La diferencia entre vergüenza saludable y enfermiza

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Sacarse de encima el exceso de vergüenza es como perder peso: requiere conciencia y disciplina.

Una señal de madurez es la capacidad para distinguir entre la vergüenza saludable y la enfermiza. El exceso de vergüenza es la raíz de la mayoría de los problemas de ansiedad y depresión; por otro lado, la falta de vergüenza es la base de todo comportamiento inmoral y criminal. Y al igual que con un poderoso medicamento, no quieres tener una sobredosis de esta. La vergüenza saludable es apropiada si has sido intencionalmente irresponsable, cruel o si has hecho algo ilegal. Pero no es apropiada si has cometido un error inocente, si fuiste incapaz de cumplir con los sueños imposibles de los demás o si no lograste vivir a la altura de tus propias expectativas irracionales. Si durante tu día sueles tener una gran cantidad de altibajos emocionales, te alegrarás al descubrir que si reconoces y eliminas la vergüenza enfermiza, entonces, te sentirás automáticamente más calmo y feliz.

“La vergüenza es el dolor más grande” (Tosafot, Shabat 50b).

La vergüenza es la primera emoción que es mencionada en la Torá, cuando Adam y Eva sintieron vergüenza saludable por haber desobedecido el mandamiento de Dios. Después de matar a Abel, la falta de vergüenza inicial en Caín fue tan problemática que tuvo que atravesar un largo proceso de purificación para tomar conciencia. Los hermanos de Iosef no sintieron vergüenza sino hasta que recibieron una dosis inmensa de ella 22 años después, cuando Iosef se reveló ante ellos. Iosef también tuvo que vivir muchas experiencias vergonzosas para su propio crecimiento.

Dado que los niños no pueden distinguir entre la vergüenza apropiada y la inapropiada, a ellos les es muy fácil sentir vergüenza. La mayoría de los adultos utilizan tácticas para avergonzar —como criticar, golpear y gritar— para “educar” y motivar. Avergüenzan a los niños por las bajas notas, por su aspecto o por ser desordenados, torpes, inmaduros o caprichosos. Los niños se avergüenzan unos a otros por cualquier anormalidad mínima que haya en su apariencia, habla, ropa o comportamiento; se sienten avergonzados si sus padres pelean, si sus hogares son desordenados o si necesitan maestros particulares. Incluso cuando tienen apenas tres años, si algún compañero se ríe de ellos por llevar un emparedado de harina integral, hay grandes probabilidades de que insistan en comer sólo pan blanco desde ese momento en adelante. Si no tienen la misma camisa o calzado que los demás, entonces por lo general preferirán quedarse en casa en lugar de hacer el ridículo, que es lo que probablemente ocurriría. Si un maestro los avergüenza por no saber la respuesta o por no sentarse quietos, se avergüenzan profundamente y cuando vuelven a casa avergüenzan a sus hermanos o mojan la cama como resultado.

Un niño que es avergonzado frecuentemente se puede volver resistente a la vergüenza, actuando como si no le importaran las críticas. Otros se vuelven demasiado vergonzosos y tienen constantemente una actitud de ‘no soy lo suficientemente bueno’ ya que están seguros de que sus sentimientos de inferioridad están basados en una verdad absoluta. Los niños demasiado vergonzosos son altamente ansiosos en las interacciones sociales y sienten que son un fracaso sin importar lo que logren.

Sin embargo, mucho peor que el exceso de vergüenza es la falta de esta. Quienes carecen de la capacidad para sentir vergüenza son sociópatas. Hábiles y arrogantes, disfrutan al maltratar y explotar a los demás. No les importa si son amados u odiados; lo único que importa es el dinero, el poder y el prestigio. Creen que su sentimiento de superioridad también refleja una verdad absoluta. Tanto si son seductores muy bien vestidos y con los mejores modales o maleantes de clase baja, no tienen conciencia y no muestran compasión por sus víctimas ni remordimiento por el daño que causan. De hecho, se burlan de quienes expresan dolor y desprecian a quienes los critican. Estos tipos parecen impasibles y “chévere” al navegar por la vida sin el temor, la tristeza ni las dudas que afligen a las personas normales. El sinvergüenza no puede mejorar porque su comportamiento no lo avergüenza. Ataca viciosamente a todo el que ve la verdad y señala lo desagradable, inescrupuloso o cruel que es.

Sacarse de encima el exceso de vergüenza es como perder peso: requiere conciencia y disciplina.

Entonces, ¡siéntete bendecido si eres demasiado vergonzoso en lugar de ser sinvergüenza! Para ti, el panorama es positivo. Quitarse el exceso de vergüenza es como perder peso: requiere conciencia y disciplina. Camina lentamente, ya que ésta es una adicción difícil, probablemente la madre de todas las adicciones. Advierte cómo es posible que intentes compensar los sentimientos de inferioridad por medio de actitudes tales como buscar la aprobación de los demás, comprar ítems de marca o ser demasiado servicial, haciendo malabares para satisfacer a personas a quienes no les importas. Puede que te sientas inusualmente ansioso antes de que lleguen los huéspedes, avergonzado por tus prendas, por la comida que sirves o por el lío que hay en la cocina. Lo quieras o no, inevitablemente exteriorizas tu culpa criticando a los demás por no lograr alcanzar estándares imposibles o por no hacerte sentir amado o feliz. Lo importante es que estés conciente de cuál es la causa de esto: el exceso de vergüenza.

