La travesía judía

6 min de lectura

Vaishlaj (Génesis 32:4-36:43 )

Ser judío implica vivir con la tensión entre el mundo que es y el mundo que debemos hacer.

¿Por qué Iaakov es el padre de nuestro pueblo, el héroe de nuestra fe? Somos "la congregación de Iaakov", "los hijos de Israel". Sin embargo, Abraham fue quien comenzó la travesía judía, Itzjak fue quien estuvo dispuesto a ser sacrificado, Iosef fue quien salvó a su familia en los años de hambruna y Moshé fue quien guio al pueblo para salir de Egipto y nos entregó sus leyes. Iehoshúa fue quien llevó al pueblo a la Tierra Prometida, David se convirtió en el más grande de los reyes, Shlomó construyó el Templo y los profetas a lo largo del tiempo se convirtieron en la voz de Dios.

El relato de Iaakov en la Torá parece quedarse corto al lado de todas estas otras vidas, por lo menos si leemos el texto de forma literal. Él tuvo relaciones tensas con su hermano Esav, con sus esposas Rajel y Leá, con su suegro Laván y con sus tres hijos mayores, Reubén, Shimón y Levi. Hay momentos en los que parece estar aterrado, otros en los que actúa, o por lo menos parece actuar, de una forma no del todo honesta. Al responderle al Faraón, él mismo dijo: "Los días de mi vida han sido pocos y malos" (Génesis 47:9). Esto es menos de lo que podríamos esperar de un héroe de la fe.

Por esta razón, gran parte de la imagen que tenemos de Iaakov surge a través de la lente del Midrash, la tradición oral preservada por los Sabios. En esta tradición, Iaakov es completamente bueno y Esav es completamente malo. Rav Tzvi Hirsh Chajes en su ensayo sobre la naturaleza de la interpretación midráshica, considera que así debía ser, porque de lo contrario nos resultaría difícil obtener del texto bíblico una sensación clara de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. La Torá es un libro excepcionalmente sutil, y los libros sutiles tienden a ser mal entendidos. Por eso la tradición oral lo hizo más simple: blanco y negro en vez de que sean tonos de gris.

Sin embargo, tal vez incluso sin el Midrash podemos encontrar una respuesta, y la mejor forma de lograrlo es al pensar en la idea de un viaje.

El judaísmo trata sobre la fe como un viaje. Comienza con el viaje de Abraham y Sará al dejar atrás su "tierra, su lugar de nacimiento y la casa de su padre", para ir hacia un destino desconocido: "la tierra que te mostraré".

El pueblo judío también se define por otro viaje en otro momento: la travesía de Moshé y de los israelitas desde Egipto, cruzando el desierto hacia la Tierra Prometida.

Ese viaje se convierte en una letanía en la parashá Masé: "Partieron de X y acamparon en Y. Partieron de Y y acamparon en Z". Ser judío es moverse, viajar y en raras ocasiones, si es que alguna vez, establecerse. Moshé le advierte al pueblo sobre el peligro de asentarse y dar por sentado el estatus quo, incluso dentro de Israel: "Cuando engendres hijos y nietos, y hayan estado establecidos mucho tiempo en la tierra, pueden llegar a corromperse" (Deuteronomio 4:25).

En consecuencia, decreta que Israel siempre debe recordar su pasado, no olvidar nunca sus años de esclavitud en Egipto, no olvidar nunca en Sucot que nuestros ancestros una vez vivieron en cabañas temporarias, no olvidar nunca que la tierra no nos pertenece a nosotros sino a Dios, y que sólo estamos allí como guerim vetoshavim, forasteros y residentes (Levítico 25:23).

¿Por qué es así? Porque ser judío implica no estar por completo en casa en el mundo. Ser judío implica vivir con la tensión entre el cielo y la tierra, la creación y la revelación, el mundo que es y el mundo que debemos crear; entre el exilio y el hogar, y entre la universalidad de la condición humana y la particularidad de la identidad judía. Los judíos no se quedan quietos, excepto cuando están frente a Dios. El universo, desde las galaxias hasta las partículas subatómicas, está en constante movimiento, al igual que el alma judía.

Creemos que somos una combinación inestable de polvo de la tierra y de aliento Divino, y esto nos lleva a tener que tomar constantemente decisiones, elecciones, que nos harán crecer tanto como nuestros ideales, o, si elegimos mal, nos convertirán en criaturas pequeñas, petulantes, obsesionadas por trivialidades. La vida como una travesía implica esforzarse cada día por ser mejor que lo que fuimos el día previo, tanto individual como colectivamente.

