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Por qué algunos judíos sospechan que han regresado a este mundo.
Encontrar un artículo sobre la reencarnación en la revista Scientific American es tan poco probable como encontrar una receta de costillas de cerdo en un libro de cocina kasher. Por eso me sorprendió mucho leer en la edición en línea del 2 de noviembre del 2013 del Scientific American el artículo llamado "Ian Stevenson's Case for the Afterlife: Are We 'Skeptics' Really Just Cynics?" (El caso de Ian Stevenson sobre la vida después de la muerte: ¿Acaso los escépticos en realidad sólo somos cínicos?").
Su autor, Jesse Bering, un ex profesor de psicología, es un escéptico autoproclamado. Él escribió: "Si usted se parece un poco a mí, y pone los ojos en blanco cada vez que oye palabras como 'reencarnación' o 'parapsicología'…". Su artículo es un combate entre su propio escepticismo y su honestidad intelectual al atreverse a examinar la investigación realizada por el difunto profesor Ian Stevenson, que dirigió la cátedra de psiquiatría en la Universidad de Virginia.
El profesor Stevenson estudió meticulosamente los recuerdos de vidas previas de unos 3.000 niños. Por ejemplo, una pequeña en Sri Lanka oyó a su madre mencionar el alejado pueblo de Kataragama y comenzó a contarle a su madre que ella se había ahogado allí cuando el "tonto" de su hermano la empujó al río. Ella mencionó 30 detalles de su casa previa, de su familia y el barrio. El profesor Stevenson fue a Kataragama y encontró una familia que encajaba perfectamente con la descripción de la niña. Efectivamente, su hija de dos años se había ahogado en el río cuando jugaba allí con su hermano con retraso mental. El profesor Stevenson verificó 27 de las 30 declaraciones que hizo la niña.
"Debo decir (...) que muchas cosas son extremadamente difíciles de explicar por medios racionales".
Después de leer los informes de la investigación de Stevenson, Jesse Bering admitió a regañadientes: "Debo decir, cuando lees esto de primera fuente, que muchas cosas son extremadamente difíciles de explicar por medios racionales".
Bering declaró: "Hacia el fin de su ilustre vida, la física Doris Kuhlmann-Wilsdorf, cuyas revolucionarías teorías sobre física de superficies le permitieron ganar la prestigiosa medalla Heyn de la Sociedad Alemana de Ciencias Materiales, infirió que el trabajo de Stevenson había establecido que 'la probabilidad estadística de que ocurra la reencarnación de hecho es tan abrumadora… que acumulativamente la evidencia no es inferior a la de la mayoría, si no de todas, las ramas de la ciencia'".
Por cierto los judíos nunca estudiaron sobre la reencarnación en la escuela hebrea. Pero si profundizamos, descubrimos que hay alusiones a la reencarnación en la Biblia y en los primeros comentaristas,(1) mientras que abundan las referencias claras y abiertas de la Cábala, la tradición mística judía. El Zóhar, el texto básico del misticismo judío (atribuido a Rabí Shimon Bar Iojai, un sabio del siglo I), asume como algo obvio el guilgul neshamot (el reciclado de las almas), y el Ari, el mayor de los cabalistas, cuyas enseñanzas del siglo XVI fueron registradas en Shaar HaGuilgulim, sigue las reencarnaciones de muchas figuras bíblicas. Mientras algunas autoridades, como Saadia Gaón (siglo X), niegan la reencarnación como un concepto judío, a partir del siglo XVII los rabinos más importantes del judaísmo normativo, como el Gaón de Vilna y el Jafetz Jaim,(2) se refirieron al guilgul neshamot como un hecho.
El Ramjal, el admirado erudito del siglo XVIII, explica en su obra clásica El camino de Dios: "Dios acomodó las cosas para que las probabilidades de la persona de lograr su salvación se vieran maximizadas. Una sola alma puede reencarnarse varias veces en diferentes cuerpos, y de esta manera rectificar el daño cometido en encarnaciones previas. Asimismo, también puede alcanzar la perfección que no había logrado en sus encarnaciones previas". (3:10)
A pesar de esto, muchos judíos sienten que creer en la reencarnación es como creer en Santa Claus. Esto transgrede dos tabúes: es irracional y huele a otras religiones.
