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Al final de su vida, tras haber dado a los israelitas a instancias de Dios 612 mandamientos, Moshé les dio el último: "Ahora, pues, escriban para ustedes este canto y enséñalo a los Hijos de Israel. Ponlo en sus bocas, para que este canto sea testimonio para Mi frente a los Hijos de Israel" (Deuteronomio 31:19).
De acuerdo con el sentido llano del versículo, Dios estaba hablando con Moshé y Iehoshúa y se refería al cántico del capítulo siguiente: "Oigan, oh cielos, y hablaré; y que la tierra escuche las expresiones de mi boca" (Deuteronomio 32:1). Sin embargo, la Tradición Oral le dio una interpretación diferente y mucho más amplia, entendiéndolo como una orden para que cada judío escriba, o por lo menos tome parte en la escritura, de un Séfer Torá.
Dijo Raba: Aunque nuestros antepasados nos hayan dejado un Rollo de la Torá, nuestro deber religioso es escribir uno para nosotros mismos, como está escrito: "Ahora, pues, escriban para ustedes este canto y enséñalo a los Hijos de Israel. Ponlo en sus bocas, para que este canto sea testimonio para Mi frente a los Hijos de Israel". (Sanedrín 21b)
La lógica de la interpretación parece ser, en primer lugar, que la frase "escriban para ustedes" puede interpretarse como una referencia a todos los israelitas (Ibn Ezra), no sólo a Moshé y a Iehoshúa. En segundo lugar, el pasaje continúa diciendo (Deuteronomio 31:24): "Moshé terminó de escribir en el libro las palabras de esta ley de principio a fin". El Talmud ofrece una tercera razón. El versículo continúa diciendo: "para que este canto sea testimonio para Mi frente a los Hijos de Israel", lo que implica a la Torá como un todo, no sólo al cántico del capítulo 32.
Así entendido, el mensaje final de Moshé a los israelitas era: "No basta con que hayan recibido de mí la Torá. Deben renovarla en cada generación". El pacto no debía envejecer. Debía ser renovado periódicamente.
Por eso, hasta hoy en día, los Rollos de la Torá se siguen escribiendo como en la antigüedad: a mano, sobre pergamino, con una pluma, tal como fueron escritos los Rollos del Mar Muerto hace dos mil años. En una religión casi desprovista de objetos sagrados (íconos, reliquias), el Rollo de la Torá es donde más cerca está el judaísmo de dotar de santidad a una entidad física.
Mis primeros recuerdos son de cuando iba al pequeño Beit Midrash de mi abuelo, en el norte de Londres, y tenía el privilegio, siendo un niño de dos o tres años, de poner las campanas sobre el Rollo de la Torá después de que lo levantaran, lo enrollaran y lo volvieran a cubrir con su funda de terciopelo. Ya entonces reconocía el respeto que la gente de ese pequeño Beit Midrash tenía hacia el Rollo de la Torá. Muchos de ellos eran refugiados. Hablaban con fuertes acentos que evocaban los mundos que habían dejado, mundos que más tarde descubrí que fueron destruidos en el Holocausto. Había un aire de inefable tristeza en las melodías que entonaban. Pero su amor por el pergamino era palpable. Más tarde lo definí como su equivalente de la tradición rabínica sobre el Arca en el desierto: llevaba a los que la llevaban (Rashi sobre Crónicas I 15:26). Ese fue mi primer indicio de que el judaísmo es la historia de una relación de amor entre un pueblo y un libro, el Libro de los libros.
Pero si entendemos que el mandamiento se refiere a toda la Torá y no sólo a un capítulo, ¿cuál es el significado de la palabra "canto" o "canción" (shirá)? "Ahora, pues, escriban para ustedes este canto". La palabra "shirá" aparece cinco veces en este pasaje. Claramente es una palabra clave. ¿Por qué? Sobre esto, dos eruditos del siglo XIX ofrecieron explicaciones sorprendentes.
