eran sumamente elevados. De hecho, a los 18 años, casi uno de cada tres adolescentes (31,9%) cumplían con los criterios para sufrir un problema de ansiedad. Muchos otros enfrentaban problemas de depresión y otras formas de enfermedades mentales. Mucho se ha investigado y escrito para tratar de entender esta tendencia creciente y preocupante. Se ofrecieron muchas teorías, incluyendo el impacto de la tecnología y los medios sociales. El año pasado, la psicoanalista Erica Komisar compartió en el Wall Street Journal una teoría que vale la pena considerar, particularmente teniendo en cuenta el estrés que todos enfrentamos a causa de la pandemia.

Komisar escribió en el Wall Street Journal:

Como terapeuta, a menudo me piden que explique por qué la depresión y la ansiedad son tan comunes entre los niños y adolescentes. Una de las explicaciones más importantes, y quizás la más descuidada, es la disminución del interés por la religión. Este cambio cultural ha resultado desastroso para millones de jóvenes vulnerables.

Los investigadores de Harvard estudiaron a 5.000 personas y entre diversos factores, consideraron su participación religiosa. Ellos descubrieron que los niños o adolescentes que reportaban asistir a un servicio religioso por lo menos una vez a la semana, se encontraban en niveles más elevados de bienestar y tenían menores riesgos de sufrir enfermedades mentales. La asistencia semanal se asoció con tasas elevadas de actividades voluntarias, un sentido de misión, perdón y menores probabilidades de usar drogas y de iniciación sexual prematura.

Komisar sugiere que puede haber una correlación entre el descenso de la práctica de la religión y el incremento de la ansiedad y la depresión. Ella escribió:

A menudo, los padres me preguntan: "¿Cómo hablo con mi hijo sobre la muerte si no creo en Dios ni en el cielo?". Mi respuesta es siempre la misma: "Miente". La idea de que uno simplemente muere y se convierte en polvo puede funcionar para algunos adultos, pero no ayuda a los niños. Creer en el cielo los ayuda a enfrentar esta pérdida terrible e incomprensible. En una época de familias rotas, padres distraídos, violencia escolar y predicciones funestas sobre el calentamiento global, la imaginación juega un papel importante en la capacidad de los niños para afrontar la situación.

Muchas veces también me preguntan cómo pueden los padres transmitir gratitud y empatía a sus hijos. Estas virtudes son inherentes a la mayoría de las religiones… Tales valores pueden encontrarse entre innumerables grupos religiosos. Es raro encontrar una fe que no aliente la gratitud como un antídoto a creer que uno se merece recibir todo, o la empatía hacia cualquiera que necesite ayuda. Estas son las piezas claves para construir un carácter fuerte. Y también protegen contra la depresión y la ansiedad.

Muchos cometemos el error de pensar que el estudio y el crecimeinto, la inspiración y la espiritualidad sólo ocurren dentro de la escuela, la sinagoga o la sala de estudios, mientras que el hogar es para comer, dormir, la recreación, el entretenimiento y guardar nuestras cosas. Pensamos que Dios se encuentra en lugares religiosos, pero en realidad, si deseas una escalera al Cielo, si deseas acceder a los lugares más elevados, debes invitar a Dios a tu casa. Construimos un hogar para Dios cuando le damos la bienvenida en nuestras vidas mundanas de una forma continua, nutriendo un lugar de virtud, nobleza, honestidad integridad, gratitud, aprendizaje, generosidad y bondad. Y nuestros hogares son aulas fértiles, lugares de elevado estudio donde nuestros hijos observan y absorben todo lo que nosotros hacemos.

Construimos un hogar para Dios nutriendo un lugar de virtud, nobleza, honestidad, integridad, gratitud, aprendizaje, generosidad y bondad.

En Birkat HaMazón (la plegaria de agradecimiento después de comer pan), decimos: "Dios, bendice a mi padre, mi maestro, a mi madre, mi maestra". Pero la mayoría de los padres no trabajan como maestros y sus madres tampoco se dedican a la educación. Entonces, ¿por qué les damos el título de maestro? Rav Shmuel Kaminetzky dice que se debe a que sin importar a qué hayan estudiado, cuál sea su profesión o su negocio, en verdad cada padre es un maestro y de hecho está sumamente involucrado en educar no sólo a sus hijos, sino a todos aquellos sobre quienes influyen.

Nuestros hogares, el ambiente que creamos, las actividades que promovemos, las imágenes e ideas que permitimos que ingresen, son las mayores contribuciones a nuestra identidad religiosa y, en última instancia, tienen el máximo impacto también sobre nuestros hijos. El énfasis en el hogar no es sólo en la estructura física, sino en el hogar como un símbolo de nuestras actitudes, nuestros esfuerzos y nuestra disposición a trabajar y a sacrificarnos por la espiritualidad.

Esta pandemia causó que todos pasemos más tiempo en el hogar. Algunos todavía no pudieron regresar a la sinagoga, muchos no vieron sus oficinas durante muchos meses, otros se vieron obligados a convertir a sus hogares en aulas con los niños estudiando a distancia. Por cierto, todos añoramos retornar a la actividad vibrante y poder asistir a esos lugares tan valiosos y críticos para nuestro sentido de pertenencia, para nuestro crecimiento y para ser parte de la comunidad.

Pero esto no debería desalentarnos. El cambio de paradigma respecto a nuestro rol como maestros y educadores, y la transformación de nuestros hogares en lugares religiosos, puede llegar a ser justo lo que nosotros y nuestros hijos necesitamos para ser resilientes, fuertes, felices y saludables. Si bien es tentador ensimismarnos para evitar sentirnos ansiosos, la verdad es la opuesta., Sal hacia los demás, preocúpate por otros y conéctate con Dios.

Incluso si tus hijos ya crecieron, incluso si ya no viven bajo tu techo o no reciben tu influencia, siguen viéndose profundamente impactados por quién eres, por cómo vives, por lo que valoras, por cómo hablas, y por las prioridades de tu vida. Nunca es demasiado tarde para convertir, literal o figurativamente, tu hogar y tu vida en una casa para Dios y de esa forma crear un camino hacia el Cielo.

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