Nací en 1948 en los suburbios de Nueva Jersey, de padres estadounidenses de segunda generación, sin ninguna conexión familiar con el Holocausto. Mi propia incredulidad respecto a la reencarnación estropeó los años en que crecí de dos maneras: no tenía una explicación lógica para mi obsesión con el Holocausto y odiaba con furia cualquier cosa alemana. Y eso a su vez me llenó de ira contra Dios por el sufrimiento de judíos inocentes, cuyo final se escribió en las cámaras de gas de Auschwitz o en las fosas de Babi Yar.
Recuerdo bien el día en tercer grado de la escuela hebrea, a los 11 años, cuando comprendí que yo no era "normal". Durante el recreo estaba sentada, con las piernas colgando, sobre el escritorio de mi maestro favorito de la escuela hebrea, el Sr. Feinstein. Le conté que mi padre acababa de comprar una cámara alemana y, por supuesto, yo me negué a que me sacara una foto con ella. Yo me negaba a comprar productos alemanes y nunca acepté que me llevaran en un Volkswagen. El Sr. Feinstein me preguntó si algún miembro de mi familia había muerto en el Holocausto. "No", le respondí.
"¿Tus padres odian a los alemanes?", insistió.
"Creo que no. Ellos nunca hablan sobre el Holocausto", le respondí, sin entender a qué apuntaba.
"Entonces, ¿por qué odias tanto a los alemanes?".
Lo miré como si me hubiera preguntado por qué me gustaba la leche chocolatada. "Todos los niños judíos odian a los alemanes", le respondí, declarando lo que era obvio para mí.
Sonó el timbre anunciando el fin del recreo. Mis compañeros comenzaron a entrar y a ocupar sus asientos. Yo seguía sentada sobre el escritorio del maestro. El Sr. Feinstein preguntó a la clase: "¿Cuántos de ustedes odian a los alemanes?".
Levanté mi mano, Harry Davidov levantó a medias su mano. Nadie más se movió en el aula.
El Sr. Feinstein me miró sin decir ni una palabra. Me bajé de su escritorio, sintiéndome rara, alejada de mis amigos, una especie diferente, un patito feo.
¿Cómo podía ser posible que mis pasiones internas no fueran compartidas por todos los niños judíos? ¿De dónde surgían? Me sentí como si acabara de enterarme que era adoptada. Mis suposiciones eran falsas, la genealogía de mis pasiones más íntimas estaba envuelta en la bruma.
Al comenzar el noveno grado, tuve un sueño todavía más confuso. Toda mi clase debía elegir un idioma para estudiar durante los tres años siguientes. Las opciones eran: francés, español, alemán o latín. Todos mis amigos eligieron francés o español. Yo elegí alemán. Cuando mis amigos sorprendidos me preguntaron por qué, respondí: "Conoce a tu enemigo. Quiero leer Mein Kempf en la versión original".
Después de la primera semana estudiando alemán, después de dos clases y un laboratorio de idioma repitiendo "Guten tag, Freulein Hess" tuve un sueño atemorizante. Me desperté temblando. En el sueño yo, y todos los demás, hablábamos alemán con fluidez.
Tratar de entenderme sin el concepto de reencarnación era como intentar armar un rompecabezas al que le faltaban la mitad de las piezas.
Las pistas que aluden a un alma reencarnada del Holocausto son los sueños recurrentes, las fobias, experiencias de déjà vu, especialmente en personas que nacieron durante las primeras décadas después del Holocausto. En las décadas de 1950 y 1960, prácticamente no existían libros y películas sobre el Holocausto, y por lo tanto no se los podía considerar como un factor en este fenómeno.
Jackie Warshall nació en Brooklyn en 1950 de padres nacidos en los Estados Unidos. Cuando tenía cuatro años, de noche, después de que su madre le daba las buenas noches y salía de su habitación para que se durmiera, la pequeña Jackie observaba su almohada como si fuera una pantalla de televisión y veía una visión. Se veía a sí misma dentro de la parte trasera de un camión repleto de mujeres. Algunas de ellas caían al suelo. Luego se veía a sí misma salir volando del camión. Allí, por encima del camión, sentía una sensación de libertad y decía: "Logré salir. Ahora soy libre".
Sólo décadas más tarde supo que el primer experimento de asesinato en masa de los nazis fue amontonar a la gente en camiones e introducir monóxido de carbono en la parte trasera del camión.
Muchos años después, Jackie estaba dando clases a un cuarto grado en una escuela judía de Connecticut. En la biblioteca, mirando un libro sobre el Holocausto para los lectores jóvenes, encontró un dibujo en acuarela de unas mujeres paradas en la parte trasera de un camión. "En ese momento, sentí que me cayó encima un rayo".