El Natziv (Rav Naftali Tzvi Iehudá Berlín, 1816-1893, uno de los grandes directores de ieshivot del siglo XIX), interpreta que esto significa que toda la Torá debe leerse como poesía, no como prosa. La palabra shirá en hebreo significa tanto canción como poema. Es cierto, la mayor parte de la Torá está escrita en prosa, pero el Natziv sostiene que cuenta con dos características de la poesía. En primer lugar, es más alusiva que explícita. Deja sin decir más de lo que dice. En segundo lugar, al igual que la poesía, alude a las reservas más profundas de significado, a veces mediante el uso de una palabra o la construcción inusual de una frase. La prosa descriptiva transmite su significado sobre la superficie. La Torá, como la poesía, no.(1)
En este brillante pensamiento, el Natziv se anticipa a uno de los grandes ensayos del siglo XX sobre la prosa bíblica, "La cicatriz de Odiseo", de Erich Auerbach.(2) Auerbach contrasta el estilo narrativo de Génesis con el de Homero. Homero utiliza descripciones deslumbrantemente detalladas, de modo que cada escena se expone pictóricamente como si estuviera bañada por la luz del sol. En cambio, la narración bíblica es sobria y discreta. En el ejemplo, Auerbach cita la historia del sacrificio de Itzjak. Allí no sabemos qué aspecto tienen los protagonistas, qué sienten, qué llevan puesto, qué paisajes atraviesan.
Sólo se destacan los puntos decisivos de la narración, lo que hay entre ellos no existe; el tiempo y el lugar son indefinidos y exigen interpretación; los pensamientos y sentimientos permanecen sin ser expresados, sólo son sugeridos por el silencio y los discursos fragmentarios. El conjunto, impregnado del suspenso más imperturbable y dirigido hacia un único objetivo, sigue siendo misterioso y "cargado de trasfondo".(3)
Rav Iejiel Michel Epstein, autor del código halájico "Aruj HaShuljan", (4), alude a un aspecto completamente distinto. Epstein señala que la literatura rabínica está repleta de discusiones, sobre lo que los Sabios dijeron: "Estas y esas son las palabras del Dios vivo".(5) Epstein dice que esta es una de las razones por las que la Torá es llamada "un cántico", porque una canción se vuelve más hermosa cuando se unen en ella muchas voces en complejas armonías.
Yo sugeriría una tercera dimensión. El 613° mandamiento no trata simplemente sobre la Torá, sino del deber de hacer que la Torá sea nueva en cada generación. Para que la Torá viva de nuevo, no basta con transmitirla cognitivamente, como mera historia y ley. Debe hablarnos de forma afectiva, emocional.
El judaísmo es una religión de palabras, sin embargo cada vez que el lenguaje del judaísmo aspira a lo espiritual, comienza a cantar como si las palabras mismas buscaran escapar de la fuerza gravitatoria de los significados finitos. Hay algo en la melodía que insinúa una realidad que está fuera de nuestro alcance, lo que William Wordsworth llamó el sentido sublime/de algo mucho más profundamente entrelazado/ cuya morada es la luz de los soles ponientes/ y el océano redondo y el aire vivo.(6) Las palabras son el lenguaje de la mente. La música es el lenguaje del alma.
El 613° mandamiento, hacer nueva a la Torá en cada generación, simboliza el hecho de que aunque la Torá fue entregada una vez, se la debe recibir muchas veces, porque cada uno, a través de su estudio y práctica, se esfuerza por recuperar la voz prístina que se escuchó en el Monte Sinaí. Esto requiere emoción, no sólo intelecto. Implica tratar la Torá no sólo como palabras leídas, sino también como una melodía cantada. La Torá es el libreto de Dios, y nosotros, el pueblo judío, somos Su coro, los intérpretes de Su sinfonía coral. A pesar de que cuando los judíos hablan a menudo discuten, cuando cantan, cantan en armonía, como lo hicieron los israelitas en el Mar Rojo, porque la música es el lenguaje del alma, y en el nivel del alma los judíos entran en la unidad de lo Divino que trasciende las oposiciones de los mundos inferiores.
La Torá es la canción de Dios, y nosotros colectivamente somos sus cantantes.
Shabat Shalom
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