La tercera generación

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Una nieta de sobrevivientes del Holocausto mira hacia el futuro… y hacia el pasado.

Hasta donde llega mi memoria, recuerdo a mis abuelos hablar de sus días encerrados como animales en los campos de trabajos forzados y prisiones de Siberia. Sus ojos se llenaban de lágrimas cuando recordaban los horrores que habían vivido, y luego, esas lágrimas rebosaban cuando recordaban a quienes no lograron llegar tan lejos como ellos.

Los años del Holocausto estuvieron llenos de dolor y agonía. Quienes sobrevivieron son a menudo llamados “los afortunados”; yo me pregunto si eso es realmente cierto. Quienes sobrevivieron cargan con los horribles recuerdos del dolor y el sufrimiento, mientras que quienes murieron a manos de los nazis encontraron paz y fueron acompañados directamente a las puertas del eterno paraíso. No hubo preguntas, no hubo tribunales…

¿Pero qué pasó con los sobrevivientes? ¿Qué medalla de honor portan? Seguramente ellos también tienen ganado su lugar de honor en los anales de la historia. A menudo vemos el horror del Holocausto representado en pilas de cuerpos y chimeneas que humean cenizas humanas. Pero los horrores no terminan allí; continúan hasta hoy en día. Para los sobrevivientes, la vida tuvo que continuar. No podían dejar de vivir; cada día continuó como una constante bofetada… luchando, sólo para mantenerse. Pasando de un campo de refugiados a otro, y luego a hogares más permanentes en países como Estados Unidos e Israel. Jamás dejaron de moverse.

Mi abuela perdió su sonrisa en algún lugar de los campos y no la volvió a encontrar.

Incluso en sus "años dorados" le decíamos a mi abuela: "Relájate. Siéntate con nosotros y bebe una taza de té". Pero no mi abuela; ella siempre se sentaba al borde de su silla, preparada para el momento siguiente, para la próxima tarea, para el próximo segundo importante en el que pudiera saltar y hacerse cargo. Siempre estaba manejando la vida —teniendo varios trabajos, encargándose de la casa, cocinando, limpiando, cosiendo— pero no siempre tenía una sonrisa. Perdió su sonrisa en algún lugar de los campos y no la volvió a encontrar.

Mi abuelo, por el otro lado, era un hombre cuya sonrisa brillaba intensamente. Amaba contar historias de los tiempos previos a la guerra. En nuestra última conversación antes de su muerte, me contó una dulce historia sobre cómo construía radios con cajas viejas de cigarros y trataba de captar estaciones de Francia. Sus ojos centelleaban cuando me pellizcaba las mejillas.

Pero el Holocausto jamás abandonaba su mente. A menudo me contaba sobre los tiempos en que el nombre Goldsammler conjuraba visiones de gran riqueza. Yo le recordaba inmediatamente que mirara alrededor, a todo lo que su hijo y su hija habían logrado, con casas hermosas y nietos maravillosos. Pero él no quería saber nada de ello; hablaba de un tiempo en el que su familia inmediata consistía de 10 hermanos y hermanas, muchos de ellos casados y con hijos. Cuando hablaba de la familia con esos números, yo no podía evitar concordar en que sí, quizás éramos más ricos en ese entonces.

Al borde del precipicio

Mucha gente ve el Holocausto como una atrocidad que le ocurrió, en Europa, a una generación que lamentablemente está desapareciendo. Mucha gente dice: "Aprendan sobre él ahora, para que nunca vuelva a ocurrir". Obviamente todo eso es cierto, pero el Holocausto es mucho más que eso. No es meramente un poco de historia que debe ser recordada para que no se repita; el Holocausto es algo que continúa afectando nuestras vidas hasta hoy en día. Afecta la forma en que yo, y en que mucha gente como yo, vemos el mundo que nos rodea. Un vaso con agua toma un nuevo significado; una papa toma vida propia, ¡y que Dios te libre si tratas de tirar un pedazo de pan! Somos los hijos y nietos nacidos a pesar de la máquina asesina de Hitler, pero cuyas vidas a menudo se deslizan entre las sombras de los despojos de ella.

Hemos sido etiquetados como la "tercera generación". Así es como nos llaman a los nietos de los sobrevivientes. La "primera generación", los sobrevivientes mismos, tuvo la tenacidad y audacia para sobrevivir en contra de todos los pronósticos. Dependía de ellos volver a comenzar, y lo hicieron. Luego vino la "segunda generación", los hijos de esas personas, a quienes la historia apodó como "nacidos de las cenizas".

Y ahora, aquí estoy yo, dos generaciones después. Dos generaciones más sabia; a dos generaciones de los horrores del pasado. No soy "nacida de las cenizas", sino que nací de la esperanza de un nuevo día. Soy miembro de un grupo exclusivo que habrá sido el último en escuchar de primera fuente sobre los crímenes nazis en contra de mi pueblo. Pero también soy miembro de la privilegiada generación que ha atestiguado, en primera persona, el increíble retorno del pueblo judío a su tierra patria.

Nací en una generación de judíos que está parada al borde del precipicio del cambio. Detrás de nosotros yace una árida tierra de horror, pero delante de nosotros yace el potencial para un esplendor infinito e inimaginable. Pertenezco a una generación lo suficientemente lejana a las tragedias del ayer para poder perseguir la esperanza del mañana… pero lo suficientemente cerca como para poder apreciar que es un milagro el poder hacerlo.

Quizás sea nuestra misma existencia lo que atestigua su grandeza y heroísmo.

Sí, mi vida estará por siempre ensombrecida por los horrores del pasado, pero también iluminada por la promesa de lo que nos espera. Me he parado sobre la tierra por la que mis antepasados caminaron y he tocado las piedras que señalan el mismo lugar hacia el que innumerables plegarias —desde hace miles de años— han sido dirigidas. He volado por los cielos de la Tierra Santa, teniendo una profética "visión de ojo de águila", y he marchado por los sitios más sagrados en celebración de su retorno a manos judías.

La mía no es una generación que no tiene sus propios problemas y dificultades; nosotros también hemos visto nuestra cuota de tragedia y tristeza. Pero a pesar de toda la tristeza, la esperanza continúa viva. Quizás esa es la medalla de honor que podemos concederle a los sobrevivientes del Holocausto. Podemos atribuirles a ellos nuestra capacidad para continuar a partir del sufrimiento, para reconstruir a partir de la tragedia. Quizás sea nuestro propio ser, nuestra propia existencia, lo que atestigua su grandeza y heroísmo.

La de ellos es una generación casi extinta, pero con la ayuda de Dios y de nuestra poderosa tercera generación, sus legados continuarán viviendo por toda la eternidad.

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