Anna B. nació en 1957 en St. Louis, en una familia judía tradicional sin vínculos directos con el Holocausto. Cuando Anna tenía cinco años comenzó a tener un sueño recurrente en el que la torturaban en un laboratorio. Sus torturadores eran un médico con bata blanca y un hombre con uniforme militar. Siguió teniendo este sueño hasta los diez años.
Más tarde, al aprender sobre el Holocausto, Anna sintió que "los nazis eran las personas en mi sueño". A partir de tercer grado estuvo obsesionada con el Holocausto, leyó todos los libros del Holocausto que encontró y vio todas las películas que había disponibles en esa época. En un punto, concluyó que había sido sometida a los infames experimentos de Mengele sobre mellizos.
Años después, invitaron a Anna a una comida de Shabat en la ciudad de Nueva York. Cuando llegó, le abrió la puerta un anciano que también estaba invitado a la casa. Ella lo miró sorprendida. Lo conocía, pero no sabía de dónde. Él también la miró con una sombra de reconocimiento. Finalmente, todavía parados en la puerta, él le dijo: "Me parece que te conozco". Anna le respondió: "A mí también me parece que lo conozco". Sin embargo, ninguno pudo recordar de dónde se conocían.
La conexión entre Anna y este hombre, muchas décadas mayor que ella, era tan fuerte que la esposa del hombre comenzó a sentirse molesta. El hombre y su esposa habían sido huéspedes de esa familia muchas veces antes. Sin embargo, durante la comida de Shabat, el anciano, un sobreviviente del Holocausto, reveló algo que sus anfitriones nunca antes habían escuchado: él había sido sometido a los experimentos de Mengele sobre mellizos.
Recibí la siguiente carta de un erudito de Torá que detallaba una pesadilla recurrente que tenía cuando era pequeño, seis décadas antes. Él escribió: "Nunca compartí con nadie la siguiente historia, ni siquiera con mis padres, mi esposa o mis amigos más cercanos". Al final de su relato, agregó: "Deseo mantenerme anónimo. Jerry Friedman fue el primer nombre ficticio que se me ocurrió". Tan grande era su aversión a ser asociado con un libro sobre la reencarnación, que incluso creó una cuenta especial de Gmail sólo para enviarme su historia.
Él describió su sueño recurrente:
Nací en 1942 de padres estadounidenses. De pequeño tenía una pesadilla que se repetía. Era un niño de unos 7 años, tumbado sobre un piso de madera gastada, con la espalda apoyada contra una pared. La habitación era en mi casa, no mi casa real, sino mi 'casa de la pesadilla'. De alguna manera sabía que la casa estaba en Europa, probablemente en Polonia… La habitación estaba poco iluminada y llena de un humo asfixiante. Veía en el suelo gente a la que le habían disparado. Era mi familia 'de la pesadilla'.
En la habitación había varios hombres uniformados, los autores de la masacre. Veía a mi lado, en el suelo, una pistola negra y la agarraba, aún tumbado en el suelo con la espalda contra la pared. Sujetaba con las dos manos la pistola y apuntaba a la parte superior del pecho de uno de los uniformados. El oficial (supuse que era un oficial por la gorra que tenía), se limitó a sonreírme burlonamente como si supiera que no tendría el coraje de apretar el gatillo. Miraba a la derecha y a la izquierda del oficial, y veía a los otros hombres con sus brazaletes con símbolos extraños, equis con los extremos quebrados hacia atrás, como un molinete. [En ese momento de su infancia, él desconocía por completo la esvástica].
Volvía a mirar al oficial que levantaba lentamente su arma contra mí. Intentaba con todas mis fuerzas apretar el gatillo de mi pistola. Sabía que si no lo hacía, él me dispararía. Me quedaba mirando sus ojos y su sonrisa burlona, cada vez más grande, y su pistola apuntándome a la cabeza. Deseaba mucho apretar el gatillo de mi pistola. Entonces me despertaba.
Desde mi más tierna infancia tuve aversión a las pistolas, especialmente a las pistolas negras. Todavía tengo escalofríos cuando veo una.