Si el concepto del viaje es una metáfora central de la vida judía, ¿cuál es en este sentido la diferencia entre Abraham, Itzjak y Iaakov?

La vida de Abraham está enmarcada por dos viajes, ambos bajo la expresión lej lejá, una vez en Génesis 12, cuando le dijeron que debía dejar su tierra y la casa de su padre; y la otra en Génesis 22:2, respecto al sacrificio de Itzjak, cuando le dijeron: "Toma a tu hijo, el único, a quien amas, Itzjak, y ve (lej lejá) a la región de Moriá".

Lo que es emotivo respecto a Abraham es que él partió de inmediato y sin cuestionarlo, a pesar de que ambas travesías fueron desgarradoras en términos humanos. La primera vez tuvo que dejar a su padre. La segunda vez tuvo que desprenderse de su hijo. Tuvo que decir adiós al pasado y arriesgarse a despedirse también del futuro. Abraham es pura fe. Ama a Dios y confía en Él de forma absoluta. No todo el mundo puede alcanzar esta clase de fe. Es casi algo sobrehumano.

Itzjak es lo opuesto. Es como si Abraham, conociendo los sacrificios emocionales que tuvo que realizar, sabiendo también el trauma que Itzjak debe haber sentido al ser amarrado sobre el altar, buscara proteger a su hijo en la medida de sus posibilidades. Él se asegura que Itzjak no tenga que salir de la Tierra Santa (Ver Génesis 24:6, por esta razón Abraham no lo dejó viajar a buscar una esposa). El único viaje de Itzjak (a la tierra de los filisteos en Génesis 26), es limitado y local. La vida de Itzjak es un breve respiro de la existencia nómada que experimentaron Abraham y Iaakov.

Iaakov vuelve a ser diferente. Lo que lo hace único es que él tiene los encuentros más intensos con Dios (estos son los más dramáticos de todo el libro de Génesis), en medio de su viaje, al estar solo, de noche, lejos de casa, huyendo de un peligro a otro. De Esav a Laván en un primer momento y de Laván a Esav al regresar a casa.

En medio del primer viaje, sueña con una escalera que va de la tierra hacia el cielo, con ángeles que ascienden y descienden, lo que lo lleva a decir al despertarse: "Dios verdaderamente está en este lugar, pero yo no lo sabía… debe ser la casa de Dios y esta es la puerta al cielo" (28:16-17). Ninguno de los otros patriarcas, ni siquiera Moshé, tuvo una visión semejante.

La segunda vez, en nuestra parashá, tiene la inquietante y enigmática lucha con el hombre/ángel/Dios que lo deja cojeando pero lo transforma permanentemente. Él es la única persona en la Torá que recibe de Dios un nombre completamente nuevo, Israel, que puede significar "uno que luchó con Dios y con el hombre", o "uno que se convirtió en un príncipe (sar) ante Dios".

Lo que es fascinante es que el encuentro de Iaakov con los ángeles se describe con el mismo verbo "p-g-sh" (Génesis 28:11 y 32:2), lo que implica un "encuentro casual", como si hubieran sorprendido a Iaakov, algo que claramente ocurrió. Los momentos más espirituales de Iaakov son aquellos que él no planeó. Él estaba pensando en otras cosas, sobre lo que estaba dejando atrás y lo que le esperaba. Es como si Dios lo hubiera sorprendido.

Iaakov es alguien con quien podemos identificarnos. No todos pueden aspirar a la fe de amor y confianza total de Abraham ni al aislamiento de Itzjak. Pero Iaakov es alguien a quien podemos entender. Podemos sentir su miedo, entender su dolor ante las tensiones en su familia, y simpatizar con su profundo anhelo por una vida de paz y tranquilidad (los Sabios dicen respecto a las primeras palabras de la parashá de la próxima semana que "Iaakov anheló vivir en paz, pero de inmediato le cayeron encima los problemas con Iosef").

El punto no es sólo que Iaakov es el más humano de los patriarcas, sino que desde las profundidades de su desaliento se vio elevado a las mayores alturas espirituales. Él es el hombre que se encuentra con los ángeles. Él es la persona a quien Dios sorprende. Él es quien en el momento que se siente más solo, descubre que no está solo, que Dios está con él, que lo acompañan los ángeles.

El mensaje de Iaakov define la existencia judía. Nuestro destino es viajar. Somos un pueblo que no descansa. Son raros y breves nuestros interludios de paz. Pero en la oscuridad de la noche nos encontramos elevados por una fuerza de fe que no sabíamos que teníamos, rodeados de ángeles que no sabíamos que estaban allí. Si seguimos el camino de Iaakov, Dios también puede sorprendernos a nosotros.

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