Perfiles
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Es difícil encontrar una kipá extra tirada por ahí en Polonia.
Dentro del contexto histórico de Europa Oriental, la pregunta: “Disculpa ¿Eres judío?”, no se ha formulado con intenciones inocuas.
Sin embargo, cuando escuché esas mismas palabras un jueves a la noche en Cracovia, la ciudad donde trabajo con el Centro Comunitario Judío en su misión por revivir la vida judía en el área, estas palabras no estaban envueltas en sospecha sino en una curiosidad silenciosa y reflexiva. Quien lo preguntó era un judío no religioso, que se preparaba para visitar Auschwitz al día siguiente.
Daniel*, un estudiante que iba a comenzar a estudiar Derecho en Nueva York, llevaba mucho tiempo luchando con su identidad judía. Aunque había pasado su vida en la periferia del judaísmo, en general indiferente a sus tradiciones y costumbres, siempre había sentido una conexión con sus raíces judías, por más confusas que fueran. Su visita a Auschwitz era su forma de intentar reconciliarse con su identidad cultural y religiosa.
Daniel me preguntó si yo era judío porque necesitaba una kipá, el pequeño casquete que cubre la cabeza, ya que quería usarla en Auschwitz como señal de respeto hacia aquellos que perecieron y a los que sobrevivieron.
Obviamente es difícil encontrar una kipá extra en Polonia.
Sin dudarlo le entregué la única kipá disponible, la que estaba sobre mi cabeza. Esta simple pieza de terciopelo azul marino fue una constante en mi vida cotidiana desde que tengo memoria. Él la tomó con cuidado, sus ojos se llenaron de lágrimas de una emoción que no expresó, pero que era fácilmente discernible: una mezcla de gratitud, introspección y solemne expectativa. Aunque él se sintió incómodo de aceptar mi kipá, yo insistí que para mí valía la pena caminar temporalmente con la cabeza descubierta sabiendo que él la usaría ("sólo no se lo cuentes a mi Rabino", dije con sarcasmo. Además, le aseguré que tenía otra kipá en algún lugar en mi departamento).
Me devolvió mi kipá, sus ojos reflejaban un océano de entendimiento y emoción recién descubiertos.
Nos volvimos a encontrar un día después de su visita. Daniel se había transformado. Se veía igual, pero el aura a su alrededor se había alterado de forma significativa. Me devolvió mi kipá, sus ojos reflejaban un océano de entendimiento y emoción recién descubiertos.
Describió su experiencia en Auschwitz, caminar entre los restos de lo que fue una vez una pesadilla viva para el pueblo judío hace menos de 80 años. Mientras hablaba, su voz se quebró cuando me contó que estuvo ante las ruinas de una de las cuatro cámaras de gas que operaban en Auschwitz-Birkenau.
Confesó que al ponerse mi kipá sintió una conexión profunda con nuestra herencia compartida. Se había convertido en más que un trozo de tela; era un silencioso tributo a los millones que habían muerto simplemente por su fe. Era una afirmación de su identidad judía con la que había luchado durante tanto tiempo. Mi kipá simplemente facilitó su silenciosa y profunda reconciliación con su identidad judía y un profundo entendimiento de la narrativa compartida que nos une como pueblo.
Daniel debía regresar a casa y no pudo acompañarnos en la cena de Shabat en Cracovia. En retrospectiva, pienso que tal vez la pregunta de Daniel “Disculpa, ¿eres judío?” no estaba dirigida a mí. Estaba dirigida a su alma que anhelaba reafirmar su propia identidad: Sí, soy judío.
*El nombre ha sido cambiado.
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