Nejama Bornstein, una mujer judía de Dinamarca, nació en 1963. Ella tuvo un sueño cuando ya era adulta:
En el sueño, caminaba con un grupo de personas por un pasillo oscuro. Al final del pasillo, había una pared de tablones de madera marrón. El techo era bajo. La pared del lado izquierdo era de ladrillos pintados de color blanco… Sabía que nos llevaban para castigarnos. Habíamos hecho algo terrible de acuerdo con los nazis. Nos llevaban como una manada, muy juntos… Justo antes de llegar al final del pasillo, a la derecha, había una puerta ligeramente abierta. Nos empujaron a través de ella y entramos a una habitación bastante grande. Estaba iluminada, pero no vi ninguna fuente de luz…
Años más tarde, hubo una exposición itinerante de fotos de niños de Auschwitz en la Academia de Arquitectos de Copenhague.
Una pequeña fotografía en la pared me llamó la atención… En la pequeña fotografía no se veía un rostro, sino un pasillo de techo bajo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Me acerqué, cada paso parecía llevarme una eternidad, como si tuviera lugar en otra dimensión temporal. Yo conocía ese lugar. Allí estaba: la pared de tablones de madera, luego la de ladrillos pintados de blanco… Estaba tan alterada que apenas podía respirar. Llegué a la pequeña fotografía. Por ahí habíamos caminado [en el sueño]. A la derecha estaba la puerta.
El pequeño cartel debajo de la foto decía: "Entrada a la cámara de gas de Auschwitz".
La reencarnación convierte a las cámaras de gas de Auschwitz y las fosas de Babi Yar en terribles finales de capítulos pero no en la conclusión final de la historia completa del alma. Toda gran epopeya incluye capítulos temibles en los que, por ejemplo, la heroína es secuestrada por el villano y sometida a tormentos. Si ese fuera el final, la saga se calificaría de tragedia. Pero si hay un capítulo posterior en el que el villano es derrotado y la heroína, ahora más sabia y bondadosa tras su terrible experiencia, se reúne con su familia y vive una vida sana y feliz… ¿calificarías esa historia de tragedia?
Las palabras más impactantes que he escuchado las dijo Batia Burd, la viuda de Guershon Burd, al hablar en un evento. Cuando su marido se ahogó el día que cumplía 40 años, Batia quedó viuda a los 39 años con cinco hijos de menos de 10 años. Algunas personas le preguntaron a Batia cómo pudo ocurrirle a ella esa tragedia. Sólo para responder el "¿por qué?" Batia propuso un potencial escenario preguntando hipotéticamente:
"¿Qué pasaría si yo hubiera sido una niña religiosa en el Holocausto y hubiese visto morir ante mis ojos a alguien que amaba? ¿Y si mi reacción hubiera sido negar a Dios, abandonar toda práctica judía y despotricar contra Dios ante tanta gente como estuviese dispuesta a escucharme?
"¿Qué pasaría si yo hubiese hablado muy fuerte a quienes me rodean diciendo que Dios no debe existir, que Él nos debe haber abandonado, y hundiera a otros conmigo? ¿Y entonces, al morir, en el 'Mundo de la Verdad', donde va el alma después de la muerte, reconociera mi error y pidiera que me dieran una oportunidad para rectificar mi error? ¿Y si Dios me diera otra oportunidad para 'hacer bien las cosas esta vez y arreglar lo que había estropeado antes'?
"¿Y qué pasaría si volviera a nacer en este mundo, y tuviera una 'buena vida' y una vez más Dios hiciera que viera morir a alguien muy querido, pero esta vez me dieran la oportunidad de mantenerme fuerte en mi fe y de ayudar a otras personas para mantenerse fuertes y de ese modo rectificar no sólo lo que había hecho antes sino incluso llegar más alto?
"¡Qué Dios tan bueno, tan cariñoso, atento y compasivo por permitirme la oportunidad de rectificar y perfeccionarme a mí misma y al mundo que me rodea!".
La reencarnación es una lente poderosa a través de la cual podemos percibir el amor y la misericordia de Dios en los cataclismos de la vida.
Querido lector, no te pido que empieces a creer en la reencarnación, sólo que abras tu mente lo suficiente como para examinar la evidencia. Como escribió Jesse Bering en su blog en Scientific American: "Todavía no estoy preparado para decir que he cambiado de opinión sobre la vida después de la muerte. Pero puedo decir que una evaluación justa y una lectura cuidadosa de la obra de Stevenson, milagrosamente ha logrado abrir mi mente a esa posibilidad. Bueno, al menos un poco".
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Si esto es válido para el holocausto, es válido para otras etapas históricas. Yo me he soñado en varias. Lo puedo atestiguar.
Muy interesante vida después de la muerte
Yo creo en la reencarnacion