Segundo, evita la vergüenza por las cosas sobre las que no tienes control. Por ejemplo:

  • Vergüenza por tu propia existencia: Si te avergüenza tu propia existencia, entonces es posible que no hayas sido querido por tus padres o que hayan estado tan sobrepasados o sido tan inmaduros que les resultaste una carga desagradable. No te avergüences por no haber sido querido o por haber sido rechazado, abandonado o abusado. Piensa: “Recibí exactamente lo que necesitaba. No me falta nada. Soy perfecto como soy. Elijo amarme como soy ahora, para de esta manera poder ser más amoroso mañana. Incluso si otros me abandonaron o hirieron, ¡yo no me abandonaré ni me lastimare a mí mismo!”.

  • Vergüenza por sentimientos y pasiones normales: Debido a que nuestra sociedad está enfocada en ideales perfeccionistas, es fácil avergonzarse por tener altibajos normales en nuestro ánimo o por tener pasiones humanas. En lugar de sentirte avergonzado, piensa: “Sí, soy parte animal y debo controlar mis impulsos y dirigirlos con santidad. Pero no me avergüenza que existan. Es normal sentirse ansioso y triste de vez en cuando. Si hago algo positivo, como salir a caminar, estudiar Torá o actos de bondad, mi ánimo cambiará”.

  • Vergüenza por tu aspecto físico: Trata de verte lo mejor que puedas y de vestirte de manera respetable. Pero no te compares con los famosos; ellos tienen sus pruebas en la vida. Piensa: “Merezco amor tal cual soy. Tengo el cuerpo perfecto que Dios quería que tuviera para mi travesía en esta vida. Toda persona tiene imperfecciones e impedimentos, algunas más obvias que otras”.

  • Vergüenza por inadecuación social: Las personas demasiado vergonzosas tienen una cierta ansiedad social porque temen ser rechazadas y que el resto considere que ‘no son lo suficientemente buenas’. Puede que se sonrojen con facilidad o que surjan todo tipo de sensaciones físicas estresantes. Piensa: “No tengo nada malo. Estoy orgulloso de haber venido a este evento, de haberme quedado durante el tiempo que estuve y me rehúso a avergonzarme por tener sentimientos y sensaciones no placenteras. Incluso si los demás me rechazan, yo no me rechazaré a mí mismo”.

  • Vergüenza por tu familia: Quizás tus ancestros no eran el tipo de figuras ilustres sobre las que lees en las revistas. Quizás los miembros de tu familia tienen inestabilidad emocional o son abusivos. Quizás no te rodea una familia cálida y amorosa. Piensa: “Más allá de lo que los demás piensen de mí, al ser judío tengo un excelente linaje: soy el hijo del Rey, una súper estrella para Él”.

  • Vergüenza por la falta de logros: Puede que te avergüence no haber hecho nada espectacular, ser una persona promedio, no tener una mente brillante, millones en el banco o muchos títulos universitarios. Piensa: “No me compararé con otros, porque eso lleva a la desesperanza. Comparar es abusar de uno mismo. Puede que no sea un gran éxito para la sociedad, pero me aliento por lo que soy capaz de hacer. Mis pequeños actos de bondad y autodisciplina impactan profundamente en el mundo de una manera que no puedo llegar a dimensionar”.

  • Vergüenza por tu nivel de inteligencia: A muchos niños les avergüenza su falta de éxito académico, ante lo que la gente les suele decir: “Si trataras lo suficiente serías un genio”. Esa frase no tiene sentido. Hay muy pocos niños que son prodigios. Yo no fui uno y quizás tú tampoco. Dios los esparce selectivamente en cada población. Piensa: “Haré lo mejor que pueda con el nivel de inteligencia que Dios me dio”.

A continuación, fija una hora diaria libre de vergüenza, durante la que te resistirás a la necesidad de sentir vergüenza a menos que hayas transgredido uno de los tres pecados más grandes: asesinato, idolatría o relaciones inmorales. Eso no incluye perder las llaves, dejar los platos sin lavar, olvidarse de comprar leche, tener unos kilos de más o no querer a ciertas personas.

Puede que no podamos detener la violencia del mundo, pero al menos podemos dejar de disparar mensajes humillantes tanto a nosotros mismos como a los demás. De acuerdo a nuestros Sabios, avergonzar es como asesinar. Si chorreas algo, di: “lo limpiaré”, sin decir cosas que avergüenzan como: “¡Soy tan idiota!”. En lugar de avergonzarte por no poder concentrarte mientras rezas, trata de tener uno o dos momentos placenteros durante tu plegaria. Si alguien te avergüenza, di con firmeza: “Di lo que tengas que decir de una manera respetuosa”.

A continuación, hazte el hábito de alabarte a ti mismo y a quienes te rodean cada media hora. ¡LO QUE SEA! Di: “Huau, fui tan responsable. A pesar de haber estado cansado, lavé la ropa”. “Huau, fui tan disciplinado; no comí esa torta deliciosa”. “Huau, qué inteligente. Pensaste en una solución excelente”. “Gracias por ser tan considerado”. Busca lo bueno. Una pequeña luz puede disipar una gran cantidad de oscuridad.

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